Isabel Ferreira, Rio de Janeiro, 12 de septiembre de 2013 (Galde, edición digital). El junio brasilero de 2013 pasó a la historia cuando millones de personas llenaron las calles de las principales ciudades del país tras décadas de profunda apatía social. Tres meses después, Rio de janeiro, una de las ciudades menos politizadas de Brasil continúa rebelde. La ciudad en donde juntar a 100 personas por una causa social resultaba una hazaña, vive inmersa en un torbellino político-social con 4 ó 5 manifestaciones programadas por día. La ciudad del samba, de la playa y del fútbol, es hoy también la ciudad de las asambleas, ocupaciones, escraches y acciones artivistas.
Semejante reacción popular ha cogido a todo el mundo por sorpresa. Poco antes de las movilizaciones, una encuesta realizada por el todopoderoso periódico O Globo anunciaba en la portada de su revista dominical los resultados de una encuesta en donde el 75% de los cariocas manifestaban su satisfacción por vivir en una ciudad feliz. Estos datos venían a reforzar un supuesto sentimiento de optimismo generalizado en una ciudad en pleno proceso de transformación que se prepara para recibir grandes eventos internacionales.
Crisis urbana
Pero a pesar de la campaña de autobombo realizada por el gobierno de la ciudad con la ayuda de sus aliados en los grandes medios de comunicación, motivos no faltaban para salir a las calles. La ciudad feliz, sigue siendo una de las más desiguales de toda Latinoamérica y vive inmersa en una constante crisis urbana provocada por diversos factores: servicios públicos precarios, un alto coste de vida, una especulación inmobiliaria galopante, una política de relocalización de los pobres al servicio de intereses inmobiliarios y turísticos, y un grave problema de movilidad urbana.
El problema de la movilidad urbana fue, no por acaso, el primer disparador de las protestas a través del movimiento Passe Livre de São Paulo. Millones de cariocas – el 80% de la población viaja en autobús – sufren diariamente con un servicio pésimo y caro controlado por unas pocas familias de empresarios que atienden exclusivamente a sus intereses y que, según se asegura entre bastidores, tienen comprados a más de la mitad de los concejales de la ciudad.
Rio, un laboratorio de Ciudad-Negocio
No va haber Copa!, o, Copa ¿para quien?, fueron algunas de las consignas que más se escucharon en las recientes manifestaciones. El movimiento surgido en junio rápidamente hizo suya la agenda de reivindicaciones del Comité Popular de la Copa y Olimpiadas que venía denunciando desde 2010 la influencia de la política de megaeventos en la aceleración de un modelo de ciudad global cada vez más excluyente y desigual, así como los gastos exorbitantes en infraestructuras cuya necesidad estaba muy mal explicada.
Entre los ejemplos de desperdicio de dinero público se destaca el larguísimo proceso de reforma y posterior privatización del Maracaná, una absurda telenovela que todavía continua. El emblemático estadio, que gastó en su reforma más de 350 mil millones de euros y que necesita volver a pasar por reformas después de la Copa para adaptarse a las exigencias de las Olimpiadas, fue vendido al empresario Eike Batista que pretende convertirlo en una especie de estadio shopping-center. Por otro lado, la privatización del Maracaná dejó más evidente, si cabe el proceso pasteurización y elitización de la ciudad. Ya en el primer partido celebrado tras la reforma, un clásico Fla-Flu, se veía claramente que el público que llenaba el estadio era, casi en su totalidad, blanco y de clase media, el único que podía permitirse pagar los ingresos, el más barato de los cuales costaba 35 euros.
Mientras el hashtag @omaracaenosso (#elmaracanaesnuestro) se extendía por las redes, el consenso que parecía existir en la sociedad carioca en relación a la Copa del Mundo se rompía provocando señales de alarma. Y es que, como comentaba el secretario general de la FIFA en una entrevista, un “exceso de democracia” podría afectar la organización del evento.” Como explica el diputado del PSOL y defensor de los derechos humanos Marcelo Freixo “la población no dejó de estar interesada en el futbol o en las Olimpiadas, el problema es que no fue invitada a esta fiesta”.
Cada vez son más las voces que denuncian que Rio de Janeiro está sirviendo de laboratorio del capital en su objetivo de instaurar un modelo de ciudad-negocio. Grandes inyecciones de dinero seguidas por un fortísimo proceso de privatización de los espacios y bienes públicos han llevado a la ciudad a convertirse en objetivo de grandes negocios a costa de una cualidad de vida ciudadana cada vez más deteriorada y en donde servicios básicos como la salud y la educación pública continúan siendo precarios.
La policía que reprime en la avenida, es la misma que mata en la favela
A la insatisfacción colectiva de las calles provocada por la crisis urbana, y a la contestación del modelo de ciudad elitista se ha unido el clamor popular que denuncia los abusos de una policía que ha dejado evidente su falta de preparación. “La manifestación era pacífica hasta que la policía comenzó a tirar bombas y balas de goma” ha sido una frase repetida hasta la saciedad en las redes y los medios de comunicación. Durante las manifestaciones la policía ha reprimido brutalmente a los manifestantes, llegando a lanzar bombas y gases en hospitales, centros educativos y bares.
En las últimas semanas se ha producido un proceso de radicalización de las movilizaciones debido por una parte a los excesos policiales, y por otra a la aparición en escena de decenas de jóvenes que han adoptado la táctica black blok, y protagonizado enfrentamientos casi diarios con las tropas de choque. El clima de guerra con gas lacrimógeno entrando en las casas, ruidos de balas de goma y un nuevo paisaje de contenedores ardiendo y vidrios de bancos quebrado ha afectado por primera vez a las áreas consideradas más nobles de la ciudad en donde se encuentran los objetivos de los manifestantes: el palacio, la casa del gobernador, el ayuntamiento o el parlamento estadual.
Muchos opinan que la violencia de estado ha sido, de esta manera, “democratizada”. La violencia policial, “naturalizada” en las áreas más pobres de Rio, ha bajado de las favelas, y personas de toda condición social, incluyendo decenas de periodistas, han sufrido en primera persona la truculencia de una policía entrenada para la guerra. Por primera vez, la denuncia de la violencia de estado, que en Rio se traduce en el asesinato a manos de la policía de una media de tres personas por día, ha comenzado a ser parte central de la agenda de reivindicaciones de la ciudadanía.
¿Otra subjetividad política?
La sociedad carioca que vivía inmersa en una cultura del fatalismo que enseñaba que de nada servía protestar, que nada nunca iría a cambiar, parece haber despertado de su larga letargia. Nuevas generaciones de jóvenes están viendo la necesidad de organizarse para reclamar su derecho a la ciudad y descubriendo que el “hacer política” da sus frutos.
Sergio Cabral, el arrogante gobernador del estado de Rio, tras casi tres meses de sufrir una combativa acampada de manifestantes a las puertas de su casa, se ha visto obligado a cambiar su residencia. Recientemente ha anunciado que dejará el gobierno de la ciudad en diciembre de este año.
Por su parte, el alcalde anuló el aumento de la tarifa de autobús urbano y mandó parar las demoliciones de diversos centros públicos en los alrededores del Maracaná, cuyos solares iban a ser privatizados: la escuela Friedenrich, la Aldea Maracaná sede del movimiento indígena en Rio, el Parque Acuático Julio Delamare y el Estadio de Atletismo Célio de Barros.
La reivindicación por el fin de la policía militar está ganando cada vez más fuerza y la orden de Abogados de Brasil ha iniciado una gran campaña nacional denunciando la tragedia de los desaparecidos (sólo en Rio desaparecen aproximadamente 5.000 personas por año, muchas de ellas tras abordaje policial).
Por último, al calor de las movilizaciones han surgido varios colectivos como el Ocupa Ônibus, el Baratox, un servicio ciudadano de control de plagas políticas o el Coletivo Projectação que a través de acciones y proyecciones en las calles, y en palabras del periodista Bernardo Gutiérrez, “crean, a diario, el imaginario de la ciudad insurrecta”
Pero no todo son buenas noticias, en los últimos días se observa un intento de criminalización del movimiento: la asamblea legislativa de Rio acaba de aprobar una ley que prohíbe el uso de máscaras y en las pancartas de las manifestaciones comienza a verse el lema “Por la libertad de los presos políticos” haciendo referencia a los presos que todavía permanecen en prisión preventiva por su participación en las manifestaciones.
Como apunta el filósofo húngaro y profesor de filosofía de la PUC de São Paulo en su artículo “Anota ahí, yo soy nadie”, tal vez otra subjetividad política esté naciendo en Brasil y en otros puntos del planeta para la cual carecemos de categorías. Una subjetividad más insurrecta, más de movimiento que de partido, más de flujos que de disciplinas, más de impulso que de finalidad. Un movimiento de los afectos, de contaminación y de potencia colectiva.
Isabel Ferreira, Rio de Janeiro 12 de septiembre de 2013
Isabel Ferreira dirige el ComPosiciones Políticas, un programa de actividades que tiene como foco el cuerpo como territorio político y las interferencias entre arte y activismo. Con formación en historia del arte es productora cultural actuando en las áreas de performance, danza y artes visuales. Es vasca y vive en Rio de Janeiro desde 2003.