Carlos Carnicero
Profesor de Enseñanza Secundaria
Cuando nos referimos a la enseñanza de la Historia en los institutos de hoy en día hemos de hacer forzosa referencia al marco general de la enseñanza y, más importante aún, al “material” con el que el profesorado debe de trabajar, nuestro alumnado.
Hacer diversas referencias a la generación posterior es tan antiguo como la propia especie humana, variando el juicio según el momento. Justa o injustamente, en el “hoy” al que hacemos referencia, la mayoría del profesorado, hemos constatado que no nos encontramos ante una generación mejor, al menos en el ámbito académico. Son numerosas las voces escandalizadas en la universidad que proclaman la deficiente preparación con que están llegando los nuevos alumnos. Una tendencia al declive de nivel que se hace extensiva hace ya tiempo a la secundaria con respecto a la etapa anterior, la primaria. Entiendo que no sólo es una cuestión de echar balones fuera, sino que existe una verdadera convicción, en cada uno de los niveles educativos, de que el alumnado llega cada vez peor preparado de la etapa anterior.
La Historia nunca fue una materia sencilla de asimilar a temprana edad. Sus complejos conceptos y la imperiosa necesidad de ponerse en el lugar de otros seres humanos a través del espacio-tiempo, no resultan tarea fácil cuando una persona no goza de un bagaje vital prolongado. Suscita filias y fobias, habiendo algunos alumnos a los que les apasiona, cada vez menos, y otros que la detestan, argumentando que es un rollo que no les sirve absolutamente para nada en sus vidas. Más allá de la búsqueda de motivación, el alumnado de hoy en día presenta alarmantes carencias de comprensión lectora, algo detectado a través de las diferentes pruebas de nivel que se realizan de un tiempo a esta parte. Esta herramienta resulta básica a la hora de recibir, procesar y comprender la información que se les trata de transmitir. En el País Vasco, además, hay que añadir la circunstancia de que un número muy notable de alumnos estudian en una lengua que no es la suya materna y que no utilizan más allá de las aulas. Muchos no consiguen durante las etapas previas un nivel aceptable como para afrontar la adecuada recepción de información durante la secundaria, lo que supone un problema enorme.
La cuestión de la atención merece capítulo aparte. No se trata solo del creciente número de alumnos que son diagnosticados con diferentes grados de su trastorno. Esa es, seguramente, la punta del iceberg de la realidad que arrastran las últimas generaciones. Incapaces de atender concentrados en una clase magistral, también se muestran ausentes ante documentales, videos o películas que tratan de transmitir el conocimiento de la asignatura de una manera más “divertida” o “atractiva”. El alumnado, en general, no mantiene la concentración ante la exposición de una información más allá de veinte minutos. Esto hace muy difícil la posibilidad de aprovechar el tiempo de las clases en su totalidad y obstaculiza las opciones de llegar hasta el final del temario programado. Se nos reclaman nuevas formas de enseñanza y adaptación a las características de los alumnos, pero nuestra materia se basa en la transmisión de información. El alumnado debe recibirla, procesarla y ser capaz de retener los aspectos fundamentales de la misma para poder explicarla y transmitirla mediante diferentes formatos. Y todas esas esencias no pueden ser alteradas sin cambiar el fundamento de la asignatura.
Llegados a este punto, cabe preguntarse si hay que continuar “adaptando” la materia al alumnado o convendría empezar a cambiar ciertos métodos pedagógicos para que sea éste el que se adapte a lo que requieren numerosas asignaturas en secundaria. Son ya muchos años de trabajo con pantallas y digitalización muy temprana. Pero cuando pides que los alumnos hagan búsquedas de información en internet, muchos no pasan de la recopilación de lo que el índice del buscador les devuelve en primera posición, sin ningún tipo de intención de entrar en la página en sí para una lectura más completa y mucho menos de hacer una comparación de la información de diferentes páginas. La falta de esfuerzo y la deficiente adquisición de un método de estudio más eficaz, de lo que no hay atisbo en primaria, conllevan una falta de adaptación a las exigencias de la secundaria, donde se trata de impartir conocimiento.
Esta realidad ha ido llevando a replantear los modos de evaluación, ante el desplome del nivel en los resultados. De forma más o menos disimulada el profesorado trata de hacer evidentes las preguntas que entrarán en los exámenes, en lo que se suele llamar “repaso”. Éste no deja de ser un intento a la desesperada para que aquellos que vean el aprobado al alcance de un último vistazo a las respuestas de las preguntas reveladas, reúnan la motivación suficiente para realizarlo y así salir del inaceptable e interminable listado de suspendidos.
El uso de los proyectos en grupo se ha extendido ante la exigencia de la evaluación por competencias, donde trabajar un mayor número de ellas. Aunque con evidentes beneficios para algunos aspectos educativos, los proyectos en grupo suelen ser una gran oportunidad para que varios de los integrantes del mismo se aprovechen de la labor de uno o varios de sus compañeros. Resultan una buena enseñanza para determinadas necesidades de adaptación a la realidad, pero no destacan por su eficacia a la hora de trabajar y asimilar conceptos. Es por ello que su necesaria utilización debería de ser equilibrada y bien programada.
La inteligencia artificial ha sustituido al esfuerzo de búsqueda de información, comprensión y plasmación de la explicación pertinente en el formato digital solicitado. De tal manera que resulta ciencia ficción valorar un trabajo individual o grupal simplemente con lo presentado de forma gráfica y escrita. El único modo de acercarse a una evaluación más real es la exposición oral de la labor realizada, algo que ya se hacía anteriormente en algunos casos, pero que ahora es imprescindible si no se quiere perpetrar el sinsentido de calificar a la propia inteligencia artificial. Cansados de que el producto final tras el bachillerato sea de dudosa calidad, han comenzado a replantearse las pruebas de acceso a la universidad en la mayoría de asignaturas. Establecer sanciones a las faltas de ortografía a nivel general y hacerlas más coherentes con los conocimientos que se exigirán en la educación universitaria resulta insuficiente. En el caso de la prueba de Historia, se ha rediseñado hacia una mayor exigencia de comprensión y capacidad de explicación, marginando un tanto el simple esfuerzo memorístico al que ha respondido durante décadas. Este diseño va en la línea de lo reclamado por la mayoría del profesorado, que no veía especial sentido a un examen donde la garantía del éxito era la memorización de varios temas y comentarios de texto. Sin embargo, estas nuevas exigencias chocan frontalmente con un alumnado que responde a las características sucintamente presentadas y que, como puede deducirse, no parece preparado para ese tipo de pruebas.
Urge ir cambiando los métodos pedagógicos, en el aula y en el hogar, desde temprana edad. Mejorar la comprensión lectora y el nivel en la lengua vehicular debería ser asunto fundamental durante la educación primaria. El aprendizaje mediante el uso de pantallas debería ser mucho más meditado, puesto que parece dar mayor importancia al continente que al contenido, que debería ser lo sustancial.