(Galde 15 – verano/2016). Amelia Barquín. Hasta aquí han llegado los ecos de lo que ha sucedido en la Costa Azul este verano, donde hemos visto que algunos alcaldes han prohibido el uso del “burkini” en varias playas, aunque después, a finales de agosto, el Consejo de Estado de Francia, la máxima autoridad judicial del país, ordenó suspender dicha prohibición. El debate al que hemos asistido en nuestro entorno ha sido en cierta medida artificial, no estaba (no está) en la calle; los medios de comunicación lo han importado en un mes flojo de noticias y ha ocupado multitud tertulias de radio y televisión, y páginas y páginas en la prensa.
El nombre “burkini” es un mal nombre. La prenda no es el equivalente a un burka para ir a la playa o a la piscina. Es un bañador, o bañador largo (he oído también bodykini). Es decir, un bañador de pierna y manga largas que también puede cubrir la cabeza. Quien entre en una tienda on-line encontrará prendas de muy distintos tipos: más largas, más cortas, más y menos ceñidas, cubriendo el pelo, sin cubrirlo, con diseños y colores muy diversos…
De repente, en esas localidades francesas y en otras, cuánto hombre y cargo político se ha mostrado preocupadísimo por la libertad de las mujeres, consistente parece que únicamente en que ellas enseñen muchas partes de su cuerpo en público. Si estos indignados mostraran el mismo ardor en defender los derechos de las mujeres también en otros terrenos, el mundo sería mucho más igualitario y justo; pero el caso es que eso no ocurre, qué raro. A ver si va a resultar que en realidad no estamos hablando de los derechos de las mujeres, y lo que de verdad ocurre es que la islamofobia es el ingrediente principal de este guiso.
Algunas imágenes valen más que mil artículos. Las fotografías de la mujer que estaba durmiendo vestida en una playa de Niza y a la que cuatro hombres armados, cuatro policías, obligan a desvestirse, son de una tremenda violencia. ¿Está prohibido dormir vestida o vestido en la playa? No, claro está; sólo si pareces musulmana. Has de procurar a toda costa no parecerlo. Si ella hubiera llevado encima un neopreno, pongamos por caso, no le habría pasado eso.
¿Se ven obligadas algunas mujeres a llevar el bañador largo y por eso deben salvarlas esos alcaldes y esos policías? Sobre las múltiples razones que pueden tener las mujeres para llevar el pañuelo o hiyab se ha dicho ya todo; son las mismas razones para vestir un bañador largo. Las hay de orden cultural, religioso, identitario, varias a la vez… Muchas de las mujeres que lo portan en Occidente indican que lo hacen por voluntad propia. También sabemos que otras lo hacen por presiones, unas veces claras (determinados miembros de la familia, la influencia de un nuevo imán llegado al barrio que se deja ver en el cambio repentino en la indumentaria de muchas mujeres…) y otras difusas, procedentes del entorno, a menudo difíciles de establecer de manera concreta y sobre las cuales las mujeres tienen distintos grados de conciencia. Y también sabemos, claro está, que hay países en los que las mujeres no pueden elegir y están obligadas a cubrirse el cuerpo y también que las presiones se están incrementando en algunas regiones del mundo.
Quienes defienden el derecho a llevar bañador largo señalan a menudo que también las mujeres occidentales de cultura cristiana estamos sometidas a múltiples presiones/opresiones de las que a menudo no somos conscientes y que tenemos naturalizadas (ahí está el ejemplo clásico de los tacones, el maquillaje, la depilación…). Comparto plenamente ese punto de vista, pero parece que ese argumento se usa a veces para indicar que las feministas de cultura cristiana no tenemos legitimidad para tratar de lo que les sucede a las mujeres de otras culturas. ¿Entonces no tenemos nada que decir y únicamente pueden expresarse al respecto las feministas de cultura musulmana? ¿Debe cada una circunscribirse a su grupo y referirse únicamente a él, particularmente si se trata de un grupo que sufre menos opresiones que otros?
Por mi parte, creo que desde los feminismos se puede analizar lo que le sucede a una misma, lo que les sucede a las que viven de manera semejante, y también lo que les sucede a otras y otros cuyas vivencias no son exactamente las propias. En el terreno de la indumentaria, en el de la maternidad, en el del trabajo… Por tanto, creo que podemos estudiar las indumentarias de las mujeres y de los hombres, tanto las que lleva una misma y su colectivo más cercano como las demás. Y no es una cuestión menor caer en la cuenta de que en unas y otras culturas, en la binarización inherente a la construcción social del género, a las mujeres nos corresponden en general indumentarias que son menos coherentes con la temperatura que hace, con la comodidad y con la facilidad para moverse si las comparamos con las que llevan los hombres en cada sociedad en cuestión; que a nosotras nos corresponde, asimismo, invertir más tiempo y esfuerzo para acomodar nuestro aspecto según se espera que sea en la sociedad en la que vivimos. El nivel de exigencia es claramente mayor. Además, la presión de atraer la mirada y el deseo de los hombres que subyace en unas culturas, o de ahuyentarlos en otras (la preeminencia masculina, en fin) no es un elemento del que debemos prescindir en esta reflexión.
Una vez hecho el análisis, cada una de nosotras hace, claro está, lo que quiere/puede/le parece mejor dentro de las posibilidades que tiene en su entorno. Pero sin olvidar que no hay ninguna vestimenta que no esté marcada culturalmente de un modo u otro. No nos vestimos “de cero”; tomamos de entre lo que hay en el mundo cultural al que pertenecemos. También una lesbiana butch, que se sale de los mandatos de género tradicionales, lleva una indumentaria que remite a una serie de referentes culturales que podemos identificar.
Más aún; creo que hay que aprender a analizar el binarismo como parte de la educación, para que, a la hora de identificar lo que desean y de tomar decisiones, las personas jóvenes tengan suficientes herramientas. Y es que ahora, además, en la escuela, aquí mismo, hay alumnas de cultura cristiana y de cultura musulmana, y es importante ofrecer espacios para la reflexión y para la propuesta de herramientas de análisis con todo nuestro alumnado, no necesariamente para ponernos de acuerdo en todo, pero sí para compartir y debatir. Por cierto: las feministas no estamos de acuerdo ni en el tema del hiyab ni en el del bañador largo, ni las de cultura musulmana ni las de cultura cristiana, según hemos podido constatar en multitud de artículos estos últimos meses; y no lo estamos ni en el plano del análisis ni en la cuestión de la prohibición.
Lo cual nos lleva a recordar que una cosa es el análisis y otra muy distinta la reacción o la prohibición. No entiendo cómo se puede dar el paso del uno a la otra, como si la segunda se dedujera del primero. Si alguien considera que tras el bañador largo o el hiyab hay una opresión, ¿prohibir a esa mujer su entrada y su participación en el espacio público será la mejor manera de contribuir a que se libere de dicha opresión? ¿No es más bien la forma de contribuir a lo contrario, y, desde luego, de empeorar su vida?
Estoy entre quienes esperan que un día superemos el binarismo y podamos todxs hacer un poco más lo que nos dé la gana que ahora (incluido llevar bikini o bañador largo… por parte de una mujer o de quien sea). No hace falta decir que nuestra sociedad y las otras que conocemos se encuentran bastante lejos de este objetivo utópico; mientras tanto, en ese largo camino que nos queda, la peor de las opciones es la de prohibir. Se trata de ir abriendo, no de cerrar.
Llegadas a este punto, nos hacemos esta pregunta una vez más: ¿cómo puede ser que en Francia lo estén haciendo tan mal, que se maltrate repetidamente la diversidad de las personas procedentes -o no- de la inmigración?, ¿cómo es posible que desde algunas instancias del poder no haya conciencia de las consecuencias de esos agravios, de lo que supone empujar a las personas a identidades reactivas que se encastillen en lo que parezca contrario de lo que caracteriza a quien maltrata y agravia? O quizá sí hay esa conciencia, y es precisamente de eso de lo que se trata… En cualquier caso, nos toca aprender del país vecino sobre lo que no conviene hacer.