Galde 41, Uda 2023 Verano. Milagros Rubio.-
Durante la Transición continuó la violencia política de signos diversos. Respecto a la violencia policial, por poner ejemplos en Navarra, menciono la de la policía en los sanfermines de 1978 matando a Germán Rodríguez y la actuación de las fuerzas de orden público en Tudela en junio de 1979. Las fuerzas de orden público violentaron una concentración antinuclear pacífica en Tudela y, en una sentada de protesta por los hechos, un guardia civil mató a Gladys del Estal.
A raíz de la denuncia de aquellos hechos, recibí amenazas de muerte. En diciembre de 1979, coincidiendo con un acto de Fuerza Nueva en Tudela, hicieron pintadas amenazantes e insultantes en la fachada de mi casa. En 1981, en el intento de golpe de Estado, volví a ser amenazada y me buscaron en casa de familiares. En esos primeros años de la década de los ochenta, me quemaron el coche. Supe lo que era sentirse amenazada.
Pero durante la Transición era ETA quien más víctimas causaba. Luego llegó la guerra sucia contra ETA con el terrorismo de los GAL entre 1983 y 1987. Nuestra izquierda no votaba las condenas a ETA. PSN y la derecha no condenaban a los GAL. En nuestro caso, la causa de no condenar a ETA hundía sus raíces en la represión del Estado contra la izquierda rupturista, en doctrinas revolucionarias marxistas y en lo que le quedaba a ETA de aura antifranquista.
Por aquel entonces, Batzarre comenzaba su andadura en candidaturas municipales, aunque no sería hasta 1991 cuando nos legalizaríamos como partido. Discrepábamos de los atentados, no nos gustaba que suplantaran la lucha popular contra la energía nuclear o contra el polígono de tiro ni compartíamos que se le quitase la vida a nadie. Pero Batzarre no votaba a favor de las condenas de los atentados de ETA.
El hecho de que los otros partidos hiciesen mal no condenando a los GAL no justifica nuestra posición. Nuestro error tenía mucho que ver con la inmadurez política y con nuestro bagaje marxista revolucionario. Los intentos de golpe de Estado nos hacían dudar sobre la consolidación de la democracia. Pero, a poca honestidad que se ponga en el relato, hay que concluir que hicimos muy mal quienes no condenábamos a ETA, con todo el dolor e injusticia que eso significaba para sus víctimas.
Si todos los atentados fueron crueles, lo eran en especial aquellos que involucraban a menores. Solo por mencionar algunos: el asesinato de Yoyes en 1986 cuando iba de la mano de su hijo, el atentado en el que la niña Irene Villa quedó sin piernas, el que cometieron contra la casa cuartel de Zaragoza cuando dormían allí 40 familias y que acabó con la vida de 11 personas, siendo 5 menores de edad.
Comencé a votar las condenas a ETA. En Batzarre respetaron mi posición, pero tenían el convencimiento de que mientras los demás no votasen contra la violencia policial y la guerra sucia, tampoco debíamos votar contra los atentados de ETA, aunque discrepásemos totalmente de ellos. Acentuamos nuestra crítica cuando ETA comenzó a asesinar concejales, como en los casos de Gregorio Ordóñez, Miguel Ángel Blanco o Tomás Caballero, entre otros muchos.
En 1999, tras la tregua de ETA, formamos parte de Euskal Herritarrok creyendo que podríamos influir en una deriva suya más social y menos nacionalista. Craso error que hizo aguas por todas partes. Pronto empezaron los desacuerdos. Euskal Herritarrok incluyó en la lista al Parlamento navarro a J.L. Barrios, preso de ETA condenado por asesinar a Alberto Jiménez Becerril y a su mujer, Ascensión García. Mostré públicamente mi desacuerdo y comenzó la presión del grupo parlamentario. La hora de la verdad llegó cuando todas nuestras ilusas ilusiones se derrumbaron al anunciar ETA que la tregua se rompía.
Para Batzarre la tregua indefinida era un elemento fundacional de EH. Sin paz no había coalición. La presencia en el parlamento navarro se hacía irrespirable, pero Batzarre decidió que EH se rompía por ETA y que no podíamos entregarles los votos que nos habían depositado su confianza en el camino a la paz. Pasé al grupo mixto. Sufrí una gran presión y coacción dentro y fuera del parlamento. Anónimos, insultos, vejaciones, calumnias. De sentirme víctima del terrorismo de extrema derecha en la Transición pasé a sentirme víctima del entorno de ETA y de la izquierda abertzale.
Más tarde, en el 2006 y de nuevo en el 2012 tras el anuncio de disolución de ETA, Batzarre profundizó y debatió un documento llamado “Nuestro punto de vista”. En él, además de reclamar justicia para las víctimas de todas las violencias políticas sin intentar equipararlas, se criticaba a ETA, se hacía autocrítica y se criticaba al vasquismo en general y a la izquierda abertzale en particular. El documento trata sobre el militarismo de ETA tan contradictorio con los valores democráticos y humanistas que propugnamos, la importancia de la resistencia democrática con la existencia de organizaciones pacifistas frente a ETA, la falta de legitimidad de ETA para matar, su proyecto antipluralista de país y búsqueda de una Euskadi uniforme. Denuncia la vulneración de los derechos fundamentales de las víctimas, la aberración moral de atentados ideológicos contra quienes piensan distinto, la necesidad de que la izquierda abertzale deslegitime a ETA, la responsabilidad de la izquierda abertzale, la de otras izquierdas en el entramado emocional necesario para sostener a ETA, lo nefasto ética y políticamente de la existencia de ETA, de su falta de sensibilidad humana hacia las víctimas incluso en el anuncio de su final.
Y, muy importante, la autocrítica. Al principio nuestra crítica estaba basada en criterios políticos más que morales. Nos autocriticamos por no haber profundizado en los problemas que conlleva el uso de la violencia: víctimas, militarismo, autoritarismo, añadidos en el caso de ETA a los ataques antipluralistas. Autocrítica porque en los ochenta formábamos parte de un radicalismo con una subcultura extremista que no ponía en cuestión aspectos negativos del soberanismo vasco y daba por buena casi cualquier oposición frente al Estado. También por habernos acercado excesivamente a HB y haber tardado demasiado en alejarnos.
Como resumen de esa imprescindible autocrítica, valga este párrafo: “es preciso establecer unas bases sólidas en el relato común que se transmita desde las instituciones y que sea asumido por la mayoría de la sociedad: verdad, justicia, memoria, reconocimiento a las víctimas, deslegitimación de la violencia, dignidad de las personas, respeto a los derechos humanos, rechazo total a la muerte del otro… es necesario que no se imponga el olvido, la justificación de ETA, la equiparación entre “ambas violencias” (como si ETA fuera equiparable a las instituciones democráticas), el relato neutral, el pasar página rápidamente. Es necesario darle la vuelta a lo que ha imperado durante tanto tiempo en Euskadi. Por un lado, la estigmatización de las víctimas, su consideración como gente no-vasca, su aislamiento, la indiferencia moral, a veces la justificación del asesinato, el silencio o indiferencia ante el mismo en otros casos. Y por otro lado la consideración heroica hacia los militantes de ETA…”.
Hubo un momento en el que me sorprendí observando que entre mis poemas había algunos dedicados a víctimas del sionismo, de la pobreza, de la violencia de género, de…, y ninguno a víctimas de ETA. Me reconocí a mí misma que había sentido el impulso de escribirlos en alguna ocasión, pero no sé si no me atrevía por lo que me rodeaba o por mí misma. Sentí el impulso de hacerlo y lo hice. Es un detalle menor, lo sé, pero es significativo, muestra algo que retrata una época de la que, afortunadamente, salimos. En mi despedida municipal tras 36 años como concejala en Tudela, pedí perdón a las víctimas. Y lo sigo haciendo. La autocrítica de Batzarre fue imprescindible, pero la construcción del relato y el debate social continúa y ahí debemos seguir.
Milagros Rubio, exconcejala y exparlamentaria navarra. Miembro de Batzarre. Tudela, 16 de junio de 2023.