Galde 39, negua 2023 invierno. Jasón & Argonautas.-
I.- Dice Marina Garcés que “vivimos una inflación del yo, alimentado por no saber cómo pensar el mundo”. Otros pensadores nos ven como una infinidad de seres buscando su identidad y sentido en las redes, más conectados que nunca pero terriblemente solos. Esta soledad compartida y sus efectos perniciosos sobre la percepción de la realidad preocupa también a la filósofa Marjan Bouwmeester, quien afirma que “el miedo a la soledad puede ser politizado y manipulado”.
El frágil homo tecnologicus quiere hacer oír su voz en medio del fragor y la confusión del mundo contemporáneo. Quizás siempre ha sido así. También querrían que sus palabras fuesen escuchadas los filósofos griegos que se plantaban en el ágora para dar a conocer sus hipótesis sobre la naturaleza del Ser, o los oradores del Speakers´ Corner del Hyde Park londinense. Otro tanto los sindicalistas obreros que en las épocas oscuras del franquismo se subían a un bidón en las fábricas para arengar las huelgas. Se sabía lo que se quería contar y se hacía para aunar voluntades y lanzarse a la acción.
Hoy el mundo es más confuso, más complejo y ruidoso. Las palabras se han gastado y han perdido parte de su valor comunicativo. Explicar la realidad y sus verdades requiere de muchos matices y argumentos, pero el tiempo de atención y escucha digital se mide en fracciones cuánticas en las que un minuto es una eternidad. Es por ello que los símbolos sustituyen a los discursos y los gestos a las palabras. Para hacerse oír por encima del ruido.
II.- Hay gestos rotundos que valen, como se dice de las imágenes, más que mil palabras. El de las mujeres de Irán que se quitan el hiyab en público para protestar por la muerte de Mahsa Amini, asesinada por cometer el delito de llevar mal puesto el símbolo de su opresión. El precio a pagar es la represión violenta, y en muchos casos ya, la muerte.
No todos los gestos tienen igual valor. En la tipología de gestos abundan también los desafortunados e insensatos. Durante mucho tiempo la izquierda creía caminar por el sendero correcto de la Historia, pero ahora ve desconcertada cómo la derecha le disputa la superioridad moral. En EEUU uno de los campos de batalla de la guerra cultural está en las bibliotecas públicas y escolares. Las víctimas son los textos clásicos que han de ser reescritos o borrados a tenor del sesgo ideológico de cada bando: unos por sexualmente explícitos o por cuestionar valores tradicionales y religiosos, otros por misóginos, homófobos, colonialistas o racistas. Harry Potter cae en el apartado de brujería y satanismo. Dice Irene Vallejo en El infinito en un junco, “no por eliminar de los libros todo lo que nos parezca inapropiado salvaremos a los jóvenes de las malas ideas. Al contrario, los volveremos incapaces de reconocerlas”.
La reciente COP27 celebrada en Egipto será más recordada por los ataques a obras de arte en los museos que por los acuerdos medioambientales alcanzados. Frágiles lienzos de Da Vinci, Monet, Vermeer, Van Gogh o Goya, que han sobrevivido siglos y han llegado hasta nosotros para darnos noticia de su tiempo y enriquecer nuestra percepción de la belleza, han sido embadurnados en nombre del derecho a la protesta. La consecuencia de estos gestos tan llamativos como inoperantesy desligados de la causa que se quiere defender, será el blindaje policial de los museos y el aumento del riesgo de que alguien consiga,al fin, la celebridad destruyendo algún bien artístico patrimonio irremplazable de la Humanidad. El gesto disidente ha de ser administrado y creer que se tiene razón no legitima cualquier acción. El necesario debate de la coherencia entre fines y medios exige rigor, sin simplezas ideológicas ni frivolidades. La indignación no es más que un estado de ánimo y no nos hace más lúcidos. Tampoco hay que olvidar, aunque no sea el caso, que grandes crímenes han sido cometidos por gentes que creían defender grandes causas justas.
III.- El Campeonato del Mundo de Fútbol, que está teniendo lugar en Qatar cuando redactamos este Periskopio, requeriría algún gesto más digno que la hipocresía mostrada por Gianni Infantino, Presidente de la FIFA. Con su infame discurso, en el quedijo sentirse árabe, inmigrante, gay, discapacitado, -tan solo le faltó sentirse mujer- pretendió acallar las críticas a una monarquía absoluta que ha dilapidado decenas de miles de millones de euros mandando construir estadios en la nada, y muy probablemente llenado los bolsillos de los jerarcas del fútbol mundial. Según The Guardian, unos 6.500 trabajadores extranjeros de los cientos de miles contratados bajo fórmulas de moderna esclavitud laboral han dejado allí su vida levantando los modernos templos del fútbol.
El fracasado gesto de los brazaletes arcoíris ha demostrado que el fútbol profesional no está hecho de la materia de los héroes. El escritor y periodista argentino Martín Caparrós, también reconocido futbolero, proponía en un artículo un gesto mucho más rotundo, si bien bastante improbable. Se debería ofrecer, según él, un minuto de silencio a cada trabajador mártir. “Si lo hiciésemos -decía-, cada uno de los 64 partidos serían precedidos por más de cien minutos mudos. El mundo se vería, de pronto, tan distinto: millones de personas calladas durante una hora y media frente a un televisor callado, pensando en cómo hicimos para volvernos esto”.
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