Transmisoginia en espacios feministas. Colectivo Ozen!

V Jornadas Feministas de Euskal Herria

Galde 28, udaberria/2020/primavera.  Ponencia del Colectivo OZEN![1]

El feminismo no es un ente estanco, homogéneo, con una ideología concreta y definida. Existe toda una variedad de feminismos y de debates respecto a quién es (o debería ser) el sujeto político del feminismo, y por qué. No vamos a entrar en esos debates ni a hablar del movimiento TERF[2] y su doctrina patriarcal, violenta y reaccionaria, pero sí queremos analizar la transmisoginia como fenómeno ubicuo y presente en todas las esferas de la sociedad, centrándonos particularmente en los llamados espacios no-mixtos. Para llevar a cabo esta tarea, proponemos una serie de preguntas para invitar a la reflexión: ¿Qué ocurre cuando una mujer trans entra en un espacio feminista no-mixto? ¿Qué es, exactamente, un espacio feminista no-mixto? ¿Cuál es la diferencia entre la transfobia y la transmisoginia?

Para contestar a esta última pregunta, primero debemos definir qué es la cisnorma. Arraigada en la supremacía blanca e impuesta globalmente por el colonialismo, la cisnorma es el conjunto de ideas y mecanismos sociales que establecen la asociación entre una serie de rasgos físicos y las dos clases (géneros) establecidas por el patriarcado. Así, la cisnorma establece que las mujeres deben tener voz aguda, caderas anchas, hombros estrechos, brazos finos, pechos, vulva, ausencia de vello facial o corporal, mientras que los hombres deben tener voz grave, hombros anchos, pene, vello facial y corporal, pecho plano, etcétera. Categorizar estos rasgos como “masculinos” o “femeninos” y asociarlos con los hombres y las mujeres es consecuencia de la cisnorma, aunque los hombres y las mujeres existen con una diversidad de cuerpos que va más allá de lo que establece esta norma, como en el caso de mujeres a las que les crece la barba u hombres con pechos. Sin embargo, a menudo observamos que las personas que no cumplen estos estereotipos son ridiculizadas o violentadas, al tiempo que son la fuente de muchas de las presiones estéticas ejercidas sobre las mujeres, como la cirugía estética o la depilación.

La cisnorma es fruto de una de las herramientas más utilizadas por las ideologías opresoras para justificarse: el bioesencialismo. También llamado determinismo biológico, el bioesencialismo es la creencia de que la “naturaleza humana”, la personalidad de un individuo o alguna cualidad específica es una “esencia” innata y natural, no un producto de circunstancias sociopolíticas y culturales. Esta creencia, anticientífica y fácilmente refutable, es un pilar patriarcal esencial, porque fundamenta la idea de que las mujeres somos seres inferiores física e intelectualmente y que estamos condenadas por naturaleza a someternos a los hombres. En el caso de las mujeres trans, la retórica bioesencialista dicta que somos inevitablemente, “biológicamente”, hombres.

La transfobia, que deriva del bioesencialismo, la sufren todas las personas trans y se refleja en el trato humillante y vejatorio de las instituciones, sobre todo las sanitarias, la deshumanización y trabas burocráticas, las agresiones físicas, el desempleo disparado… La transmisoginia, sin embargo, es un fenómeno específico derivado de la misoginia y la cisnorma, a través del cual se oprime a las mujeres trans y personas trans no binarias alineadas mujer, que fueron asignadas hombre al nacer.

La transmisoginia genera mecanismos y formas de violencia específicas contra nosotras. Así, la figura de la mujer trans en el imaginario colectivo no es sino un recurso humorístico (travelo, travesti, hombre con vestido), resultando en burla y humillación en la esfera pública. Sufrimos también la fetichización sexual en el ámbito privado, particularmente por hombres heterosexuales que ocultan ese deseo por miedo a las represalias sociales. Por otra parte, debido al bioesencialismo, la mujer trans queda siempre relegada a la idea de que “realmente es un hombre”, un hombre fallido y, además, un depredador sexual. De esta manera se refuerza el mito del hombre disfrazado que pretende corromper e invadir espacios de mujeres, ignorando el hecho de que las mujeres trans somos en muchos casos víctimas de la violencia patriarcal de la que se nos acusa.

Una manifestación de transmisoginia en los espacios feministas son las referencias, en carteles y convocatorias, a «mujeres, bolleras y trans» o a «mujeres*». Estos recursos nacen a menudo de un intento benigno de inclusión, pero suelen resultar innecesarios, performativos y transmisóginos.

Por un lado, la expresión «mujeres, bolleras y trans» pretende englobar al sujeto del feminismo, es decir a todas las personas oprimidas por el patriarcado, pero añadir «trans» al final, alegando que es para incluir a las mujeres trans, no tiene sentido ya que «trans» incluye a todas las personas trans sin distinguir su posición bajo el patriarcado y, por tanto, incluye también a hombres y personas alineadas hombre. Ahora bien, al igual que los hombres cis, los hombres trans no son sujetos del feminismo, a no ser que, adentrándonos en la cuestión mencionada al principio sobre quién es sujeto del feminismo, transcendamos el sujeto de la mujer. Podemos partir de la premisa de que los hombres trans también son sujeto del feminismo por su disidencia de género, pero si lo hacemos debemos incluir a toda persona castigada por la opresión de género en sí: como es bien sabido que el género se construye desde la colonialidad y la blanquitud, además de la heteronorma, este sujeto debería abarcar también a los hombres cis racializados y a los hombres cis gays y bisexuales, sobre todo si se alejan de la masculinidad hegemónica.

Dejando de lado este debate, la principal implicación transmisógina del recurso a “mujeres, bolleras y trans” es que relega a las mujeres trans a una categoría separada de la de mujer, es decir a la otredad, reforzando la idea de que no somos mujeres de verdad.

Por otro lado, recientemente se ha popularizado el uso de “mujeres*” alegando que es un término más inclusivo o incluso no binarista. Dejando de lado la ambigüedad estética (muchas veces buscamos otro asterisco en el texto esperando encontrar una explicación), “mujeres*” es un término también políticamente ambiguo ya que, si la intención es incluir a las mujeres trans, ¿para qué simbolizarlo con un asterisco que recalca esa otredad que nos quieren imponer? Se trata, por tanto, de un término transmisógino porque, interpretado así, nos vuelve a señalar como «las otras». Más aún, si el concepto «mujeres*» pretende referirse a las mujeres como categoría política y no identitaria, incluyendo a las personas no binarias o género disidentes oprimidas por el patriarcado, es más útil y coherente explicitarlo en la categoría «mujeres y personas alineadas mujer».

El bioesencialismo está muy arraigado en la concepción ideológica de muchos feminismos mayoritarios, y se manifiesta en la manera en que se organizan los llamados “espacios no-mixtos”. El carácter no-mixto de estos espacios depende del concepto que el colectivo feminista tenga sobre el sujeto del feminismo: muchos de estos colectivos todavía parten de la premisa de que la opresión patriarcal es esencialmente genital, es decir, solo está oprimida la gente con vulva por el hecho de tenerla, lo que tiene dos consecuencias: primero, da carta blanca a los hombres trans (necesariamente beneficiarios del patriarcado, que no del género como sistema hegemónico) para acceder a estos espacios por considerarlos esencialmente mujeres, con la transfobia que eso conlleva; y segundo, deja de lado a todas las mujeres trans que necesitan de esos espacios no- mixtos, específicamente las que no se ajustan a los cánones cisnormativos (por ejemplo, las mujeres con voz grave o barba).

También es una situación común la fetichización que sufrimos las mujeres trans en determinados espacios feministas, fetichización que no tiene por qué ser de carácter sexual, sino que más bien adopta la forma de una fascinación deshumanizante, en la que nos convertimos en una especie de mono de feria. También se dan situaciones de tokenismo e inclusión simbólica de las mujeres trans en colectivos feministas a los que accedemos, cuando estos no sólo usan a “su mujer trans florero” como lavado de cara, sino que ésta debe ser la única encargada de aportar una perspectiva trans a las actividades del colectivo. Aunque la intención no sea la de deshumanizar e instrumentalizar, responsabilizar a una única persona de representar a todo un colectivo, como si se tratase de una abeja con mente colmena, resulta más dañino que inclusivo.

Así pues, concluimos recordando que, como aprendimos de Wittig, Butler o Beauvoir, la opresión patriarcal no nace del cuerpo generizado sino que es la opresión la que forja el género en el cuerpo, sea éste como sea. Invitamos a los espacios feministas a luchar contra el bioesencialismo, rechazando consignas transmisóginas basadas en los genitales como “polla violadora a la licuadora” y similares, proponiendo en su lugar identificar el verdadero origen de la violencia que se trate en el momento (cargar el foco en los genitales, además de dañino e incorrecto, distrae del verdadero problema a combatir y otorga un carácter biológico a dicha violencia, exculpando a los hombres que no poseen dichos genitales de perpetrarla); no asumiendo el género de las personas en base a estereotipos cisnormativos; normalizando el preguntar los pronombres y diciendo los nuestros al conocer y presentarse a una persona; escuchando las vivencias de las compañeras trans.

En definitiva, invitamos a los espacios feministas a trabajar para ser espacios más seguros para todas las mujeres.

  1. Ponencia presentada en las V Jornadas Feministas de Euskal Herria por Ozen!, un colectivo mixto radical de jóvenes LGTB, miembros de Harro, la Plataforma Transmaribibollo de Euskal Herria.
  2. El Feminismo Radical Trans Excluyente (TERF por sus siglas en inglés) tiene su origen en los años 70 y se caracteriza por rechazar a las personas trans y por buscar la exclusión de las mujeres trans de los espacios feministas. Feministas terf han demandado al gobierno de Estados Unidos que se retire la atención médica y legal a las personas trans (nota de la editora).

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