El impacto de la guerra en Ucrania sobre la UE

 

Galde 44, Udaberria 2024 Primavera. Ruth Ferrero-Turrión.-

Se han cumplido ya dos años desde la invasión a gran escala de Ucrania por parte de la Federación Rusa. La guerra, sin embargo, había comenzado hace poco más de diez años tras la revolución del Maidan, la anexión de Crimea por parte de Moscú y el conflicto de baja intensidad que se vivió desde entonces en la región del Donbás. Pero desde la posición occidental esto fue ignorado y todo ello a pesar de que entonces también se violentó la soberanía nacional de Ucrania anexionando Crimea, además de contabilizar a febrero de 2022 con más de 14.000 muertos, 30.000 heridos, 1,4 millones de desplazados internos y 3,4 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria. Así las cosas, no sería hasta el 24 de febrero de 2022 cuando el mundo pareció darse cuenta de lo que sucedía en zona, y de que la geopolítica no sólo no estaba desaparecida, sino que estaba más activa que nunca, también en el norte global. Y con esto si que no contaba la Unión Europea.

Tampoco contaba el Kremlin con la contundente, firme y reactiva respuesta que se ofreció desde Bruselas y desde Washington. Si en 2014 las medidas adoptadas fueron tibias y no se insistió sobre la cuestión de la soberanía de Crimea en demasía, y sólo se miró de refilón hacia el Donbás, en 2022 la respuesta fue muy diferente. La unidad de acción y la rapidez con la que se dio una respuesta al ataque dejó al descubierto la debilidad militar y estratégica rusa. La idea de que Bruselas no sería capaz de responder de manera contundente y unívoca siempre ha estado en la cabeza del líder ruso. Las constantes fracturas entre socios, además de la creciente presencia de fuerzas políticas de la derecha radical que cuestionaban el devenir de las democracias liberales, así como la hoja de ruta trazada por el proceso de integración europeo y que eran sus aliadas de facto, apuntaban a que la respuesta se parecería a la que se dio en 2014.

Así, la UE adoptó una serie de medidas que no tenían precedentes y que se han articulado en torno a tres instrumentos esenciales: las sanciones, el Fondo Europeo de apoyo a la Paz y la acogida de personas refugiadas ucranianas.

Durante estos dos años se han impuesto ya trece paquetes de sanciones contra Rusia que afectan no sólo a personas y sus activos, también impactan de manera muy significativa contra la economía rusa y su población. De este modo, se han adoptado sanciones que avanzan en la desconexión energética, pero también se han cerrado medios de comunicación rusos acusados de propagandísticos, e incluso se ha llegado a suspender un acuerdo de visados Schengen con Rusia. Nunca antes se había visto una reacción tan rápida y unas medidas tan duras contra ningún otro país. Además de las sanciones, la UE también ha puesto en marcha el denominado Fondo Europeo de apoyo a la Paz que, por vez primera en la historia de la integración, tiene una dotación económica específica para la compra y envío de armas a un país tercero. Y, por último, pero muy relevante, desde el marco comunitario se ha utilizado por vez primera la Directiva de Protección Temporal 2001/55/CE aprobada en 2001 en el contexto de las guerras yugoslavas y que tiene por objetivo “conceder la protección inmediata a personas desplazadas en caso de afluencia masiva y evitar desbordar los sistemas de asilo de los Estados Miembros”. A pesar de que en la UE se han vivido crisis humanitarias provocadas por guerras, nunca se había alcanzado el consenso necesario para ponerla en marcha, lo que debe congratularnos, si bien no podemos dejar de pensar en por qué no se utilizó antes. En todo caso, según datos proporcionados por Eurostat en septiembre de 2023 ya había unos 4,2millones de personas que se han registrado bajo el amparo de esta directiva que les permite vivir, trabajar y estudiar en los países de acogida.

La respuesta europea ha sido positiva hacia Ucrania, de eso no cabe la menor duda, y, como en el caso de la implementación de la directiva de protección temporal, extremadamente necesaria, pero, también es cierto, que esta guerra está dejando al descubierto algunas fallas del marco europeo que ya venían asomando desde hace tiempo. De ese modo, la política de los dobles raseros ha quedado de manifiesto de forma muy cruda, no sólo en lo que hace al trato a las personas refugiadas según su nacionalidad, sino también en relación con cómo se abordan los conflictos en otros contextos, o cómo se incide con mayor intensidad en el cumplimiento del derecho internacional en función de quién lo esté vulnerando. El conflicto abierto en Gaza desde el 7 de octubre de 2023 es, sin duda, una buena muestra d ello.

Otra de las cuestiones que han quedado expuestas en el marco europeo durante estos dos años ha sido la ausencia de autonomía estratégica, no sólo en el plano de la seguridad y la defensa, sino también en otros ámbitos como son el energético o el de la dependencia de suministros. Este año 2024 marcará sin ningún género de dudas un punto de inflexión en la propia naturaleza y evolución de la Unión Europea.

La posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones presidenciales de noviembre, junto con sus declaraciones acerca de la presencia norteamericana en Europa ha hecho temblar a las cancillerías europeas. La mera posibilidad de que el “amigo americano” pueda salir de la ecuación de la arquitectura de seguridad europea ha hecho que esté cundiendo el pánico en muchas capitales. Esta opción, junto con la fracasada ofensiva ucraniana de 2023, los avances tácticos rusos y la ausencia de llegada de armas y municiones occidentales para el ejército ucraniano pone en cuestión no sólo el propio desenlace de la guerra, sino también la posición que la UE quiere adoptar al respecto.

De este modo, durante el mes de febrero se ha detectado no sólo un cambio en las narrativas de los líderes políticos europeos, sino también en algunas de las acciones que se comienzan a adoptar. Es realmente ahora, tras dos años de guerra en la frontera oriental, y ante la posibilidad de que Ucrania no pueda recuperar sus territorios cuando desde Europa se ha comenzado a hablar cada vez de manera más abierta de la extrema necesidad de avanzar en la construcción de la Europa de la Defensa. Sin embargo, sería de ingenuos pensar que esta contundencia verbal se deba sólo a los hechos en Ucrania, la realidad es mucho más cruda si cabe. La UE tenía identificado desde hace años la necesidad de avanzar en esa política común de defensa. De hecho, siempre se ha hablado de que se gastaba mucho, pero de manera poco coordinada. Ahora ya se plantea que no sólo se deben coordinar las compras, también es necesario aumentar el gasto total, tal y como queda recogido en la Estrategia Industrial Europea de Defensa aprobada en marzo de 2024, donde se habla abiertamente del incremento de la inversión en el sector.

Y todo ello se está haciendo sobre el mensaje del miedo que se transmite sin pudor a la opinión pública, sobre la posibilidad de entrar en guerra directa con Rusia, tal y como han manifestado Macron o Sikorski, el Ministro de Asuntos Exteriores polaco. Y todo ello siendo conscientes de que no parece un hecho posible especialmente teniendo en cuenta que el ejército de la Federación Rusa no ha sido capaz de avanzar de manera sustantiva en Ucrania durante los dos años que lleva intentando controlarla.

La clave reside en un solo hecho. Si la UE quiere reforzar su industria militar tiene que asegurar a los productores de armas que el incremento de la producción no será algo temporal, sino que se mantendrá en el tiempo. Es por ello que en los próximos presupuestos plurianuales de la UE se quiere incorporar el techo de gasto para todas las partidas menos para la que afecta al ámbito de la defensa. No se trata por tanto de la defensa de Ucrania o de la democracia, se trata de alimentar un negocio que les permita avanzar hacia una Europa más geopolítica. Y para ello es imprescindible convencer a sus poblaciones de un enemigo a las puertas.

Si durante la guerra del 5G entre China y EEUU se decía que Europa era su tablero de juego, la pandemia de la COVID19 mostró la vulnerabilidad industrial europea y la guerra en Ucrania su ausencia de pensamiento estratégico y los dobles raseros en los niveles de exigibilidad de los derechos fundamentales. Todavía queda mucho por hacer y por avanzar. La guerra en Ucrania abre una enorme ventana de oportunidad para mejorar y avanzar en un mayor garantismo de los derechos humanos en el ámbito de la política exterior. Esperemos que no todos los cambios vengan por una mayor militarización y securitización de la vida, sino por unos mayores criterios de exigibilidad de Derecho Internacional independientemente de los actores involucrados. Aunque esto es más un desiderátum que lo que la propia evolución de los acontecimientos nos están mostrando. Sea como fuere parece claro que la UE no volverá al punto del que partió en 2022.

Ruth Ferrero-Turrión. Profesora de la UCM (Universidad Complutense de Madrid), e investigadora del ICEI (Instituto Complutense de Estudios Internacionales).

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