Una oportunidad para la izquierda

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Una oportunidad para que la izquierda se renueve ¿o se reencuentre?

(Galde 13, negua/invierno 2016). Javier de Lucas*El naufragio del proyecto político que alguna vez pudo ser la UE, hundido en las contradicciones institucionales, de intereses y valores que han emergido con ocasión de la polémica gestión de la denominada “crisis de refugiados”, ofrece –a mi juicio- una posible paradoja. Me refiero a que, conforme a la sabia advertencia de Hölderlin (“donde crece el peligro, ahí está la salvación”) se trata, al mismo tiempo de una oportunidad para que la izquierda europea salga de su propio naufragio y con ello ayude a reflotar ese proyecto político europeo.

Una izquierda atenazada desde hace décadas en la poco ilusionante tarea de rescatar los restos de otro naufragio, el del Estado del bienestar, manifiestamente incapaz de superar la lógica desigualitaria y excluyente de este proceso de globalización que guía la ideología paleoliberal del mercado global (cuyas manifestaciones más claras, como trataré de señalar, han sido denunciadas de forma clarividente y desde diferentes perspectivas por Axel Honneth 1 y Saskia Sassen 2), se encuentra así ante una ventana de salvación. O, por mejor decir, ante la posibilidad de recuperación de sentido.

A mi juicio, esto pasa por la recuperación del valor igualdad como constitutivo de la izquierda. Me refiero a la para mí no sólo clásica sino vigente (malgré Laclau y sus divulgadores) tesis clásica de Bobbio 3, matizada en dos sentidos: el primero, la formulación de la igualdad inclusiva. El segundo, la extensión del concepto de egalibertad, propuesto entre otros por Balibar 4. Veamos.

Se ha señalado hasta la saciedad que las insuficiencias del modelo democrático-liberal (representativo), denunciadas desde la indignación, ponen el énfasis en un problema real: el déficit de soberanía ciudadana, pues la conciencia de que esas democracias se asientan sobre una concepción débil del pluralismo (reducido a preferencias secundarias, incapaz de afrontar la deep diversity, si no es que pura y simplemente la niega por inadmisible, en términos del consabido consenso 5) supone inevitablemente hoy un incremento de la exclusión del espacio público de contingentes crecientes de la población, déficit que se une a su vez al crecimiento exponencial de la colisión entre democracia y derechos humanos de un lado, y hegemonía de la lógica del mercado global por el otro.

Nada nuevo. Se trata de una crítica que se encuentra in nuce en Rousseau (y que desarrollará Hegel en su análisis de la sociedad civil como bestia salvaje), cuando en su ensayo sobre el origen de la desigualdad entre los hombres explica que ese origen está en la aparición de la acción reivindicatoria de propiedad privada –“El primero a quien, después de cercar un terreno, se le ocurrió decir <Esto es mío>, y halló personas bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”-. Ceo que es el escocés Adam Ferguson quien nos dejó las mejores pistas para la crítica de esa contaminación del concepto de sociedad civil, en su imprescindible Ensayo sobre la sociedad civil (1767). En esa obra explica cómo el desarrollo de la lógica del mercado como principio hegemónico y aun constitutivo de la sociedad civil (por eso hoy, cuando se habla de sociedad civil se habla sobre todo de empresarios, o de emprendedores, y no de movimientos ciudadanos) nos lleva a un proceso de contaminación de la virtud cívica, republicana, que deben desarrollar los individuos como miembros de la sociedad civil. Contaminación debida a la hegemonía del beneficio como principio de la sociedad civil, a la lógica del consumidor pasivo en que deviene el ciudadano. De esa forma, la sociedad civil se encamina a la servidumbre, pues, convertido en consumidor, en individuo impasible e inactivo”, el hombre perderá su alma de ciudadano. La izquierda socialdemócrata parece haber olvidado estas lecciones y hoy acepta incluso hablar de <sociedad del bienestar>, sin aparentemente advertir la enorme diferencia con <Estado del bienestar> y, no digamos, <Estado social>.

No es sólo eso. Sabemos que el mercado desarrolla, de un lado, para esa parte de los privilegiados que en realidad son beneficiarios más que actores, la lógica pasiva del consumidor satisfecho (genialmente expuesta por ejemplo en la película Wall-E), al mismo tiempo que acentúa la condición de precariedad, liquidez o caducidad (algo en lo que insisten con distintos acentos Beck o Bauman, pero antes Castel o Mauger) para esa gran parte de la población que antes fueron trabajadores y alcanzaron mediante sus luchas sociales el status de clases medias y ahora, en esta fase del capitalismo financiero, son sólo piezas sustituibles, que han de enfrentarse a la realidad de que su trabajo ya no les permite seguir en la clase media, ya no les libera de la pobreza e incluso de la miseria. Se generalizan así los mecanismos que han propiciado una sociedad de menosprecio (Honneth),  una lógica de expulsión (Sassen) que desarrolla la desigualdad, la exclusión, la humillación.

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Honneth ha desarrollado con acierto la tesis del reconocimiento y garantía de los derechos sociales como test del grado de menosprecio, de desigualdad excluyente. Y he ahí una tarea para la izquierda: cómo desarrollar las instituciones y normas, pero también los instrumentos sociales y económicos que equiparen el grado de resistencia de esos derechos con el que se atribuye a aquellos otros a los que el liberalismo quiere reducir la noción de derechos fundamentales, esto es, las libertades públicas y, con menor convicción, los derechos políticos. Aquí se encuentra un primer desafío que, a mi juicio, exige diseñar un modelo de políticas públicas alternativas al dogma de que sólo la maximalización de la libertad de mercado (y la correlativa abstención de los poderes públicos, dedicados al único empeño, a ese corolario del dogma que es el imperativo de contener el déficit) puede producir crecimiento, empleo y riqueza.

Pero insisto: el contexto de la crisis de refugiados nos ofrece otra tarea para la izquierda. Esa es tan vieja como el original mensaje emancipador de la universalidad de los derechos. Un reto que presenta hoy bajo la paradoja del recrudecimiento de las fronteras, los muros que separan la barrera entre los derechos del hombre y los del ciudadano, ya en la propia declaración de 1789. Los no-ciudadanos, los extranjeros, los extranjeros pobres, los “extracomunitarios” de los que se habla en la UE, son ese círculo frente al que hoy seguimos erigiendo muros en lugar de derribarlos. El modo en que los Estados de la UE (desde una atávica concepción de la soberanía nacional 6) y la propia UE se enfrentan a la mal llamada crisis de los refugiados es el arquetipo del mensaje de expulsión, exclusión, humillación. Lo ha explicado muy bien Sassen, en su ensayo dedicado a las diferentes manifestaciones de lo que ella misma considera “el final de la lógica inclusiva que ha gobernado la economía capitalista a partir de la Segunda Guerra Mundial y la afirmación de una nueva y peligrosa dinámica. La de la expulsión…Nos enfrentamos a una serie –imponente y diversificada– de expulsiones, una serie que muestra una transformación sistémica más profunda, que se documenta a retazos, de modo parcial, en diversos estudios especializados pero que no se narra como una dinámica omnicomprensiva que nos está conduciendo a una nueva fase del capitalismo global global, y de la destrucción global”. Entre ese fenómeno de expulsión se incluirían las políticas globales que rechazan el acceso al centro desde la periferia por parte de inmigrantes (no deseados) e incluso refugiados.

Creo que esa tesis ha sido complementariamente muy bien explicada por Wendy Brown en su ensayo Walled States, waning Sovereignity 7 que, en su versión en español incluye una magnífica introducción de Balibar sobre el sentido del proceso de amurallamiento en este momento de la historia en el que los Estados nacionales parecen declinar irremediablemente. Tanto Brown como Balibar –no sin matices- explican que esa lógica de muros no tiene como objetivo la eficacia en la construcción de una fortaleza realmente impermeable, sino el mensaje mismo de  su visibilidad. Es decir, tal y como lo hace la UE, el mensaje disuasorio cara a quienes desde fuera (y con derechos) tratan de acceder a ese espacio de libertad, justicia y seguridad que la UE proclama como su propio proyecto y, hacia adentro, el mensaje a sus ciudadanos (que padecen el recorte de derechos en aras de los dogmas del capitalismo financiero que presiden la acción de la troika) de que eso muros les protegen a todos ellos, también a los que han sufrido y sufren los recortes y los rigores de la política austericida. Un proceso máximamente visible, insisto, en la reacción de la UE y de sus Estados miembros ante la crisis de refugiados. Una reacción indigna moralmente, miserable políticamente y tan ilegal como ilegítima desde el punto de vista jurídico. Una reacción que muestra hasta qué punto la derecha y la izquierda convencionales (no una izquierda que quiera recuperar el sentido de este calificativo ideológico) no toman en serio la universalidad de los derechos. Otra tarea para la izquierda.

*Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía política en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia.
Su último libro es
Mediterráneo, el naufragio de Europa (Valencia, Tirant lo Blanch, 2015 -2016, 2ª).

Notes:

  1. Cfr. por ejemplo La sociedad del desprecio, Madrid, Trotta, 2011 (edición y traducción Benno Herzog y Francesc Hernández) y Das Rechts der Freiheit. Suhrkamp, 2011; El Derecho de la libertad. Esbozo de una eticidad democrática (traducción Graciela Calderón), Katz, 2015.
  2. Ver sobre todo su reciente Expulsions: Brutality and Complexity in the Global Economy, Harvard University Press, 2014; Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global (traducción Stella Mastrangelo), Katz, 2015.
  3. Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, Taurus, 2009.
  4. La proposition d’Egaliberté. Essais politiques 1989-2009, PUF, 2015
  5. Sobre ello sigue siendo capital a mi juicio la lectura de la obra de Taylor, incluso de trabajos aparentemente menores y, sin embargo –también en mi opinión-, tan decisivos como su Rapprocher les solitudes. Écrits sur le fédéralisme et le nationalisme au Canada, Sainte-Foy, Presses de l’Université Laval, 1992 (Textes réunis et présentés par Guy Laforest); hay edición inglesa, Reconciling the Solitudes. Essays on Canadian Federalism and Nationalism. Ed. McGill-Queen’s University Press, Montreal, 1994. Y la versión española, Acercar las soledades. Federalismo y nacionalismo en Canadá, Gakoa/Tercera prensa, 1999 (introducción Javier de Lucas).
  6. Reforzada a mi juicio por esa particular contaminación de la izquierda que ha dado lugar a los denominados “nacionalismos de izquierda”, expresión que considero un oxímoron. No niego que entre esos movimientos haya un proyecto de emancipación, característico de la izquierda. Pero, por definición, no es –no puede ser, creo- un proyecto universalista, igualitario, incluyente.
  7. Walled States, waning Sovereignity, MIT Press, 2010. La versión española, Estados amurallados, soberanía en declive, fue publicada recientemente en la colección Pensamiento que dirige  el filósofo Manuel Cruz Herder, 2015. Cuenta con un excelente prólogo de E. Balibar escrito para esa edición.

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