(Galde 14, primavera 2016). Enrique Bethencourt. En la última semana de abril el STEC presentó públicamente su propuesta de ‘año sabático’ para los profesores canarios de las enseñanzas no universitarias. Similar a la que ya existe en Euskadi, Castilla y León, Navarra o Aragón. Es decir, la oportunidad de poder disfrutar de un año fuera de las aulas tras cuatro años previos cobrando el 85% del salario, lo mismo que percibirían en ese año en que permanecerían voluntariamente fuera del sistema.
Dejo para otra ocasión el análisis sobre la bondad o no de la medida, que me plantea algunas dudas.
Quería hablarles aquí de las reacciones a la propuesta en los medios de comunicación. De las que comprobé en el programa de radio en el que participo diariamente. Y, asimismo, en los foros de los distintos periódicos digitales que publicaron la noticia.
Como se pueden imaginar se produjo una avalancha de comentarios. Aunque muy pocos vinculados a la concreta propuesta sindical. Esta solo sirvió para abrir la espita y posibilitar el posicionamiento de una parte de los oyentes y lectores sobre la educación y, especialmente, sobre el conjunto de los enseñantes.
Algunos, los menos, defendiendo la profesión docente y las dificultades que conlleva. Otros, los más, asegurando que se trata de una profesión muy cómoda, plagada de vacaciones, con escasas horas lectivas; y acusando a los docentes de estar muy bien pagados y de ser, en definitiva, unos gandules.
Se puede y se debe ser crítico con los enseñantes (como con los profesionales de la medicina, el periodismo, la fontanería o la informática). Se debe exigir una mejor formación inicial y medios adecuados para la permanente a lo largo de toda su carrera. Se debe evaluar su función por la relevante tarea que desarrollan y por tratarse, además, de empleados públicos. Se deben combatir los conservadurismos corporativistas del café para todos y reconocer el compromiso y el trabajo bien hecho.
Pero infravalorarlos no concuerda con el significativo papel que desarrollan ni con las exigencias que la sociedad plantea a la escuela, obligada no solo a formar sino a prevenir todos los problemas sociales.
PRIVILEGIADOS. Resulta llamativo ese posicionamiento, no sé si mayoritario, pero al menos muy extendido de que los docentes son unos privilegiados. Y la paralela desconsideración de su tarea, el insuficiente aprecio hacia una de las profesiones que más deberíamos cuidar. Me pregunto cómo ponen a sus hijos e hijas en manos de gente en las que no tienen la menor confianza.
Más contradictorio resulta cuando se enarbolan los dos discursos, el de la necesidad de empoderar más a los enseñantes y el de descalificarlos inmediatamente después. Como si la autoridad en las aulas se pudiera ejercer manu militari y no fuera más importante laauctoritas, la que otorga el prestigio moral y social, el reconocimiento colectivo de “realizar la labor más civilizadora”, como señala el filósofo Fernando Savater en su obra El valor de educar.
Cuando la sociedad, o buena parte de ella, no respeta a sus maestros y maestras, esta actitud tiene consecuencias y confirma una auténtica crisis de valores. Ahora que se habla de alcanzar un gran Pacto por la Educación, que ojalá comience a forjarse tras las elecciones de junio, considero que este debe tener entre sus bases el imprescindible y justo reconocimiento social del papel del profesorado. O nos encaminaremos directamente a una sociedad que solo admira a los paquirrinis y las belenesteban de turno.
Si quieres oir ir a Mercedes Sosa en un tema que rinde homenaje a una maestra:
https://www.youtube.com/watch?v=bXFy0h7K15Q
Twitter: @EnriqueBeth