La socialdemocracia europea a la búsqueda de la izquierda perdida

Andrea Nahles presidenta del SPD

Con luces largas

Galde 24, (udaberria/2019/primavera). Alberto Surio.-

Cuando Oskar Lafontaine, el histórico líder de la izquierda alemana que abandonó el SPD por su política liberal, visitó Madrid hace un par de años, pronosticó que la socialdemocracia europea corría el peligro de desplomarse en todo el continente porque había perdido credibilidad al abrazar las tesis del neoliberalismo y dejar huérfanas a sus bases sociales. Solo veía, de hecho, una salida. Que la izquierda volviera a sus orígenes y que la justicia social volviera a presidir la agenda política. Si no lo hacía con urgencia corría, advertía, un peligro de desaparición o de deslizarse hacia la irrelevancia. Pedro Sánchez aún era casi un desconocido, aunque algunos empezaban a fijarse en él como un referente por la batalla casi épica que planteaba contra el aparato de su partido. El contexto europeo era desolador para su familia ideológica. Una socialdemocracia en horas cada vez más  bajas, tocada del ala por la última crisis económica que, en lugar de cebarse sobre todo en las formaciones de corte neoliberal, empezaba a cuartear especialmente a las fuerzas del centro-izquierda, el mismo que después de la Segunda Guerra Mundial pactó con la democracia cristiana las bases del Estado de Bienestar.

El socialismo europeo  en su día, una fuerza mayoritaria en muchos países y con experiencia de gobierno, ha entrado en un terreno crítico, el que le puede llevar a convertirse en una corriente ideológica subordinada y auxiliar cuando, paradójicamente, muchos de sus planteamientos reivindicativos han sido admitidos en la gestión pública. Las próximas elecciones europeas pueden ser un botón elocuente de ese declive, con la socialdemocracia amenazada por la ola populista y luchando a brazo partido por lograr ser la segunda fuerza en el futuro Parlamento de Estrasburgo. Le atenaza una fuerte crisis de identidad en una sociedad que ha cambiado y que, aunque mantiene sin responder gran parte de las preguntas que la hicieron posible hace más de un siglo, empieza a escoger las soluciones simples y fáciles frente a problemas cada vez más complejos. O la socialdemocracia se renueva de verdad y tiene más reflejos o el vaticinio de Lafontaine puede hacerse realidad.

De hecho, el líder alemán pronosticó lo que comienza a vislumbrarse, un giro claro a la izquierda en la socialdemocracia europea en busca de su propia supervivencia. El proyecto social-liberal de la ‘tercera vía’ apadrinada por Tony Blair y Gerard Schroeder en el Reino Unido y Alemania, respectivamente, en las últimas décadas ha provocado una honda crisis ideológica y una profunda desafección en una parte de los electorados tradicionales progresistas. Los jóvenes y un sector de las clases medias urbanas  se han ido alejando de las organizaciones de raíz obrera, El reformismo socialdemócrata necesita un nuevo relato para salir del bache.

Una nueva agenda.- De hecho, la Unión Europea es el escenario por antonomasia de la crisis de las históricas formaciones socialdemócratas -con una derivada en los sindicatos convencionales- en la medida en la que han emergido nuevas corrientes de cambio que, sin encajar exactamente en la dicotomía derecha-izquierda, plantean las numerosas contradicciones del sistema. La extraordinaria fuerza del movimiento feminista y la lucha contra el cambio climático forman parte de la nueva agenda de las prioridades y obligan al socialismo europeo a redefinir muchos de sus planteamientos. Además, las cifras de la desigualdad siguen siendo lacerantes y plantean, de entrada  una gran brecha generacional. El principio de que las futuras generaciones van a tener serios problemas para vivir como sus padres se ha asentado como un dogma infalible y suscita un gran debate sobre la viabilidad real del actual modelo, con una desafección hacia la política clásica que crece como la espuma. En este caldo de cultivo crece la peligrosa planta del resentimiento, del odio y de la exclusión sobre el que construye su imaginario la extrema derecha y los movimientos antisistema.
El Estado español se ha convertido en una experiencia a tener en cuenta en el socialismo europeo. Los socialdemócratas europeos se en los últimos meses fijaron en la apuesta audaz de Sánchez al enfrentarse al aparato de su partido, el PSOE, una formación cuya renovación en el congreso de Suresnes en 1974 fue avalada de forma muy directa por el SPD alemán, que se convirtió en su gran padrino protector. El socialismo alemán de Wily Brandt apostó entonces por el PSOE de Felipe González, entre otras cosas, para frenar una posible ola comunista en el sur de Europa a partir de la Revolución de los Claveles en Portugal.
Pues bien, hoy en día la socialdemocracia alemana acaba de consumar un giro estratégico a la izquierda ante la evidencia de quedarse sin parte de su espacio electoral. Las clases medias y los jóvenes le han abandonado en favor de los verdes, que es la nueva formación que encarna los valores ideológicos que históricamente encarnaba el SPD y que en este momento abandera un activo federalismo europeismo. La histórica clase obrera, base natural de los socialdemócratas, ya no es la de hace 30 años y afronta nuevos problemas que han alentado la aparición de un nuevo peligro populista nacionalista y extremista. La pinza entre los ecologistas y la ultraderecha han dejado sin margen de maniobra a los socialdemócratas.

En todo caso, los partidos socialdemócratas europeos han reaccionado emplazados por sus bases a la reconquista de las esencias perdidas. Los laboristas británicos liderados por Jeremy Corbyn representan con nitidez ls apuesta por un laborismo de izquierda, a pesar de que el debate del ‘Brexit’ se ha cruzado por el camino. En Italia, el Partido Democrático -heredero del histórico PCI- ha elegido a un candidato de su izquierda para reemplazar al ‘liberal’ Mateo Renzzi. A su vez, en España, Pedro Sánchez ha construido un discurso de centro-izquierda que tiene mucho que ver con la aparición del fenómeno del 15-M y la llegada de Podemos y con una respuesta a la desnaturalización de la identidad socialdemócrata de los últimos años. En buena medida, sus expectativas en las próximas generales del 28 de abril tienen que ver con su identificación con ese bloque social del electorado que en su día asociaba socialdemocracia con modernización, libertades democráticas y avances sociales.

Miedo al futuro.- Los socialdemócrata, en general, intentan tantear el futuro con un giro a su izquierda en busca del regreso de las esencias con el objetivo de recuperar el favor de sus electores perdidos y conectar con los sectores más descontentos del electorado, tentados por las fuerzas del populismo ultra y del nacionalismo conservador. La receta es siempre: giro a la izquierda. Otra cosa es que funcione con adversarios que juegan la baza de la demagogia y de la mentira sin escrúpulos en un sector de la sociedad cada vez más condicionado por el miedo al futuro, la incertidumbre del presente y la explotación sentimental de un pasado idealizado. El rechazo creciente a la política como mediación explícita un déficit de la democracia representativa que evidencia el deterioro estructural de modelo. Pero no hay que olvidarse que la desigualdad fue el origen del movimiento obrero tradicional y la desigualdad hoy sigue siendo la gran cuestión. “ El capitalismo trae la guerra como las nubes traen la lluvia” , dijo una vez el socialista francés Jean Jaurès, asesinado por oponerse a la Primera Guerra Mundial. Y es que la desigualdad entre hombres y mujeres o la desigualdad generacional siguen siendo las grandes heridas sociales que justifican la batalla de las ideas. La socialdemocracia europea necesita una nueva narrativa para llenar de credibilidad este mensaje. Y también para conectar con esa parte de la ciudadanía que, sin haber vivido el imaginario cultural de la izquierda, pide respuestas, reclama cambios y exige liderazgo sólidos y atractivos que los hagan posibles.

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