¿Podemos? Al menos, deseamos poder…

GraficoCOPADAVIS_Julio2010

Imanol Zubero. (Galde 06, primavera/2014).
1.  «Sin embargo, misteriosamente, es en el deseo donde se está generando un cambio. Lo siento en los hombres que se me acercan en la calle y lo creo de las juventudes del mundo». Ernesto Sabato escri­be estas palabras en un ensayo titulado La resisten­cia, publicado en el año 2000. Las he recordado cada vez que me he detenido a reflexionar sobre los resul­tados de las últimas elecciones europeas, pues creo que esas palabras desvelan el pálpito de un proceso de fondo que a partir de 2010 ha empezado a transformar nuestras sociedades. Un proceso que tuvo su primera expresión pública en forma de acampadas, ocupacio­nes de plazas, marchas ciudadanas y mareas sociales, y que ahora ha emergido como institucionalidad políti­ca, con una dimensión que nadie había previsto.

2. En las generales de 2008 el PSOE obtuvo 11.289.335 votos (43,87%). En las generales de 2011, 6.973.880 (28,79%) y en las europeas de 2014, 3.593.945 (23%). Casi ocho millones de votos perdidos en seis años. Casi tres millones cuatrocientos mil desde la anterior convocato­ria electoral, en 2011. Se mire como se mire, se compare como se quiera comparar, esta situación no es coyuntural sino estructural. ¿Ha finalizado definitivamente el ciclo político de la socialdemocracia en España? Ya ocu­rrió en Italia, es verdad que por algunos motivos distin­tos, que no se dan en nuestro país, o no de la misma manera. Allí fue la denominada Tangentopolis, trama generalizada de corrupción que implicó igualmente al Partido Socialista de Craxi como a la Democracia Cristiana de Andreotti y Forlani, y que acabó con la tradición política de coaliciones (formales o informales) entre las dos gran­des fuerzas políticas que se repartían el poder desde la salida de la guerra. En España tal vez no sea justo ha­blar de una tangentopolis objetiva (aunque los casos de políticos imputados y juzgados por corrupción es ver­gonzosa, y afecta especialmente a los dos grandes par­tidos), pero lo cierto es que vivimos una situación de «tangentopolis subjetiva»: una buena parte de la ciudadanía critica con dureza la manera en que am­bos partidos están afrontando el problema de la corrup­ción, considerándolos incluso cómplices de la misma.

3. Con Rubalcaba liderando el partido estos dos últi­mos años, ni siquiera el lenguaje de oposición ha teni­do ningún eco. Ha sido una oposición de cartón piedra, sustanciada en un juego de salón parlamentario, cada vez más alejado de la gente. En la calle, la oposición la han liderado otras organizaciones sociales: las «mareas». Juan José Millás ha reflejado excepcionalmente esta irrelevancia política en su columna «Éxito gramatical» (El País, 30 mayo 2014): «El PSOE se fue al carajo cuando dijo No Podemos. No podemos negar a los bancos su derecho a dejarte sin casa, ni a las eléctricas el suyo a quitarte la luz, ni a las gasísticas el de cortarte la calefacción. No podemos, «cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste», desoír las órde­nes del Ibex 35. Aquel No Podemos fundacional de Zapatero marcó el rumbo a Rajoy. No Podemos dejar de pagar la deuda, No Podemos perseguir a los defraudadores fiscales, No Podemos meter en la cárcel a nuestros amigos corruptos, No Podemos evitar que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres…». Esta irrelevancia política tie­ne que ver, paradójicamente, con su fijación con el poder. El PSOE se ha convertido en un puro instrumento orientado a la gestión del poder. Cada vez más instalado en las instituciones de poder –parlamentos, consejos, fundaciones, empresas pú­blicas, cajas de ahorros– se ha olvidado de trabajar la hegemo­nía. Lenin ha expulsado a Gramsci. Por eso, cuando ha accedi­do al poder se ha acabado manifestando una evidente impotencia política. Recordemos de nuevo el artículo de Millás. O pensemos en la reforma-express de la Constitución, o en tantas y tantas cuestiones sobre las que el socialismo de gobierno ha tomado decisiones sin considerar la forma en que estas debilitaban sus banderas y mensajes.

4. El PSOE ha sido la lista más votada sólo en Andalucía (con el 35,15% de los votos, doce puntos menos que en los anteriores comicios, pero doce más que los conse­guidos por el PP), en Extremadura (38,82% PSOE; 35,47% PP) y en Asturias (26,10% PSOE; 24,07% del PP). Sin duda hay aquí un efecto «poder», pues son las únicas tres co­munidades en las que el socialismo gobierna o pudo go­bernar (en Extremadura, si IU no apoyara al PP). Pero na­die debería llevarse a engaño: el logro y ejercicio del poder político es un medio para la transformación de la socie­dad, no un fin en sí mismo. Entre el poder-medio y la transformación-objetivo pueden darse distintas combi­naciones, en función del momento: hay ocasiones en las que la permanencia en el poder juega en contra del logro de los objetivos, como se comprobó con el gobierno de Zapatero a partir de 2010 y su «cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste». Si bien el PSOE no puede dejar de pensarse como «expresión más institucionaliza­da y pro-poder» de la izquierda española –esa ha sido y es su característica más distintiva frente a otras izquier­das de movilización, de protesta o de ideas–, continuar limitándose a pensarse sólo en términos de poder es ya insostenible. Alcanzar el poder es importante, y desde el poder es posible impulsar un círculo virtuoso que empu­je hacia arriba al cuerpo electoral: estar totalmente fuera de los órganos políticos de poder y decisión puede acabar por desanimar el voto (es la cuestión del «voto útil»).

5. Surge aquí una cuestión periférica a esta reflexión, pero de mucha importancia: la que tiene que ver con el sistema electoral vigente en España. Fue un diseño concienzudamen­te ideado en su día por UCD, el partido de Adolfo Suárez, buscando un doble sesgo: mayoritario, para permitir a los ganadores una sobrerrepresentación en el Parlamento en de­trimento de los partidos pequeños, y conservador, para dar más poder de elección a los territorios de derechas. Es un hecho reconocido por uno de los protagonistas del diseño electoral, el entonces diputado de UCD Óscar Alzaga, cuya reflexión reproducen los investigadores Ignacio Lago y José Ramón Montero: «Puesto que los sondeos preelectorales (previos a las generales de 1977) concedían a la futura UCD un 36-37% de los votos, se buscó hacer una ley en la que la mayoría absoluta pudiese conseguirse con alrededor del 36-37%. Y con un mecanismo que, en parte, favorecía a las zo­nas rurales, donde (…) UCD era predominante frente a las zonas industriales, en las que era mayor la incidencia del voto favorable al PSOE». Mientras los dos grandes partidos, PSOE y PP, acumulaban en cada convocatoria electoral alre­dedor del 80% del voto, el efecto-castigo de la ley electoral sobre IU y UPyD podía considerarse un «mal menor», con efectos relativamente bajos sobre la representación electo­ral de la sociedad española. Pero esta idea, cada vez más cuestionada, en estos momentos es simplemente insosteni­ble. Si en unas elecciones generales se repitiera una distri­bución de voto parecida a la de las últimas europeas, la rei­vindicación de cambiar el sistema electoral por otro proporcional (ya sea de circunscripción única, ya autonómi­ca, pero superando el actual de base provincial) no va a po­der soslayarse. Recordemos que en las últimas elecciones PP y PSOE recibieron tan sólo 7,6 de los 15,9 millones de vo­tos emitidos, lo que significa que se quedaron en el 49% del total de votos. Adiós bipartidismo, adiós.

6. El socialismo sigue siendo la fuerza más votada en el espacio progresista: sus tres millones y medio de votos aún superan la suma de IU (millón y medio), Podemos (1.200.000) y Primavera Europea (600.000), aunque por muy poco. Pero ya no es la fuerza de referencia. No sólo porque en esta ocasión la pérdida de votos ha sido tan enorme; es posible que en unas elecciones locales, incluso en unas ge­nerales, recupere voto, distanciándose de nuevo del resto de organizaciones de izquierda. Pero estas elecciones han supuesto el final definitivo del voto cautivo: la fidelidad del votante socialista se ha venido abajo. En julio de 2013, una encuesta adjudicaba al PSOE una fidelidad de voto del 55%, porcentaje que para febrero de 2014 se desplomaba hasta el 34%. Al margen de cuál sea la validez estadística de estos datos, lo cierto es que el PSOE deberá aprender a moverse en un entorno electoral radicalmente distinto al que se ha movido a lo largo de su historia, infinitamente más incierto y, por ello, más inseguro.

7.  Se podrá discutir si el PSOE está hoy más o menos a la izquierda. Personalmente creo que no hay dudas de que es izquierda en cuanto a los derechos civiles y políticos, pero centro-derecha con toque social en cuanto a los derechos sociales y económicos. De izquierdas en el aborto, de centro en los desahucios, y diría que de derechas en la inmigración. A este respecto, resulta muy interesante la lectura del libro de Guillermo Cordero e Irene Martín, Quiénes son y cómo votan los españoles de izquierdas (Los libros de la catarata, Madrid 2011). Pero lo que es indiscutible es que, aún en el caso de que esté, simplemente ya no se le espera. Hasta ahora el PSOE podía pensar que, incluso ta­pándose la nariz, los votantes de izquierda acabarían vol­viendo a meter su papeleta en las urnas aunque sólo fuera como rechazo de un PP cada vez más radical. Pero la ima­gen de un PSOE como último y en realidad único refugio frente a la derecha se ha terminado. Primero, porque hace ya tiempo que no estaba claro que realmente sus políticas fueran tan distintas de las de la derecha (en esto el 15-M y su idea del PPSOE, de donde luego ha venido lo de la «casta», ha jugado un papel fundamental); segundo, porque estas últimas elecciones han mostrado que otra izquierda es posible, no sólo en la periferia del sistema político, sino en su centro institucional. En estas elecciones los votantes del PP han tendido más bien a quedarse en casa (ha habido corrimiento, hacía Vox, Ciudadanos y UPyD, pero la mayoría de su electorado clásico no ha votado), mientras que los del PSOE han «emigrado»: la izquierda ha votado más que la derecha, pero no al PSOE. De los 2,5 millones de votos suma de los logrados por IU, Podemos y Compromis, buena parte han sido de trasvase, aunque otros, so­bre todo los de Podemos, son nuevos.

8. Fijémonos en lo que ha ocurrido con el voto blanco y nulo. En las autonómicas de 2011 se registraron 584.012 votos blancos (el 2,54% del total de votos emitidos) y 389.506 votos nulos (1,7%). En conjunto, un 4,24% de vo­tos, frente a menos del 2% en las generales de 2008. Evidentemente, no hay manera plenamente fiable de ad­judicar un significado preciso a esos votos, pero dado el contexto en el que se desarrollaron aquellas elecciones es razonable considerarlos como «voto de protesta». De hecho, esta expresión electoral fue una de las propues­tas del 15-M. En estas últimas elecciones un total de 289.457 personas han emitido un voto nulo (1,82% de los votos) mientras que los votos en blanco han sido 356.535 (un 2,25% del total de votos emitidos). En total, 645.992 votos entre ambas opciones: muchos más que en las anteriores elecciones europeas de 2009 (319.851, entre nulos y blancos), las últimas antes del 15-M, pero muchos menos que los 973.518 de 2011, las primeras celebradas tras la irrupción del 15-M. Esto quiere decir que una buena parte del voto que se movilizaba hasta ahora como protes­ta (sobre todo en forma de voto blanco) ha encontrado una salida a la izquierda del PSOE.

9. Entre las europeas de 2009 y las de 2014 el PSE-EE ha perdido 98.294 votos, pero entre las generales de 2008 (te­cho electoral) y estas últimas elecciones la pérdida es de 213.197 electores. Doscientas mil personas que, después de haber hecho lo más difícil (considerar la opción PSE-EE), han decidido no votarle en esta ocasión. Si en el conjunto de España el PSOE ha perdido desde las anteriores euro­peas de 2009 un 15,5% de peso electoral (del 38,5 al 23%), en Euskadi la pérdida del PSE-EE es del 14% (del 27,78 al 13,78%) un punto y medio menor. La diferencia más im­portante es que en Euskadi empieza a haber muy poco espacio para el PSE-EE. Con el fin del terrorismo en Euskadi se ha acabado el tiempo de la épica política. Se podrá pen­sar que directamente hemos pasado a los tiempos de la vergüenza, en los que la sociedad ha olvidado que no hace mucho aquí había víctimas políticas y victimarios también políticos, que estos segundos hicieron todo lo posible para impedir que las primeras desarrollaran con normalidad su trabajo de representación política, y que entre estas vícti­mas se encontraba la militancia y las y los representantes del PSE-EE. El caso es que todo eso ha quedado atrás. El PSE-EE ya nunca más podrá legitimarse recurriendo a su biografía de resistencia cívica contra el terrorismo. En su momento le ocurrió lo mismo al PCE a la salida del fran­quismo: en poco tiempo la sociedad española, el electorado de izquierdas especialmente, había amortizado su pa­pel en la lucha contra la dictadura. La historia no sabe de justicia o de injusticia.

Fractura

10. El PSE-EE debe hacerse una pregunta esencial, y buscar una respuesta que hoy por hoy es cualquier cosa menos evidente: ¿cuál es su papel en la Euskadi de hoy? O más directamente: ¿para qué sirve el PSE-EE? ¿qué puede ofrecer a la sociedad vasca que nadie más ofrezca? Si no es más eficiente, ni siquiera más «social» que el PNV, ¿qué ofrece? Tampoco es capaz de ofrecer una alternati­va política al nacionalismo soberanista. Más allá de un eslogan utilitario, enarbolado como trinchera de emer­gencia frente al soberanismo, el PSOE carece de una cultura y un proyecto federalista para España, y el PSE va a ser la siguiente víctima de esa carencia, sufriendo un destino parecido al del PSC. En Madrid, Extremadura o Andalucía se puede seguir tirando durante un tiempo como si esto del nacionalismo soberanista no fuera más que un brote territorialmente localizado, pero la ausencia de una auténtica propuesta federalista es, para el socialis­mo vasco, una herida mortal.

11. Pero estas elecciones tam­bién han tenido su lado bueno. Para empezar, el último intento de im­pulsar un partido a la derecha del PP, es decir VOX, ha sido un es­trepitoso fracaso. No caigamos en el error de pensar que eso es así porque el PP ya es VOX. No lo es. En segundo lugar, estas elec­ciones dibujan un espacio electo­ral más a la izquierda que el que salió de las europeas de 2009: en aquellas elecciones la suma de PP, UPyD y Coalición por Europa (PNV, CiU, CC) fue de 28 escaños, mientras que la de PSOE, Iz­quierda Plural 2 y ERC fue de 26; en estas últimas elecciones PP, UPyD y Coalición por Europa han obtenido 23 escaños, frente a los 31 que suman las fuerzas progre­sistas (PSOE, Izquierda Plural, ERC, Los Pueblos Deciden, Pode­mos, Ciutadans, Primavera Euro­pea). Admito, por supuesto, du­das sobre el «progresismo» de cualquiera de estas fuerzas: es sólo un juego. Si proyectáramos –utilizando los datos en bruto, sin ninguna elaboración y, por tanto, sin ninguna intención de hacer una proyección fiable- los resultados de las europeas a unas autonómicas, hoy tendríamos un parlamento vasco más de izquierdas y menos nacionalista que el que salió de las elecciones autonómicas de 2012:

·En 2012: Izquierda (Bildu, PSE) 37 escaños / derecha (PNV, PP, UPyD) 38 escaños. Nacionalismo (PNV, Bildu) 48 / no nacionalismo (PSE, PP, UPyD) 27.

·En 2014: Izquierda (Bildu, PSE, IU, Podemos) 41 / dere­cha 34. Nacionalismo (PNV, Bildu) 42 / no nacionalismo (PSE, PP, IU, Podemos, UPyD) 33.

Ya sé que esta separación metodológica entre el cleavage de la ideología y el de la identidad nacional no funciona en la realidad. Lo vemos en Cataluña, don­de izquierda y derecha nacionales avanzan alegremente hacia la soberanía incluso sobre las ruinas de Can Vies. Lo único que quiero es plantear un escenario en el que el fracaso de la socialdemocracia no tiene por qué significar el fracaso de la izquierda. Es verdad que un problema sería la creciente fragmentación de la izquierda. Pero esto se arregla haciendo esfuerzos por coincidir en políticas concretas.

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