Con luces largas: ¿Quién teme al lobo feroz?

La alianza PNV-PSE se repetirá, pero quizá sea su última legislatura.

Galde 44, Udaberria 2024 Primavera. Alberto Surio.-

Entre el desgaste y la pulsión de cambio

El aterrizaje de EH Bidu en las aguas templadas del posibilismo y su moderación discursiva atenúan el factor miedo de la clase media a un triunfo hipotético de la izquierda independentista

El 21 de abril, las elecciones vascas van a marcar el rumbo político en medio de un relato sobre la crisis en la eficacia de los servicios públicos, en especial de la Sanidad. El tradicional debate identitario en Euskadi atraviesa un momento de bajo perfil y evidente desfondamiento. La sociedad vasca ha pasado la página de la violencia de ETA desaparecida hace más de una década y no considera prioritaria la discusión sobre el nuevo estatus de autogobierno. Esto no significa que el asunto haya desaparecido ni que el conflicto nacionalista se haya disuelto como un azucarillo en el agua. El ‘problema nacional’ permanece latente, pero en cierta forma adormecido, aun cuando el encaje del autogobierno vasco en una estructura plurinacional del Estado constitucional español sigue siendo ua asignatura pendiente que aparece y reaparece en el escenario de la actualidad como un Guadiana del sentido de la oportunidad.

El movimiento pendular en la ciudadanía vasca tras años de fuerte efervescencia nacional tras una traumática Transición se acerca ahora hacia un punto de posibilismo que ha perforado incluso en los sectores del abertzalismo sociológico más radical, también como consecuencia del empantanamiento del proceso independentista catalán Los propios partidos nacionalistas lo saben muy bien. Basta que lean con detenimiento qué dicen las encuestas al respecto. Las ‘cosas del comer’ marcan la pauta en una sociedad que sigue teniendo un fuerte sentimiento de pertenencia y en la que el soberanismo es claramente mayoritario, incluido el derecho a decidir, con todos sus matices.

La segunda clave del momento vasco es un proceso evidente de relevo generacional. Una elite dirigente está de salida y el relevo de Iñigo Urkullu lo representa a la perfección. Una sustitución que genera ciertas dudas en el PNV, en donde desde hace tiempo se asumía que Urkullu no aportaba nuevos votos, que el desgaste en la gestión empezaba a pasarle factura y que era el momento propicio del cambio de cartel. De ahí la apuesta por Imanol Pradales, un profesor universitario con la marca Deusto que representa a la perfección la apuesta del establishment jeltzale por un nuevo rostro que mantengan las políticas actuales “frente a los populismos de derechas e izquierdas”. Eclecticismo peneuvista en estado puro, producto de la factoría de Sabin Etxea. Un hombre fajado en la gestión y en la labor de equipo para dirigir coaliciones complejas y para frenar de paso el avance de la izquierda independentista, que tiene a favor el viento de la pulsión de cambio en juna parte del electorado. Y, en concreto, que mantenga la alianza PNV-PSE al frente de las instituciones vascas. A pesar de sus roces y sus tensiones, esta entente aún tiene cuerda para una legislatura. Después, el futuro no está escrito.

Marca envejecida. El PNV necesita como el comer un relevo generacional que le vuelva a conectar con los jóvenes una vez que compraba que su marca es percibir con creciente distancia por los menores de 40 años. Pradales necesita cortejar a este sector de votantes, que sienten cada vez su desafección hacia los políticos y que genera un caldo de cultivo de fuerte oposición al actual modelo de ejecutivo. Se les ve avejentados, apoltronados, en una sociedad que tiene una gravísima crisis demográfica y que está mutando a una rapidez de vértigo. La histórica dicotomía nacionalistas-no nacionalista empieza a ser una categoría de pasado.

El problema del distanciamiento hacia la marca jeltzale tiene que ver con la fatiga tras años de hegemonía institucional y una crisis en la gestión en áreas bien sensibles como la Sanidad, la educación o la Ertzaintza, con serios problemas en cómo encauzar la conflictividad en la función pública. Además, el sector del ‘voto de orden’ de centroderecha que en su momento se decantó por el PNV como un muro de contención frente a EH Bildu en 2015 puede verse atraído por el PP de Alberto Núñez Feijóo, que, por ejemplo, se a envite en la bandera de la seguridad pública, un asunto que comienza a generar cierta inquietud transversal entre los electores de los partidos mayoritarios. Es un fenómeno que está presente en todas las ciudades europeas.

La polarización entre el PNV y EH Bildu está servida en bandeja, aunque todos prefieren guardar algunas cartas. El PNV de Pradales tocara la fibra del nacionalismo de bienestar, aunque mira por el rabillo del ojo el protagonismo alcanzado por EH Bildu que le pisa los talones. Juega con la baza a favor de que el PSE ha decidido mantener su coalición con los jeltzales. El papel del PNV como aliado de Pedro Sánchez deja claro que el sistema de las alianzas no se va a romper. Peneuvistas y socialistas seguirán gobernando juntos, entre otras razones porque Sánchez necesita a los jeltzales como una pieza determinante para terminar su sobresaltada legislatura. Al PNV y a EH Bildu. La izquierda independentista vasca también ha apostado por el relevo generacional con Peleo Otxandiano, un cambio de ciclo con el que quiere querer abrirse a nuevos sectores sociales y políticos con la mirada puesta, en especial, en el mundo de Elkarrekin Podemos y Sumar, frustrado por la división interna. EH Bildu se ha envuelto en la bandera de una nueva gobernanza participativa frente al modelo del PNV, que considero agotado, impulsa unas nuevas políticas públicas desde el ámbito progresista, y se decide a superar discursos de confrontación con una campaña ‘soft’, muy plana, que evita polémicas, y con que Otxandiano quiere ganarse a la clase media. Quizá puedan extraerse varias conclusiones de este movimiento. La primera, que, ciertamente, EH Bidu ha dejado de dar miedo en importantes sectores de clases medias que se movilizaron en 2015 para desalojarles del poder en Gipuzkoa. Y es que aquella experiencia también les vacunó frente a ciertos errores de gestión y de comunicación política. La segunda gran derivada es que esta apuesta por el reformismo institucional que parece asumido por su electorado deja también su rastro de contradicciones. Los sectores más concienciados en la movilización social empiezan a sentir cierto desconcierto por la rapidez de este giro. La aparición del Mugimendu Socialista es la pieza que falta en ese tablero y cubre un hueco que históricamente había ocupado la izquierda abertzale tradicional. Puede que la línea ’socialista’, ortodoxa con fuerza entre los jóvenes de GKS, no tenga un especial reflejo electoral, pero sí es cierto que los críticos han recogido la bandera del activismo social que parecía tradicionalmente ligado a la izquierda abertzale. El riesgo de desmovilización en un segmento del activismo ‘borroka’ puede ser una realidad en la medida en que los ritmos del pragmatismo de EH Bildu son de alta velocidad. El desencuentro entre ELA y la formación soberanista en determinadas cuestiones va a ir seguramente a más y es un revelador botón de muestra de hasta qué punto la estrategia soberanista ha sido fuerte época de resistencia, pero cuando toca modular y adecuarse al principio de realidad surgen las tensiones. La dirección de EH Bildu está atrapada porque, por un lado, las encuestas avalan su línea ideológica. A la vez, supedita casi todo a buscar salidas a la cuestión de los presos. Y busca compensar determinadas críticas con mensajes en los que se demuestre que la lucha soberanista conlleva también determinados mensajes de cambio económico y social, Su apuesta por el asunto de la vivienda, a favor de la ley del Congreso aprobada por el Gobierno, ilustra esa simbiosis de lo social y nacional que EH Bildu proyecta en los gobiernos del Sinn Féin en Irlanda. UN ejemplo de cooperación inst555L.

La llave del PSE En el ámbito de la izquierda, el PSE liderado por Eneko Andueza intenta abrirse un espacio en un tetro de operaciones muy marcado por la polarización de PNV y EH Bildu, con un discurso socialdemócrata que intenta el equilibrio entre el desmarque respecto a los jeltzales, condicionado por su experiencia de aliado, y el rechazo a una entente de izquierdas con la izquierda abertzale mientras no haga autocrítica de lo que la violencia de ETA. Los socialistas esperan que el viento de un Pedro Sánchez insufle energía al PSE, pero la coyuntura frágil de la legislatura, con el caso Koldo y la polémica por la ley de amnistía, dejan claro que la situación se sustenta todavía en pies de barro. Solo una luz verde a los Presupuestos proyectaría señales más sólidas de que a Sánchez le sigue funcionando el manual de resistencia. Mientras tanto, en semejante achique de espacios, el PSE tiene la esperanza de ser la llave de la futura alianza y convertirse en una pieza cualitativa en el tablero político vasco que garantiza la estabilidad.

En este mismo escenario, la catastrófica imagen de división entre Sumar y Podemos, muy mediatizada por su pugna en Madrid, desmoviliza al electorado a la izquierda de la socialdemocracia que en su día vio con ilusión el nacimiento de una alternativa distinta. El desencanto y la frustración pueden ser capitalizados por EH Bildu, que tiene un sector potencial de crecimiento en este ámbito y en el voto joven que podría ser la verdadera sorpresa de los comicios

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