Galde 36 – primavera/2022. Jasón & Argonautas.-
Hacen un desierto y lo llaman paz (Tácito)
Aunque en estos días de sangre y muerte parezca trivial, los argonautas seguimos surcando azules mares de tinta y recogiendo al vuelo en los puertos las historias que vemos o nos cuentan. Esta es la razón del viaje y no otra: poner oído más que a las voces, al eco de las pequeñas cosas. Sin detenernos en los frutos del Comercio y de la Industria nos acercamos curiosos a las gentes de las ciudades a las que arribamos por ver qué libros leen, qué historias narran, qué imágenes guardan, crean, les divierten o aterran. En fin, atendemos esos sutiles márgenes de la vida de los que se ocupa lo que llamamos cultura. Hace ya años que perdimos el rumbo a la Cólquida y que sospechamos que los vellocinos no son de oro sino inútiles pellejos rancios mal curtidos.
I.- Dice Ítalo Calvino (Las ciudades invisibles) que “las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, pero trueques que no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”. En síntesis, son lugares de cultura.
Nuestra nave Argos fondea hoy frente a la ciudad de Odesa, la que llaman Perla del Mar Negro. Aseguran los estudiosos que ya en tiempos de la antigua Grecia, Herodoto visitó su primitivo asentamiento y se interesó por los pueblos que allí habitaban: griegos, escitas, sármatas y las legendarias amazonas. Aún hoy, dicen, abundan restos griegos en la ciudad. El poeta Aleksandr Pushkin vivió y escribió en Odesa a principios del siglo XIX, y la describe como la ciudad donde “todo a Europa huele y respira” y donde se podía hablar francés y leer prensa europea; lugar de artistas, científicos, intelectuales y nobleza veraneante rusa y polaca en su mayor parte. Cien años después, la ciudad era considerada una de las más confortables y avanzadas de Europa por sus comunicaciones, servicios públicos de agua, alcantarillado y pavimentación, hospitales, balnearios y centros de educación y cultura. Las óperas se cantaban en ruso, polaco, alemán, italiano y francés y sus bulliciosas calles albergaban cerca de mil cafés y restaurantes, templos de estilo bizantino, teatros, museos, palacios y bellos edificios residenciales de decoración italiana, francesa o armenia, además de la célebre escalinata que inmortalizara Serguéi Eisenstein en El acorazado Potemkin.
Los navegantes que salen del puerto nos dan noticia de otras ciudades que se extienden por la vasta llanura ucraniana: Kiev; Járkov, Donetsk, Zaporiyia, Lviv, también conocida como Leópolis, patrimonio de la Humanidad por su herencia cultural y arquitectónica. De Járkov destacan quienes la han visitado su potencia económica, sus centros industriales y de alta tecnología informática.
Escuchamos decir a los viajeros que no se debe abandonar Kiev sin haber visto su catedral de Santa Sofía, famosa por sus antiguos frescos y mosaicos. Desde su campanario cuentan que se puede disfrutar la hermosa vista de la ciudad y ver brillar las cúpulas doradas de sus otras iglesias y monumentos. Quienes se interesen por las vanguardias artísticas, no dejarán de visitar en el Museo Nacional de Arte Ucraniano algunos trabajos de uno de los más grandes artistas nacidos en la ciudad: Kazimir Malevich, ideólogo del suprematismo y quien primero prescindió de la realidad visible para fundar su obra exclusivamente en la fuerza del color y la geometría. Su concepto de la abstracción total, la supremacía de la nada, quedaría plasmada en su Cuadrado negro sobre fondo blanco.
II.- Ucrania, tan lejana y tan próxima. ¿Qué será de todo lo dicho, no en el transcurso de siglos ni en décadas, sino cuando se hayan publicado estas líneas en Galde y la maquinaria de la destrucción bélica haya cumplido probablemente ya su funesta misión? ¿Qué será de las ciudades de Ucrania y de sus desdichados habitantes? Eros y Tánatos. Impulso de vida, placer y supervivencia ayer, hoy pulsión de muerte y destrucción. Congoja de Ucrania en el corazón.
También en Odesa nació Anna Ajmátova, poeta sensible y brillante, leída hoy en numerosas lenguas, y a la que el estalinismo persiguió hasta destruirla moral y físicamente por considerarla “representante del pantano literario reaccionario apolítico”. La misma falacia tóxica con la que ahora no se agrede a un país soberano y se aniquila a su población sino que se “libera Ucrania de fascistas”. Dejó Ajmátova constancia de su propio sufrimiento y del de su generación, también de su esperanza triste, en versos terribles:
Tanto que hacer el día de hoy:
matar la memoria, asesinar el dolor,
convertir el corazón en roca
y todavía disponerse a vivir de nuevo.
Volveremos los argonautas a surcar nuestros pequeños mares de tinta, arribaremos a otros puertos y continuaremos preguntando a sus moradores por sus banales aficiones: sus actores favoritos, las novelas de su vida, si conocen tal o cual canción, porque el logro de la democracia y la libertad es una dura conquista que sirve, entre otras muchas cosas, para tener derecho a defender lo trivial. Poder discutir apasionadamente, pongamos por caso, de un estreno de cine o del último libro leído.