Finanzas éticas: más allá de la moda de la sostenibilidad

 

Galde 44, Udaberria 2024 Primavera. Jorge Berezo, Jorge Gutiérrez.-

La cuestión de la ética en las finanzas no es sencilla, y se plantea como un reto en todo tipo de entidades. Con todo, encontramos grandes diferencias en este ámbito entre las prácticas del sistema financiero tradicional y las de iniciativas de finanzas éticas que, de manera creciente, proponen otras formas de entender los servicios financieros.

Así, por un lado el BBVA se nos presenta como el banco más sostenible del mundo en 2022 según el índice S&P Global ESG Scores[1]. En esa misma clasificación encontramos otras entidades como CaixaBank o Santander, ocupando posiciones destacadas.

Estos rankings, junto a la persistente publicidad de las grandes entidades financieras, nos llevan a preguntarnos qué se está evaluando realmente al utilizar denominaciones como inversión ESG (Environmental, Social, Governance) o ISR (Inversión Socialmente Responsable). ¿Son estas entidades un ejemplo de apoyo a buenas prácticas ambientales, sociales o de buen gobierno?

En primer lugar, debemos tener en cuenta que estamos en un momento de gran confusión, donde las tentaciones de lavado de imagen (como los llamados green washing osocial washing) conviven con iniciativas genuinas de fortalecimiento ético en las finanzas, y regulaciones que tratan de poner orden en estos aspectos.

En los últimos 20 años se ha producido un gran crecimiento en la Inversión Socialmente Responsable[2], junto a un crecimiento significativo de la denominada banca ética. Haciendo un balance de estos cambios, cabe preguntarse si la banca ética está ganando terreno, o si la banca convencional está transformándose hacia la sostenibilidad. Dando un paso más, debería estudiarse de forma amplia en qué medida se están aplicando estándares éticos en las finanzas, y si esto da pie a prácticas que, sin la denominación de “banca ética”, rompen la aparente dicotomía convencional/ético.

El crecimiento de la financiación orientada a la sostenibilidad por parte de la banca tradicional está impulsado por las dinámicas de transición verde de la economía, que hace aumentar enormemente la demanda de financiación para estos fines. Sin embargo, la “sostenibilidad” se está evaluando de forma muy laxa en la banca convencional, lo que genera serias dudas sobre si este fenómeno implica una transformación real en el mundo financiero.

Con el ánimo de impulsar este movimiento, el Plan de Acción de la UE sobre finanzas sostenibles (2018) se va concretando en reglamentos como el 2019/2088[3], que clasifica los productos financieros. Sin embargo, el Cuarto Informe sobre las finanzas éticas y sostenibles en Europa[4]señala que esa norma ha hecho aflorar fondos con criterios ESG de forma cuestionable. Por ejemplo, en 2021, el 24%de los fondos abiertos y ETF (fondos cotizados) domiciliados en Europa se habían declarado como “artículo 8” (parcialmente sostenibles) o “artículo 9” (sostenibles), reuniendo un patrimonio de casi 2,5 billones de euros, lo que prácticamente duplicaba lo estimado anteriormente como fondos sostenibles por otras fuentes habituales como Morning Star. De aquí se deduce que la normativa ha conllevado una reclasificación como sostenibles de fondos que antes se consideraban convencionales.

Aunque iniciativas como la de la UE puedan ser un paso en la buena dirección, no abordan la problemática de fondodel sistema financiero tradicional y sus reiterados problemas (especulación, alejamiento de la economía real, inestabilidad, crisis…), que son los que precisamente llevan a proponer otras formas de actuación en las finanzas. Así, que una entidad o producto sea declarada sostenible (por reglamentos como el mencionado) no nos debe llevar a presuponer nada en cuanto a su compromiso contra los peores impactos del sistema financiero, a la propia gobernanza de la entidad, o a los objetivos finales que persigue, muy ligados normalmente a la maximización de la cuenta de resultados.

A diferencia de los planteamientos anteriores, el sector vinculado a las finanzas éticas presenta propuestas basadas en iniciativas socialmente deseables, evitando inversiones perjudiciales, con implicaciones que va más allá de lo verde.Además, exigen en su trabajo transparencia, participación colectiva en las decisiones y una coherencia en todos los aspectos de su actividad. En la práctica, las iniciativas de banca ética responden a la utilidad del sistema financiero como motor de la economía real, y sus balances reflejan una orientación decidida a la actividad de intermediación (concesión de crédito a partir de los depósitos), con créditos que superan el 76% del activo y depósitos por encima del 73% (38,7 y 40,8% respectivamente en el caso de la banca tradicional, según el informe de finanzas éticas ya mencionado).

Abríamos este artículo con la clasificación que S&P otorgaba a determinados bancos en función de su sostenibilidad. Esa clasificación contrasta con la que desde FETS (Financiación Ética y Solidaria) se otorga a esas mismas entidades financieras, mediante su iniciativa Dineretic[5], donde BBVA apenas logra 2,5 puntos sobre 100 (CaixaBank puntúa 1,5, Santander 0).En el caso de FETS, se juzgan las entidades a partir de unos principios que deben guiar las finanzas éticas (Exclusión, Compromiso, Transparencia, Participación y Coherencia). Siguiéndolos, encontramos que estas entidades obtienen peores resultados que otras dentro del propio sector (Kutxabank, 21; Laboral Kutxa, 28) o las de entidades calificadas habitualmente como banca ética (Triodos, 81; Fiare Banca Ética, 98,5).

Las finanzas éticas incluyen tanto entidades de banca ética (Fiare Banca Ética o Triodos) como iniciativas de inversión directa (Coop 57, Oikocredit) y un amplio catálogo de actividades financieras de interés social (fondos éticos, plataformas, sociedades de capital riesgo…). El Barómetro 2023 de FETS en España recoge 2.595 millones de ahorro recogido en el sector, una cantidad que se ha multiplicado casi por 20 desde 2007 y que agrupa a 186.386 usuarios. Los préstamos se destinan a cuestiones medioambientales (38,30%), pero también a cuestiones sociales (23,79%), culturales (20,33%) u otras (17,58%). El sector de los seguros éticos se presenta en este marco como un área prometedora de desarrollo. A nivel europeo, la banca ética contaba ya en 2019 con 55.500 millones de euros en activos según el informe mencionado, y una iniciativa más amplia como la Global Alliance for Bankingon Values (presente en 45 países) cuenta con más de 200.000 millones de dólares en activos, y 60 millones de clientes.

Encontramos por tanto un sector dinámico, con iniciativas sólidas y de largo recorrido, que además trabaja en forma de red, asociándose con propuestas económicas y sociales alternativas, e incorporándose a las mismas activamente (REAS, por ejemplo).

Más allá de su dimensión, significativa pero aún limitada en comparación con el sistema financiero tradicional, las iniciativas de finanzas éticas tienen un fuerte valor simbólico. ¿Conseguirán imponerse o transformar el sistema financiero tradicional? Probablemente no, pero hay que destacar su incidencia real en la generación de espacios económicos “liberados” de la lógica mercantilista y con cada vez mayor visibilidad, que obliga a las finanzas convencionales a reaccionar ante esa tensión ética.

En el futuro surgirán (y desaparecerán) muchas más iniciativas de finanzas diferentes, facilitadas por las tecnologías (Fin Tech), y seguirá creciendo la confusión. No podemos esperar una regulación clarificadora, ni que fomente, bonifique o priorice las finanzas éticas. Y es momento de no dejar que el ruido nos despiste, porque las dinámicas de fondo del mercado (liberalizadoras y de maximización del beneficio) son muy tozudas, y provocan que se busquen siempre las tácticas más inteligentes para conseguir sus objetivos reales, aunque tengan que recurrir a envolver sus prácticas con un lenguaje “buenista” y fingir que buscan el cambio. En este contexto, es crucial que las finanzas éticas mantengan su camino y no se dejen enredar por los cantos de sirena de la nueva “banca sostenible”.

Jorge Berezo (Presidente de Oikocredit Euskadi).
Jorge Gutiérrez (Instituto Hegoa, UPV/EHU).

Notas:

  1. S&P Global, The Sustainability Yearbook-2022-Rankings. https://www.spglobal.com/esg/csa/yearbook/2022/ranking/index.aspx
  2. El Global Sustainable Investment Review 2022 cifra en 30,3 billones de dólares la inversión en activos “sostenibles”, lo que supone el 37,9% del total del volumen de activos gestionados.
  3. Reglamento (UE) 2019/2088 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 27 de noviembre de 2019, sobre la divulgación de información relativa a la sostenibilidad en el sector de los servicios financieros (SFDR). Este reglamento establece una taxonomía de los fondos de inversión vinculada a la sostenibilidad. Junto a él, el Reglamento (UE) 2020/852 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 18 de junio de 2020, relativo al establecimiento de un marco para facilitar las inversiones sostenibles y por el que se modifica el Reglamento (UE) 2019/2088, fija los criterios para determinar si una actividad económica se considera medioambientalmente sostenible, a efectos de fijar el grado de sostenibilidad ambiental de una inversión.
  4. Mario Meggiolaro (2021): Las finanzas éticas y sostenibles en Europa (Cuarto Informe). Fundación finanzas éticas. https://finanzaseticas.net/wp-content/uploads/2021/12/informe-comprimido-para-web.pdf
  5. Dinerètic. https://escaner.dineretic.org/es/

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