«La única manera de hacer la paz es así, raspando las heridas»
“Volver la vista atrás es una obra de ficción, pero no hay en ella episodios imaginarios”. Son palabras del autor, que después de siete años de entrevistas y más de treinta horas de conversaciones grabadas, se propone ordenar «el magma formidable» de las experiencias de Sergio Cabrera y de su hermana Marianella, más allá del recuento biográfico, “para sugerir o revelar significados que no son visibles en el simple inventario de los hechos. Que es al fin y al cabo lo que hacen las novelas”.
En octubre de 2016, Sergio Cabrera es un cineasta colombiano de prestigio internacional, («La estrategia del caracol», «Ilona llega con la lluvia», «Todos se van», o «Golpe de estadio», son algunos de sus títulos), y recibe una invitación de la Filmoteca de Cataluña para realizar una retrospectiva de su obra. Tiene sesenta y seis años y su vida atraviesa un momento difícil; su matrimonio está en crisis, en su país se acaba de frustrar el acuerdo de paz que hubiera puesto fin a más de cincuenta años de guerra, y su padre, Fausto Cabrera, personaje central en su vida, acaba de fallecer.
Alojado en un hotel del Raval en Barcelona y ante el programa de actos y entrevistas de los próximos días, la ausencia de su padre le estremece porque el actor que también que Fausto Cabrera, está presente en cada una de las películas previstas. Así, el ejercicio retrospectivo sobre su carrera profesional se convierte, por obra y gracia del autor de la novela, en una mirada hacia atrás que repasa toda su vida y la vida de su familia. Una historia que resultaría asombrosa aún en el terreno de la ficción más imaginativa.
Perdida la guerra, el tío abuelo de Sergio, teniente coronel y héroe de la aviación republicana encabeza el exilio familiar, primero en Francia y después a través de la República Dominicana, Venezuela y finalmente Colombia. Fausto, casi un adolescente cuando atraviesa por primera vez una frontera, tiene ya veinte años cuando llega a Bogotá, allí se gana prestigio y respeto recitando a poetas como Machado, Lorca y Hernández. Sabe transmitir su fuerza poética y su compromiso político y eso le abre puertas que aprovecha con acierto para mejorar su posición y ampliar sus relaciones. En diciembre de 1947 se casa con Luz Elena Cárdenas, una admiradora perteneciente a una familia acomodada de Medellín, que será la madre de Sergio y de Marianella. Los cuatro, el padre, la madre y los dos hermanos, serán los actores principales de un relato que va adquiriendo una gran intensidad, a medida que el itinerario vital de la familia va confrontando la evolución personal de cada uno de sus componentes con la extraordinaria complejidad de los acontecimientos que han elegido vivir.
Fausto, ya por entonces comprometido con la variante maoísta del comunismo colombiano, acepta con entusiasmo la oferta de una plaza de profesor en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín, y cuando la familia se instala allí Sergio y Marianella tienen trece y once años respectivamente. En ese momento se inicia la parte más sorprendente y emotiva de la historia. Fausto, el padre, marcará la dirección desde una posición que evolucionará desde el compromiso ideológico generoso hacia el fanatismo y la madre estará siempre ahí, como un personaje luminoso y entrañable que pone su elegancia y su buena educación burguesa al servicio de la revolución. Una figura enormemente atractiva aunque casi siempre se mueva en un segundo plano. Los dos hijos por su parte, tras un primer momento de rechazo, y bajo la mirada impositiva del padre, se sumergirán con entusiasmo en la sociedad que les ha acogido, a pesar de que perciben con claridad las sospechas que despiertan su aspecto y su origen. En la China de Mao se está construyendo el socialismo y ellos quieren participar. Se incorporan al sistema educativo oficial, trabajan en la fábrica, militan en la Guardia Roja, que es la fuerza de choque de la Revolución Cultural y reciben instrucción militar especializada. Después, y con semejante bagaje volverán a Colombia, donde les esperan tres años de lucha guerrillera. La experiencia resultará dura, les dejará heridos física y emocionalmente, y será el inicio de una profunda reflexión crítica con respecto al camino recorrido.
Una historia que se lee con el placer y la complicidad que proporciona la mejor literatura, y que cuestiona el fanatismo y la intolerancia tanto como profundiza en las cuestiones éticas que suscita la violencia. Citando de nuevo al autor, «la única manera de hacer la paz es así, raspando las heridas».