ELKARRIZKETA. Cristina Garaizabal. Una polémica

 

Galde 47. Negua 2024 Invierno. Norma Vázquez entrevista a Cristina Garaizabal.- 

La salida de Iñigo Errejón de la política tras una serie de testimonios públicos y alguna denuncia judicial por agresión sexual, ha generado una serie de polémicas en varias direcciones. Nos interesa particularmente la que se ha dado entre feministas porque trae a colación aspectos de interés para la reflexión y el accionar de este movimiento. Cristina Garaizabal, integrante de Alianzas Rebeldes, con una amplia trayectoria en el abordaje de las violencias machistas, se anima a responder a las preguntas de Norma Vázquez con el ánimo de hacer un aporte más a esta polémica.

«Diferenciar entre «mal sexo» y agresiones me parece fundamental. De hecho, creo que algún encuentro sexual que no era lo que esperábamos es algo que nos ha pasado a todo el mundo alguna vez, especialmente a las mujeres.»

Aunque en el movimiento feminista siempre ha habido distintas posiciones en torno a diversos temas, parecía haber consenso en torno a la violencia machista. Sin embargo, últimamente parece que también en este tema han saltado por los aires los consensos, tanto en el abordaje teórico como en el actuar. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

CRISTINA GARAIZABAL. Siempre ha habido polémicas en relación a la violencia machista: cómo la conceptualizamos: es lo mismo maltrato que un trato malo; cuáles son sus causas: sólo el afán de dominio de los hombres o es más complejo; cómo la abordamos, qué pasa con las medidas sociales frente a las medidas penales… En definitiva, cuando se hizo la ley contra la violencia de género 1 ya había discusiones y desacuerdos en los feminismos. Aunque es cierto que estos desacuerdos parece que se han acentuado en los últimos tiempos a raíz de la ley del «Solo sí es sí» contra la violencia sexual2 .

El caso de Iñigo Errejón es una muestra del debate al interior del movimiento feminista y ya no solo en torno al punitivismo o al puritanismo, sino incluso a lo que ha sido una consigna fundamental del feminismo: el llamado a las mujeres a que hablen de la violencia sufrida, a que la hagan pública. Ahora parece que dentro del feminismo se dice algo así como «está bien que hables, pero depende cómo y dónde lo hagas» o «no a la denuncia anónima porque fomenta el linchamiento a la persona y debilita el sistema democrático».

C.G. Creo que en los feminismos sigue habiendo un acuerdo fundamental sobre la importancia de que las mujeres hablen de las agresiones que han sufrido y de los malestares que les provocan las relaciones sexuales actuales, especialmente las relaciones heterosexuales. Es decir, no creo que nadie cuestione la necesidad de que las mujeres tomen la palabra y hablen. Las discusiones surgen en cómo hacerlo para que realmente pueda ser reparador. Porque para mí, este es el problema: la reparación. Y creo que muchas veces la denuncia no lo es. Es una expresión de la rabia, pero según se vehiculice, esta no sirve para mucho para las mujeres que han sufrido una agresión.

Y otro problema, para mí grave, es que las denuncias anónimas y hacer de ellas el elemento fundamental para las campañas contra los supuestos agresores implica conculcar e invalidar LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA, un elemento para mí clave en las sociedades democráticas. Se pueden dar a veces en contextos particulares, pero no masivamente. Llamar a hacerlo así de manera generalizada lleva dos problemas: el que acabo de mencionar, con el riesgo de caer en una caza de brujas (brujos en este caso) que lleva a una total inseguridad jurídica. Llamar a las delaciones sin consecuencias ni responsabilidad de tener que demostrarlas y documentarlas puede acabar en comportamientos inquisitoriales, donde cualquier señalamiento es suficiente para condenar a alguien y segundo problema: si estas campañas se generalizan con el argumento de que el sistema penal no nos defiende a las mujeres y estamos en inferioridad de condiciones frente a ellos, habrá que cambiar el sistema penal, formar a los magistrados, defender el anonimato de la víctima frente al agresor y empoderar a las mujeres para que puedan enfrentarse con éxito a ello. Habrá que buscar otros sistemas de abordaje de las violencias que no pasen necesariamente por el sistema penal punitivo sino por una justicia transformativa y reparativa, donde las partes y la comunidad tengan un papel más activo y cuyo enfoque vaya fundamentalmente a buscar la reparación de la heridas para quienes las han sufrido y la prevención de las conductas para quienes han ejercido una conducta agresiva o inaceptable moralmente.

El grito de «hermana yo sí te creo» es una consigna que caracteriza esta nueva ola del feminismo. «Yo no te creo» dicen algunas desde lugares cercanos al feminismo e incluso dentro del feminismo, o desde el ámbito del derecho se señala que no se puede llevar a los tribunales esta consigna porque se juzgan hechos demostrables, no creíbles. Estando de acuerdo en que hay mujeres que pueden mentir, pero también que las denuncias falsas son una anécdota, ¿adónde nos puede llevar el cuestionar la credibilidad de las mujeres?

C.G. Creo que el grito de «hermana yo sí te creo» fue una consigna muy valiosa en unas circunstancias concretas (el juicio de la Manada, donde los abogados defensores se lanzaron a saco contra la agredida cuestionando su versión de manera torticera e inaceptable). Para mí ese grito en la calle es movilizador en circunstancias concretas en las que la credibilidad de la víctima se ve cuestionada. Pero el terreno de la movilización y sus consignas no se puede traspasar tal cual al terreno penal. Es en este terreno donde yo veo que la consigna tiene problemas, porque en este hay que demostrar los delitos. Y a la hora de legislar penalmente hay que diferenciar qué conductas son constitutivas de delito y cuáles se deben tratar desde otros ámbitos: social, educativo, comunitario o cultural, a través de subvenciones y mediaciones con las partes que han sufrido el conflicto. Porque, como dice muy acertadamente Laura Macaya, «conflicto no es lo mismo que abuso».

Tú dices que es cierto que hay mujeres que pueden mentir. Y sí, eso es cierto, pero creo que es una minoría de la minoría. Creo que si una mujer denuncia, de la forma que sea, es porque siente un gran malestar. Y este malestar tiene que ser acogido por la sociedad. Pero el relato que a veces se hace de este malestar muchas veces no se solventa categorizándolo como agresión y poniendo una denuncia.

Para poder sanar este malestar y reparar a la víctima hay que ampliar los relatos, ofrecer explicaciones complejas que nos permitan entender lo que ha pasado y qué podemos hacer nosotras para no quedarnos clavadas en ese episodio, poder ganar en agencia y sentirnos así más seguras, libres y decididas. Y para ello es imprescindible diferenciar conductas y ver cuándo ha habido violencia, imposición, coacción o anulación de la voluntad a través de sustancias químicas y cuándo se han dado actitudes impresentables, molestas, irrespetuosas o desconsideradas. Porque las acciones a llevar a cabo ante unas situaciones y otras son diferentes. Y esta diferencia es importante tenerla en cuenta para reparar el daño.

Lo penal tiene que ser la última ratio a utilizar, porque lo penal no transforma y menos comportamientos tan complejos como son sobre los que hablamos. Actualmente existe la tendencia a aplicar el Código Penal para solucionar situaciones sociales complejas, como señala Elena Larrauri, porque son baratas para los gobiernos y responden al populismo punitivismo típico de los sistemas neoliberales. Pero si queremos que las mujeres que han sufrido violencia puedan curar sus heridas y ser reparadas, ciertamente el ámbito de lo penal se queda muy estrecho y es bastante ineficaz (el total de sentencias representa el 16% de los delitos denunciados.). Así mismo, sabemos que la cárcel no reintegra a nadie y no todo el mundo va a ella, acostumbra a haber un sesgo de clase muy importante. En este sentido soy partidaria de recortar la justicia penal y aumentar la justicia restaurativa y transformativa, junto con implementar medidas sociales: acceso a la vivienda, políticas de integración social de determinados sectores, renta mínima para todo el mundo, reforma de la Ley de Extranjería, servicios de mediación, etc…

Se ha hablado mucho de la ambigüedad del deseo y del consentimiento, y de lo difícil que es definir aquello de «sólo sí es sí». Ha sido un tema que ha encendido polémicas y que ha llevado a repensar la sexualidad. Ahora, en un paso más, se habla de que «el mal sexo no es violencia». De acuerdo, pero tomando en cuenta tal ambigüedad, ¿cuáles serían los indicadores de que hay violencia? ¿Es suficiente la ausencia de un consentimiento al parecer tan difícil de concretar? ¿Cuál es la diferencia entre maltrato y destrato?

C.G. Creo que el consentimiento es un tema poco claro y muy complejo, como ha desarrollado magistralmente Clara Serra en su libro La decisión de consentir. Poco claro porque es polisémico y se sostiene en proyectos políticos muy diferentes según el significado que se le dé. Para el neoliberalismo no hay problema con el consentimiento, está claro porque todo el mundo tiene la misma capacidad de consentir. Otra posición que viene del feminismo estadounidense plantea que el consentimiento en las mujeres siempre está secuestrado porque habitamos la cultura de la violación y, en su posición más extrema, niega la capacidad de consentir afirmando que el consentimiento está siempre viciado y encubre siempre una posición de explotación. Es lo que pasa con la ley del «sólo sí es sí» en su primera versión o en la ley sobre trata que elaboró el PSOE donde se negaba la capacidad de consentir a las trabajadoras sexuales.

Creo que el consentimiento es necesario para diferenciar lo que es una agresión sexual de lo que es una relación sexual decidida. Ahora bien, tenemos que ser conscientes de que no es un tema inequívoco ni fácil. Y en esta línea, creo que el NO es mucho más claro y contundente que el SI. Y, en consecuencia, es el NO lo que debe ser vinculante para la ley, mientras que el SI no necesariamente, ya que hay contextos donde no se puede decir que NO y por lo tanto el SI es inválido. Es evidente que ante agresiones muy violentas las mujeres se pueden quedar bloqueadas y no pueden decir nada, pero especialmente no pueden decir NO. Partir de que «quien calla asiente» es una barbaridad. Es necesario contextualizar los actos sexuales para saber cuándo se puede consentir y cuándo no, porque no todo SI es verdadero.

En resumen, pretender que el «sólo sí es sí» solventa los problemas de las agresiones y nos hace más libres, como se ha dicho muchas veces en defensa de la ley, es no tener en cuenta todas las complejidades de las relaciones sexuales y especialmente de las heterosexuales, donde la cultura y los roles diferenciales en los que nos hemos educado quienes habitamos las categorías mujer y hombre las hacen especialmente complicadas y llenas de conflictos. Aunque también podríamos hablar mucho de las relaciones gays y lesbianas con sus desigualdades específicas.

En cuanto a repensar la sexualidad creo que es importante hacerlo, porque si no corremos el riesgo de convertir la sexualidad en un catálogo de normas que acabe matando el deseo. No deja de ser interesante el dato de que la gente joven tiene pocas relaciones sexuales. Y yo en terapia veo mucho sufrimiento, desorientación, culpa y miedo ante la sexualidad. En este sentido creo que tenemos que volver a hablar del deseo, socializar qué significa el deseo, diferenciar fantasía y realidad, discutir cuál es el ámbito de la ética en estos asuntos y un largo etcétera.

Diferenciar entre «mal sexo» y agresiones me parece fundamental. De hecho, creo que algún encuentro sexual que no era lo que esperábamos es algo que nos ha pasado a todo el mundo alguna vez, especialmente a las mujeres. Y no sólo en relaciones heterosexuales, también en relaciones entre lesbianas. Por eso es importante reivindicar el NO en cualquier momento de la relación sexual. Vieja consigna que teníamos muy clara al principio y que parece que ahora se ha olvidado.

No podemos comparar un «mal sexo» con una agresión, entre otras cosas porque pueden intervenir muchos factores y no necesariamente la coacción o la imposición a través de la violencia, o del consumo de sustancias que anulen la voluntad. Por ejemplo: ineptitud, desconocimiento, torpeza… Y también factores más cuestionables como la falta de empatía, no atender a las señales de la otra persona, centrarse en uno mismo y pasar de la otra persona… Pero tengo claro que estas cuestiones no se solucionan convirtiendo el mal sexo en un delito de violencia sexual. Y creo que esta diferencia ayuda a los hombres a responsabilizarse de las consecuencias de su sexualidad en su compañera, compañero o compañere sexual y libera a las mujeres: ampliar los relatos sobre el malestar que ha producido una relación sexual y poder ver más allá de si consentí claramente o no fui suficientemente entusiasta al darlo, nos quita un peso de encima.

Es cierto que este proceso puede llevar a que nos cuestionemos la fiabilidad interna que le otorgamos a nuestro relato, pero nos permite conocer mejor nuestro deseo, nuestras fantasías, nuestras contradicciones y no culparnos por ello. Porque nuestros deseos no son siempre claros, transparentes y buenos. Y no pasa nada. Tenemos derecho a sentirnos seguras y para ello es fundamental conocer nuestros deseos y fantasías y saber qué queremos hacer con ellos, aprendiendo a discriminar qué situaciones son seguras y cuáles no, cuándo y cómo podemos confiar y permitirnos explorar, y cuándo nos exponemos en exceso y podemos sufrir daños que no podemos asumir.

Creo que todo esto no sólo no relativiza la violencia sino todo lo contrario, permite identificarla mejor. Y mucho menos desenfoca las responsabilidades.

¿Y qué vamos a hacer con ellos? Hay quienes dicen que Errejón tendrá que exiliarse porque no va a encontrar nunca trabajo y se ha convertido en un paria. Parece que se nos olvida Nevenka Fernández y otras muchas mujeres que han denunciado a sus agresores poderosos y sí que han terminado en el autoexilio y apenas 20 años después se reconoce la verdad de su historia. El punitivismo no resuelve la falta de empatía de ellos, su no ser conscientes del mal sexo que realizan o del impacto que causan en sus parejas sexuales, pero ¿cómo lo abordamos más allá de la consabida receta de la educación?

C.G. Para abordar todo esto es necesario generar otra cultura y otro imaginario sexual a través de la educación, las producciones culturales, los cambios sociales más estructurales, etc. Es necesario promover una ética feminista de la sexualidad diferente, que no convierta el ligar en un protocolo de normas, que no nos engañe diciendo que si explicitamos claramente nuestro consentimiento la relación será plena, maravillosa y libre. Una ética de la sexualidad que tenga en cuenta el contexto y no los actos o con quién se dan, denunciando los contextos en los que no se puede decir ni SI ni NO. Una ética que admita la fluidez, la oscuridad y la ambivalencia de nuestras vivencias sexuales. Que considere que es legítimo no saber lo que deseamos y que nos permita la exploración. También es importante poder admitir nuestra vulnerabilidad y preservarnos de sus males sin olvidar sus ventajas. Repensar, por ejemplo, qué significa ser objeto de deseo, como una posición que puede ser deseable y transitoria ligada al juego sexual. Y, en consecuencia, no necesariamente trasladable a la vida real.

Y como he planteado al principio creo que hay que diferenciar el delito de los malos comportamientos y, por tanto, distinguir cuándo hay que reclamar el Código Penal y cuándo una labor social y ética.

En esta línea creo que se pueden hacer muchas cosas: aspirar a que todas las personas puedan decir SI o NO, teniendo especialmente en cuenta las dificultades de algunas mujeres para decir NO; debatir sobre sexualidad contemplando sus complejidades, su fluidez, sus ambivalencias; quizás favorecer que entre el SI y el NO existe un quizás o un probemos, que pueden ayudar a explorar nuestro deseo; no intentar legislar sobre el deseo porque es inaprensible en muchos casos y por los riesgos que tiene en general; ser conscientes de la tensión que existe entre la libertad y la seguridad para poder gestionarla de la manera más favorable y menos expuesta; respetar los límites de las otras personas y los propios, y atrevernos a explorarlos cuando nos sentimos segures.

También podemos cambiar la idea de lo que son las relaciones sexuales desterrando «la conquista» y priorizando el ser deseado en lugar de «conquistar» a la otra persona; respetar los límites de la otra persona y los nuestros sabiendo que no son inamovibles, sino que pueden cambiar en función de las personas y los contextos; aprender a leer el lenguaje corporal ajeno y empatizar para saber qué expresa, despojando a la desnudez y a la vestimenta de una única interpretación que al parecer expresa necesariamente un deseo sexual; abordar el sexo sin tanto dramatismo y a su vez, en el caso de las mujeres, seguir autoafirmándonos como seres sexuales, a la vez que promovemos la diversidad sexual como legítima y dejamos de juzgar las prácticas sexuales no normativas siempre que sean consentidas. Y apostar por combatir la violencia a la vez que defendemos la libertad sexual y el placer, especialmente para las mujeres.

Por último, algo fundamental que parece que estamos olvidando: está demostrado que la culpa y el castigo no favorecen el cambio de conductas. Ni socialmente: los estudios demuestran que en países con un Código Penal con muchos delitos y penas muy altas las agresiones y los delitos en general no han bajado; ni individualmente: sentirse culpable es una losa que nos persigue siempre, un concepto moral que casi nos define y hace que nos juzguemos generando una sensación de culpa interna permanente que nos bloquea y nos resulta difícil de quitar. Debemos transformar la culpa en responsabilidad. Azuzar el miedo en las mujeres y la culpa en los hombres no es buen camino para combatir la violencia.

Notas.-

1. Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.

2. Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de Garantía Integral de la Libertad Sexual.

Categorized | Entrevista, Política

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