(Galde 10, Udaberria 2015 Primavera). Iñaki Zarata. Redondeando fechas, las músicas vascas ‘modernas’ tendrían medio siglo de vida. Hace 50 años la práctica de la canción fue admitiendo los renovadores aires musicales internacionales. Creadores seminales como Michel Labèguerie iniciaron el reencuentro con las raíces casi perdidas, pero abiertas a los nuevos tiempos. En 1965 nació el colectivo Ez Dok Amairu (Laboa, Lete, Lourdes Iriondo, Lertxundi, Lekuona, hermanos Artze…), puente clave de esa adaptación a lo nuevo en plena socialización y comercialización de canciones a través de radios, televisiones y discos.
La tradición vocal colectiva y la modernidad los ‘conjuntos’ proto pop abonaron el nuevo campo, que también conoció una mayor presencia de mujeres: Lourdes Iriondo, Estitxu, Maite Idirin, Amaia Kasasola… Acompañando esa actualización de la canción el campo instrumental tradicional, casi en el olvido tras los años de sequía del franquismo, conoció una resurrección: la txalaparta o la trikitixa retornaron a las plazas y han conocido una imparable expansión y renovación. También la nueva sabia bertsolari ha convertido el viejo canto en práctica generalizada hasta en las escuelas.
Puentes generacionales. Los años 70 y comienzos de los 80 fueron de transición entre la música más minimalista y tradicional de los 60 y el estallido rockero de los 80. Siguió emergiendo una amplia lista de cantantes más tradicionales: Gontzal Mendibil y Xeberri, Antton Valverde, Urko, Gorka Knörr, Pantxoa eta Peio, Etxamendi eta Larralde, Guk, Bordaxar, Erramun Martikorena… Y surgió un nuevo campo de fusión renovadora: Oskorri, Izukaitz, Haizea (Txomin Artola, Amaia Zubiria), Imanol Larzabal, Iñaki Auzmendi…
Pujó el rock sinfónico: Sakre, Koska, Enbor, Alen, Magdalena, Atman… Ruper Ordorika, salido del colectivo Pott (Iturralde, Juaristi, Atxaga, Sarrionaindia), personificó al cantautor euskaldun rockerizado. En Iparralde surgieron Errobi (Anje Duhalde, Mixel Ducau (Zaldibobo, Bidaia) o Niko Etxart.. En la capital guipuzcoana existieron propuestas de cariz anglosajón: Agaros, Orquesta Mondragón, Brakaman… Los grupos de verbena fueron muy populares: Akelarre, Egan, Minxoriak, Joselu Anaiak, Drakkar, Basakabi, Drindots… Y en el folk euskaldun renovado hubo sólidas propuestas: Ganbara, Lauburu, Azala, Mirotz, Txanbela, Kazkabarra, Izugarri, Aritzak…
La explosión rockera. La década de los 80 conoció la dialéctica «modernos»-«radicales». A la par que la ‘movidas’ madrileña o gallega, en Donostia hubo mucho de lo primero: La Banda Sin Futuro (después Derribos Arias), la etiqueta ‘Donosti sound’ (Asco, Puskarra, Negativo, Mogollón, UHF)… En el interior, Jotakie sería una sólida referencia euskaldun. En Bilbao existió también una alta agitación pop-rockera. La eclosión rockera conoció grupos heavy metal, rockabilly (de Aristogatos saldría Mikel Erentxun, componente de Duncan Dhu), garaje y otras tendencias.
Y surgió el maremoto punk. Las periferias industriales se hicieron escuchar con ruido. Errenteria (Alarma, Odio, Basura, TNT…); Lenitz (Doble Cero, RIP, Cirrosis, Eskoriatza…); Irun (Vómito Social, Antirégimen…), Andoain (BAP!), Burlada (Tensión) o la Margen Izquierda bilbaína (Zarama, Eskorbuto, Vulpess, Distorsión, Gazte Hilak, Nacional 634…). Más La Polla Records (Agurain), MCD (Bilbao), Cicatriz en la Matriz (Gasteiz), Optalidón o Los No (Donostia)… La mayoría, respuestas nihilistas al sistema adulto que fueron siendo acompañadas por grupos más ideologizados: Hertzainak, Barricada, Kortatu, Baldin Bada… Gasteiz cosechó una escena reggae (Potato y cía). Y también llegó la fiebre radical a Iparralde.
El diario ‘Egin’ organizó el festival ‘Egin Rock’, Herri Batasuna se adecuó a los nuevos tiempos con su oportuna campaña ‘Martxa eta Borroka’ y algunos agentes comerciales movieron sus intereses hacia lo que se dio en llamar «movimiento» ‘Rock Radical Vasco’, de enorme repercusión cultural, social y política con su autoorganización en colectivos sociales, ocupación de locales, radios «libres», sellos discográficos, publicaciones (‘fanzines’) y otras formas de agitación.
Pero tras la ebullición de la década anterior, los 90 fueron época de asentamiento de algunas experiencias sólidas y de crisis de muchos intentos menos originales. Había existido la crisis de los cantautores y ahora llegaba la de los grupos radicales. Los estilos se abrieron hacia el rap-reggae-metal (Negu Gorriak), lo ‘indie’ y alternativo y músicas menos etiquetables. El jazz seguía teniendo su momento anual con los grandes festivales e iba asentando su siempre original pero minoritario espacio. Músicos valientes (M-ak, Doctor Deseo, Beltran & Goikoetxea, Josetxo Goia-Aribe y otros) dejaron constancia de obras particularmente originales.
Infraestructuras. Euskal Herria ha demostrado iniciativa organizativa también en el mercado musiquero. Donostia fue sede de la fábrica de discos Columbia. A la casa discográfica Goiztiri (Baiona), pionera en grabar discos autóctonos, le seguirían Xoxoa, Herri Gogoa, Elkar o IZ. En Navarra existió Soñua (luego Nola!, Oihuka y GOR). En Bizkaia, Discos Suicidas o más recientemente Baga-Biga. En Gipuzkoa, Shanti Records, Basati o Esan Ozenki/Metak/Bide Huts y después Gaztelupeko Hotsak-Errabal. En Iparralde, Agorila o Skunk. Y hay siempre una sopa de siglas de diferentes propuestas discográficas que nacen y desaparecen, con iniciativas actuales tan dinámicas como Bonberenea, mientras Elkar sigue siendo la discográfica mayoritaria. A comienzos del siglo XXI se editaban unos 200 discos anuales. En 2005 se sobrepasó la cifra de 300, que fue descendiendo en los últimos años, volvió a ser de más de 300 discos en el año 2011 y se mantiene entre 250-300.
El terreno de los promotores, salas, clubs y locales va variando, reflejando siempre el dinamismo del sector. La relación entre creadores musicales y la prensa escrita ha sido fluida e incluso estrecha. Más complicada parece la relación con las grandes cadenas radiofónicas privadas, por su estricto sesgo comercial. Hecho que se ha compensado con la iniciativa pública (Radio Euskadi-Euskadi Irradia, etc.) y la experiencia de las radios «libres». Polémica ha sido en general la relación de la televisión pública ETB con la riqueza musical vasca. Las instituciones suelen apostar más por la música clásica o macro acontecimientos musicales, pero siempre ha habido una línea de subvenciones, concursos y colaboración con los sonidos ‘populares’.
Siglo XXI y conclusiones. Que se publiquen memorias, biografías y análisis sobre sucesos o protagonistas culturales suele ser contradictorio: pueden indicar el desgaste del fenómeno, pero a la vez lo reconocen como destacable. La música popular vasca ha acumulado en estos últimos años una amplia colección de análisis, libros, reportajes filmados y otro tipo de estudios. Se mira al pasado reciente para conocerlo y reconocerlo. Y falta que hace porque los nuevos tiempos se definen por una mega crisis en las estructuras de difusión y venta con la pérdida de interés de los discos, de las tiendas musicales e incluso de las casas discográficas; la menor influencia de la radio y la TV y la irrupción de internet y otras plataformas digitales. Se ha revalorizado la independencia, la auto organización y hasta la música en vivo. Las tendencias se renuevan según los movimientos internacionales y han prácticamente desaparecido las cerradas ‘tribus’ estilísticas de antaño. Sigue viva la llama de la música en directo con grandes festivales y un repleto panorama de conciertos cada fin de semana.
La escena musical vasca ha demostrado tener dinamismo propio en lo creativo y autonomía en lo organizativo. También una personalidad específica (por el uso del euskera, por su radicalidad en los mensajes, por ciertas experiencias con instrumentos y sonidos más autóctonos…). El colectivo musiquero vasco sigue desprendiendo una notable actividad creativa y social y se ha incorporando de modo natural a la enésima revolución tecnológica.