(Galde 10, Udaberria 2015 Primavera). Enrique Bethencourt. No comparto el sentido del humor del concejal de Ahora Madrid que se acaba de hacer cargo del departamento de Cultura del ayuntamiento que dirige la admirable Manuela Carmena. Difundir chistes de judíos convertidos en cenizas que ocupan poco espacio en un coche o mezclar de forma monstruosa las amputaciones sufridas por Irene Villa con los restos de las torturadas y asesinadas niñas de Alcásser no demuestran mucha sensibilidad que digamos.
Tengo profundas diferencias políticas e ideológicas con Irene Villa. Pero también un profundo respeto hacia su persona, víctima de una barbarie irracional. Me impresionó profundamente el atentado que sufrió siendo apenas una niña. Y no soporto las frecuentes mofas que algunos realizan en Twitter o en otros lugares y que confirman una absoluta falta de humanidad, de falta de empatía con el dolor de los otros.
Me pasa igual con las asesinadas niñas de Alcàsser: algunos de sus progenitores, como ocurre con los de Marta del Castillo, abanderan la implantación de la cadena perpetua, que no comparto en modo alguno, aunque entiendo que la propuesta está muy condicionada por el irreparable dolor sufrido, en el que es difícil que prevalezca la justicia frente al deseo de venganza. Como entiendo, también, que los legisladores deben respetar y apoyar a las familias, pero no legislar en función de lo que manifiesten las víctimas.
He tenido la fortuna de conocer a personas, en Las Palmas de Gran Canaria, que sufriendo experiencias similares -la muerte violenta de un hijo, pateado brutalmente en la cabeza por varios jóvenes en una calle de la ciudad- mantienen un ejemplar discurso donde prevalece el deseo de justicia y el abordaje de los problemas de violencia que afectan a nuestra sociedad, sin deseos de vendetta alguna.
GRACIETAS. Que las gracietas, como vemos a veces en las redes, las lleven a cabo personas presuntamente progresistas me parece nauseabundo. Deberán explicar qué tiene de progresista burlarse de las víctimas del Holocausto, del terrorismo más irracional y brutal, de una violación o de las distintas formas de intolerancia y marginación.
Cierto es que otros bárbaros disparan desde el otro lado de la frontera. Lo hemos visto cuando decenas de tuiteros se alegraban de la caída del avión de Germanwings por el hecho, feliz para ellos, de que viajaban muchos catalanes (y por ende independentistas) en el aparato. Asimismo, cuando otros se burlaban de la reciente muerte de Pedro Zerolo. O, en fin, es duro soportar que en un debate parlamentario una estúpida diputada espetara un ¡qué se jodan! dedicado a los parados.
Creo que el ínclito Guillermo Zapata, que así se llama el flamante concejal, tiene enormes dificultades para explicar esos tuits de 2011, por mucho que apele a que entonces era un anónimo ciudadano sin presencia ni en la política ni en las instituciones. Añadiendo que “siempre me ha gustado el humor negro y cruel. Lo considero una expresión sana para reírnos de los horrores que hacemos los seres humanos”. “Entiendo que no es lo mismo un tuit realizado por una persona anónima que la expresión de un representante público. Disculpas en ese sentido”, concluye.
No voy a entrar en el tema de si debe o no ser apartado de la función directiva que le ha adjudicado Carmena.
Lo que más me preocupa es la defensa de semejantes actitudes, en el ámbito periodístico o en las redes, de algunos sectores progresistas y, especialmente, de gente del mundo de Podemos. Quitándole hierro al asunto o señalando que la derecha también dice cancaburradas y falta al respeto, por ejemplo, a las víctimas del franquismo. Recordando disparates impresentables como el del pepero Rafael Hernando que despiadada e injustamente vinculó las subvenciones al mayor interés de sus familiares por rescatar los cuerpos que aún se encuentran en las cunetas.
Lo uno no justifica ni atenúa lo otro. La falta de la más mínima sensibilidad con el sufrimiento ajeno no es nunca una virtud, practique quien la practique. La homofobia, el racismo, la xenofobia, la misoginia o el desprecio a las personas que padecen alguna discapacidad tienen poca o, más bien, ninguna gracia.
Es cierto que desde sectores conservadores se está aprovechando la pollabobada del concejal para tratar de sacar lasca política al asunto. Y que poco o nada tienen que decir los que han justificado recientemente, por ejemplo, el lema Limpiando Badalona del ya ex alcalde Albiol, puro racismo embotellado, o se niegan a condenar un régimen criminal como el franquismo.
Pero me pregunto que estarían diciendo ahora los múltiples defensores de Zapata si la autoría fuera de un dirigente de Nuevas Generaciones o un periodista pro-PP.
“Yo conozco a Guillermo Zapata, y si alguien dice que él es racista o antisemita se equivoca radicalmente, no lo es ni por asomo”, afirma Juan Carlos Monedero.
Es posible que sea así, al menos en el plano intelectual y teórico. Otra cosa es que lo sea en el terreno de los sentimientos y de la sensibilidad hacia las personas que han sufrido todo tipo de brutalidades por el poder, por parte de grupos armados o por criminales del más variado tipo. Víctimas que no merecen, en ningún caso, ser objeto de escarnio. Ni en broma.