El auge de la extrema derecha, convertida en la fuerza impugnatoria del sistema, enciende todas las alarmas.
La legislatura de Pedro Sánchez ha entrado en un terreno muy embarrado, sin señales claras de si va a ser viable completarla y llegar hasta 2027. Los casos de supuesta corrupción que rodean al presidente Pedro Sánchez y la investigación del llamado ‘caso Cerdán’ -una posible trama de mordidas de obras públicas que ha costado la cabeza al exsecretario de Organización del PSOE- colocan al Gobierno ‘progresista’ PSOE-Sumar contra las cuerdas a la espera de la evolución de los acontecimientos judiciales sobre la base de los informes de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil. Los procesos que salpican al exministro José Luis Ábalos y a su asesor Koldo García pueden deparar todavía sorpresas mayúsculas.
Este escenario tan efervescente se ve marcado por una fuerte polarización, en la que las derechas juegan a un desgaste extremo, incluso con la deslegitimación democrática del adversario y la demonización de Sánchez, que han conseguido hasta presentarlo como un gobernante autoritario y sin escrúpulos. Cuando en numerosos conciertos y eventos juveniles en España parte del público termina gritando ‘Pedro Sánchez, hijo de puta’, es que los ultras han ganado una relevante batalla del relato, además de constatar un brutal deterioro democrático. Y las palabras nunca son inocuas, como lo demuestra la traumática historia de la Segunda República, en la que la intransigencia y la radicalización ideológica generaron un perverso caldo de cultivo que simboliza el fracaso más absoluto de la política.
Tremendismo del PP. El PP mantiene en este contexto un discurso apocalíptico y tremendista, basado en la contínua hipérbole, presa de una permanente crisis de ansiedad porque no logra tumbar en la lona al sanchismo que presenta como fuente de todos los males. Por supuesto que el Ejecutivo comete severos errores, algunos muy graves. Pero la falta de proporcionalidad en determinadas críticas devalúan precisamente esta táctica de oposición. Las encuestas revelan que el partido que más rentabiliza este ambiente de destrucción de los valores democráticos es Vox, en línea con la fuerza creciente que tiene la extrema derecha iliberal y populista en todo Occidente como movimiento que ha conseguido conectar con la insatisfacción popular y la desafección al sistema. La sombra del trumpismo es alargada. Si tras la crisis económica de 2008, se generó un movimiento cívico, que después cristalizaría en lo que fue Podemos, con una estrategia frente a las ‘élites extractivas’, ahora es la antipolítica ultranacionalista la que pesca en río revuelto y logra capitalizar ese sentimiento de ruptura con el establishment. Es una paradoja que disloca por completo el juego derecha-izquierda.
La amenaza ultra revela algunos errores de bulto de la Transición como la desmemoria de lo que fue la dictadura franquista.
El Partido Popular, en vez de marcar su propio terreno de juego con mayor nitidez, ha elevado el diapasón hasta extremos absurdos, dando más alimento ideológico precisamente a la extrema derecha, que no consigue erosionar. Los sondeos revelan que Vox capta hasta un millón de votos que proceden del PP, y es el primer partido ya en la franja de los más jóvenes, los electores menores de 25 años, sobre todo los varones, muy críticos con las políticas feministas y que nutren hoy una sociología del resentimiento que empieza a asustar. No es un fenómeno privativo de España, pero el auge que exhibe en nuestro entorno demuestra las costuras con las que se tejió la Transición española a la hora de pasar la página de la dictadura. Ahora se puede percibir sus efectos desastrosos en lo que tiene que ver con la falta de memoria histórica o la escasa pedagogía al respecto.
La extrema derecha -con el seguimiento acrítico del PP- parece absolutamente eufórica y movilizada con un combustible muy contaminante y muy antiguo. El discurso del odio político como combustible fácil. La constante agitación propagandística que suponen las redes sociales, en especial entre las nuevas generaciones, eleva a la máxima el potencial desestabilizador de determinados mensajes. Lo que antes tardaba décadas en cuajar ahora puede cristalizar en pocos minutos gracias a esa globalización de la información. El simplismo está devorando los conceptos más complejos y las emociones, sobre todo las emociones fuertes, sustituyen al pensamiento clásico. En este pulso la democracia liberal como mecanismo que intenta gestionar la diversidad y las contradicciones de una sociedad con intereses diferentes que entran en lógico conflicto, juega en desventaja.
El Gobierno de coalición desarrolla esa partida con la convicción de que la situación económica le permite margen de maniobra. Pero las buenas cifras macroeconómicas no terminan de llegar a la gente corriente, una parte de la clase media siente miedo a la proletarización y la ola reaccionaria que todo lo invade quiere utilizar el asunto de la inmigración como un chivo expiatorio.
LA INCÓGNITA CATALANA. Sánchez tiene muy complicado sacar adelante los Presupuestos a pesar de que cuenta con la mayor lealtad entre los nacionalistas vascos de PNV y EH Bildu, convencidos de que la eventualidad de una mayoría PP-Vox sería una catástrofe para Euskadi y una serie amenaza para determinados valores democráticos de convivencia.
El papel de los soberanistas catalanes se antoja sensiblemente más complicado. El desfondamiento social del procés, que se pudo ver en la desmovilización de la última Diada, introduce un serio debate estratégico en el seno del soberanismo catalán entre los que creen que el pactismo con Sánchez ha desactivado cierta pulsión nacional. Pero lo cierto es que ha sido el propio independentismo, que ha perdido la mayoría absoluta en el Parlament, el que tiene una asignatura pendiente con la gestión de la pluralidad y del principio de realidad. Tanto interna como en el seno de la UE. Sin aliados europeos, la causa soberanista tropieza con serios límites y puede empezar a ser una fuente de frustración. Por si fuera poco, la aparición de una fuerza de extrema derecha ultranacionalista como Alliança Catalana, que come el terreno a Junts cada vez más, completa la escena. Veremos si la presumible foto del encuentro entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont evita la ruptura total. Mientras tanto, Junts va a amagar hasta el último momento con dejar caer a Sánchez.
Su alineamiento con PP y Vox en contra del proyecto para la reducción de la jornada laboral -la iniciativa estrella de la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz- constituye un elocuente botón de muestra de hasta qué punto la percepción de la periferia puede acarrear ciertos equívocos. La mayoría que permitió la investidura de Sánchez no se corresponde con la izquierda social, no es un bloque ideológico compacto, aunque sí representa un inequívoco sentimiento plurinacional que cada vez se encuentra más incómodo en el Estado de las Autonomías.
En este decorado tan convulso, el agravamiento del conflicto en Gaza y la abierta hostilidad con el Gobierno de Israel permiten a Sánchez liderar casi en exclusiva un movimiento crítico con la estrategia de Netanyahu, que conecta con un amplio sentimiento de indignación social.
Por mucho que la posición del Ejecutivo español pueda ser percibida como tardía, no hay que minusvalorar la relevancia que tiene a la hora de influir en las decisiones de la Unión Europea, que hasta ahora se ha mostrado impotente para marcar una posición propia, en línea con el seguidismo hacia Estados Unidos. Esta actitud de Sánchez, sobre todo después de marcar perfil en el debate del gasto militar de la OTAN, le van a generar nuevos y poderosos enemigos. Y está por ver aún si le permite reconciliarse con el ‘pueblo de izquierdas’. La estrategia de Podemos, en una encarnizada lucha por la supervivencia que pasa por desactivar a Sumar, no es precisamente una garantía de que la ‘mayoría progresista’ pueda volver a tener más escaños que la suma entre el PP y Vox. El futuro no está escrito pero la marea que nos rodea empieza a encender determinadas luces rojas. Se acerca un temporal que resulta imprevisible.