Ur Mara es un museo donde se entrelazan arte, vida y naturaleza. Se encuentra en Alkiza, en Tolosaldea, con el monte Hernio en el horizonte. Allí vivió el artista Koldobika Jauregi y ahora acoge su mejor legado. Ur Mara es una herencia, una parábola de la memoria, una utopía del porvenir que cuidan Elena Cajaraville, creadora interdisciplinar y compañera de Koldo durante muchos años, junto con Gerezi, su hija en común, también artista. Este espacio cultural vivo es un laboratorio de actividades y semillero de experiencias comunitarias -según Iñaki Irazalbeitia, alcalde de Alkiza, Jauregi, como buen conversador, tenía una gran capacidad de diálogo, empatía social, inteligencia cultural y, en su condición de concejal, compromiso político y comunitario-.
En Ur Mara, hayas, robles, fresnos, castaños y abedules conviven con otras especies animales, con huertas y esculturas de mármol, cerca del invernadero y de la casa familiar donde se albergan otras obras de Jauregi: dibujos, grabados, lienzos, materiales y documentos de sus performances, cada vez más habituales en los últimos años de su trayectoria artística. En esa encrucijada emocional entre las personas que desaparecen, pero permanecen en la memoria, y las se quedan, perviven y esperan, Ur Mara se muestra como revelación, como reaparición, en cierto modo como potencia por hacer. Donna Haraway podría añadir, como urdimbre tentacular o compost multi especies, capaces de entender juntes como heredar las capas y capas de vida y muerte que infunde cada lugar de la Tierra. Las formas que habitan Ur Mara son redes tejidas a lo largo de más de cuarenta años, edificadas en una estancia afectiva común que surgió en un entreverar de biografías, una comunión de personas, voces, sonidos, imágenes, animales, especies y cosas.
Allí siguen resonando sonidos musicales y voces que acompañaron su existencia en sintonía con los lenguajes de las plantas, hongos o líquenes, vientos, rayos y truenos del lugar. No está de más recordar que el viento, la tierra, el agua y el fuego se evocan en las piezas musicales que, con arreglos de Marian Arregi y Mikel Urbeltz, compuso Pascal Gaigne para la película Dantza, dirigida por Telmo Esnal y en la que tanto las obras de Elena, como las Koldobika tuvieron una presencia esencial. Ur Mara es, por tanto, un entramado vivo de interdependencias, historias personales y temporalidades poéticas enredadas. Como si allí vivieran también Nausicaä, el personaje que Hayao Miyazki creara para salvar al bosque y sus habitantes; o Selver, el resistente que protagoniza la novela La palabra para el mundo es bosque de Ursula K. Le Guin; o la hospitalaria Tenar, la joven que aparece en Terramar, de la misma autora, para dar acogida al intruso Ged.
En medio de ese bosque frondoso, Koldo, Elena y Gerezi, junto con la comunidad que los acompaña en esta experiencia, construyeron un refugio para las palabras, una estancia poética en homenaje a la famosa cabaña que su admirado Henry David Thoreau levantó en Walden. Cabaña, que aún pervive en la historia del ecologismo y la desobediencia civil, donde este vivió durante dos años para sentirse en contacto directo con la naturaleza y demostrar que con autonomía y autosuficiencia se puede vivir en ella con lo necesario. En la réplica construida en Ur Mara arte, vida, naturaleza y política se conjugan al unísono, porque para Koldo, Elena y Gerezi, en su multiplicidad de formas y expresiones, la estética está siempre vinculada con la vida. Arte, ecología, poesía, etnografía, antropología, pensamiento crítico, conversación y escucha dan más sentido a las experiencias sensibles del lugar. Cuando Thoreau construyó su refugio no quiso hacer un gesto arquitectónico grandilocuente y retórico, sino un manifiesto contra el orden establecido. Fue un modo de situarse frente a la sociedad capitalista. Precisamente al contrario de muchos museos que, en su arrogancia, se nombran como sostenibles a la vez que reproducen modos de hacer insostenibles. Por ejemplo, el plan para construir dos edificios en Urdaibai, reserva de la biosfera, para albergar sendos espacios de la Fundación Guggenheim.
Ur Mara, buen ejemplo institucional de iniciativa privada con gran interés público y patrimonial, es a su vez un acto de resistencia, una reivindicación de la libertad personal, la autonomía política y la autogestión social, así como un llamamiento a las instituciones públicas para que atiendan de manera equitativa la riqueza natural, cultural y artística, no solo la que entrópicamente se acumula en las ciudades, sino también las que se distribuyen por el territorio. No sirve tan solo multiplicar los recursos por el número de habitantes -no siempre más es mejor-, es necesario atender con cuidado los lugares donde la vida nos regala otras formas de existencia, fundamentales para el equilibrio saludable entre los diferentes ecosistemas regionales.
«No se trata de que las instituciones «lleven» el arte y la cultura a los pueblos, sino que se reconozca el valor de sus propias manifestaciones y se incentiven los procesos de innovación que se generan con su propia condición cultural rural. Desde esa experiencia situada -digamos local- las formas vanguardistas de Jauregi -digamos universales- se conectan con otros imaginarios, más allá de las fronteras.»
Tener más en cuenta el mapa de este tipo de instituciones independientes permitiría pensar de forma distribuida la geografía de la cultura. En el curso de verano de la EHU, Koldobika Jauregi: Naturaleza, creación y comunidad, organizado por Elena Cajaraville y Antonio Casado, investigador y profesor de filosofía, María Montesinos, socióloga, investigadora, docente, productora agroecológica y componente de La ortiga colectiva, nos habló de la importancia de “habitar con deseo”, como fuerza trasformadora, feminista y ecosocial. No se trata de que las instituciones “lleven” el arte y la cultura a los pueblos, sino que se reconozca el valor de sus propias manifestaciones y se incentiven los procesos de innovación que se generan con su propia condición cultural rural. En Ur Mara, desde esa experiencia situada -digamos local- las formas vanguardistas de Jauregi -digamos universales- se conectan con otros imaginarios, más allá de las fronteras. Parafraseando al filósofo Gadamer, toda obra de arte, aunque surja en contextos históricos y culturales concretos, establece un diálogo entre horizontes que se multiplica en el viajar de la experiencia sensible.
Seguramente Jauregi, en su vocación de entrelazar tradición y contemporaneidad, silencio y presencia, forma y significado, coincidiría con esa “fusión de horizontes” de la que habló el autor de El texto como medio de la tradición. Al fin y al cabo, en los gestos cuidadosos de las personas que atienden cualquier huerta o bosque del mundo podemos encontrar muchos más nexos comunes que fronteras separadoras.