Jasón & Argonautas, (Galde 07, verano 2014).
I.- FESTIVALES. Es sabido que en verano las artes acostumbran a salir a la calle y se ponen al fresco cuando más aprieta la calor. Son los festivales que se suceden a lo largo y ancho de la geografía peninsular. Antes era un fenómeno sobre todo musical, el resto pasaba desapercibido, pero últimamente las páginas de la crónica cultural veraniega también se hacen eco de las tournées bajo las estrellas de Lope, Calderón, Shakespeare y compañía. El teatro clásico agota sus localidades de Olite a Mérida, pasando por Almagro. Aunque el Siglo de Oro es ya lejano, sus autores todavía proveen, si no doblones, sí al menos unos euros a este arte que va sobreviviendo a trancas y barrancas a fuerza de ingenio y descaro.
En música, los festivales se suceden en progresión frenética. No ha finalizado el de rock cuando ya comienza el de jazz, le sigue el folk, las tendencias y cultura urbana, el flamenco y un largo etcétera. Por si fuera poco, los grandes eventos deportivos, verbigracia el baloncesto, completan su oferta con actuaciones musicales en sus fanzones.
Nos vamos aproximando al ideal de la ciudad espectáculo que nunca duerme. Los anglosajones, que nos llevan un trecho creando conceptos en torno al show business, le llaman a esto festivalización. Para los voceros del liberalismo cultural esto es estupendo: el festival en sesión continua supone un reposicionamiento de la identidad de las ciudades. La permanencia del cliente consumidor de eventos permite colocar la marca de ciudad, y esto conduce a beneficios económicos y oportunidades para las industrias culturales y los artistas locales. Esto último debe de ocurrir por Londres o Nueva York, porque aquí los locales solo pueden aspirar a tocar a la hora de la siesta.
Los alcaldes y los comerciantes están encantados y suman turistas, ventas, pernoctaciones y demás contabilidades. Entre las hojas del debe y del haber, la cultura, que es un activo intangible, se va haciendo invisible. Cultura y economía, en el fondo, son un maridaje en el que uno de los cónyuges sale siempre perdiendo.
El público quiere, exige, más y mejores artistas que le aporten experiencias-absolutamente-inolvidables. Sea porque el talento es limitado o porque solo interesa lo que ya se sabe, lo cierto es que en los festivales abunda el pavoneo de viejas glorias. Cómo estará el patio que en el Sonorama, festejo de pop alternativo de Aranda del Duero, han tenido que resucitar a Raphael reconvertido en ídolo indie. Fue Bertolt Brecht el que dijo que si el público solo quiere ver lo que ya conoce, no debería ir al teatro, sino al retrete. Donde dijo teatro, dígase cualquier otra cosa.
Los que son unos genios en el hallazgo de novedades son los japoneses. Han descubierto la cantante perfecta. Hatsune Miko, que se llama la vocalista en cuestión, ni envejece ni se queda ronca jamás ya que solo es un holograma unido a un programa de voz artificial con un repertorio de más de 100.000 canciones. El artilugio virtual, vestido a lo chica manga con minifalda, largas botas y melena al viento, podrá parecer una gansada oriental, pero tiene millones de seguidores y la mismísima Lady Gaga la acaba de contratar como telonera. La pasta de los conciertos, unos 120 millones de dólares a la fecha, seguro que no los cobra el holograma, sino sus avispados creadores.
II.- CINE. El Gobierno de España con el cine no da ni una en el clavo, ni en invierno ni en verano. Ni que lo hiciera a propósito, que tal vez sí que lo hace. Hasta la Directora General del Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA), Susana de la Sierra, se ha dado cuenta y se ha largado harta de que le recorten cada vez más su presupuesto, no se baje el IVA, y ni se pague a las productoras. La guinda para su dimisión ha sido que Montoro se ha negado a aplicar la desgravación fiscal del 30% que habían acordado con las productoras. Seguirá siendo, como hasta ahora, una de las más bajas de Europa, y eso que con algunos buenos éxitos en taquilla, Hacienda está sacando una pasta en impuestos. Lo más sangrante del caso es que a Susana la han sustituido por una funcionaria de Hacienda que en cuestión de rodajes está pez. No es de extrañar que el gremio ande soliviantado. El asunto recuerda aquel sketch de Les Luthiers en que enumeraban los miembros del nuevo gobierno de Banania tras el enésimo golpe militar: Ministros de tal y tal, el General XX, el Almirante XY, el Comodoro XZ, y por último, Ministro de Cultura, el Cabo Primero Eutanasio Rodríguez.
III.- ACTORES. Las desgracias del cine también persiguen a los actores. Lo normal, glamour aparte, es que anden a dos velas, pero ni siquiera los ricos y famosos está a salvo de las penalidades. Los actores gustan cuando interpretan a otros, pero fastidian cuando son ellos mismos. Es lo que deben estar pensando Penélope Cruz y Javier Bardem, a los que les ha caído encima una buena dosis de vituperios por tildar de genocidio los bombardeos sobre Gaza. Me gusta cuando callas porque estás como ausente, dicen unos famosos versos de Neruda. Así los quiere el lobby sionista de Hollywood.
IV.- MUTIS. Pensar en los actores, esos seres frágiles, nos lleva a la melancolía en estos últimos días veraniegos de hermosos atardeceres. Algunos nos van dejando y los echamos mucho de menos, bien por la amistad que nos unía, o por que formaron parte de las fantasías eróticas de nuestra juventud. Una tarde de julio se marchó el Alex, grande en humanidad, y otro día triste de agosto, la Flaca dejó de mirar de aquella manera que solo ella sabía. Queda el consuelo de imaginarlos bajo un rojizo sol poniente, como el de Lo que el viento se llevó, paseando juntitos, cogidos de la mano, el Alex y la Flaca por los verdes campos del Edén, y ella diciéndole con aquella voz inigualable: Hola, ¿cómo estás, pequeño?