Galde 33 uda/2021/verano. Jasón & Argonautas.-
La entropía es esa magnitud que la física utiliza para medir el grado de desorden de un sistema. A diferencia de la energía, la entropía sí se crea pero no se destruye, por lo que su nivel va creciendo en el universo con el tiempo. Lo mismo parece que ocurre en el universo cultural, que al ser un sistema bastante cerrado, incrementa sin parar su cantidad de confusión interna, por más que la corrección política se empeñe en poner orden y marcar los límites -cada vez más estrechos- de lo conveniente y moralmente aceptable.
I.- Valgan los escritores como ejemplo. Se quejan algunos del “cepillado” que los editores ejercen sobre sus obras, temerosos de que su manera de abordar temas ideológicos como el racismo, el antisemitismo o la igualdad de género, avive tensiones en una sociedad mediática que vigila con el trabuco cargado presto a disparar. Se autocensuran -dicen- porque un personaje no ecologista, ultraderechista o una mujer que goce con su torturador, condenaría su obra a la exclusión.
El fenómeno alcanza su mayor extensión en EEUU, el país que menos trabas legales pone a la libertad de expresión, pero donde más fácilmente alguien puede ser insultado y su reputación destruida. No es necesario que lo censurable se encuentre en la obra, sino que basta con que el autor tenga algún comportamiento moralmente rechazable. Es lo que le ha ocurrido a Blake Bailey, que, tras ser acusado de acoso y violación, ha visto retirada de la circulación su biografía del escritor Philip Roth.El caso Bailey sería una anécdotas obre una“intolerancia que no es menos grave porque se ejerza en nombre de una causa noble” (Muñoz Molina), si no fuera porque las editoriales americanas empiezan a imponer cláusulas de moralidad para poder rescindir el contrato si el autor se ve envuelto en algún escándalo. Al parecer, un escritor ha de ser también un modelo de conducta.
II.-En muchos museos el pasado quema. El Rijksmuseum de Amsterdam hace ya un tiempo decidió revisar su terminología colonial, eliminando términos racistas como negro, indio o moro. Así, el cuadro Jovencita negra de Simon Maris, pasó a denominarse Mujer joven con abanico. No todos los críticos e historiadores del arte están de acuerdo con esta censura que reescribe la historia.
En Londres el revisionismo cultural es una epifanía. La Tate Britain acaba de descubrir en su restaurante un enorme mural que muestra la caza de un esclavo; un niño negro atado con una cadena al cuello que corre tras un carro. Siempre estuvo ahí. El British Museum, tras 300 años, se ha apresurado a retirar el busto de su fundador, Sir Hans Sloane, por su pasado esclavista. El siguiente paso está siendo el estudio de su colección de más de 8 millones de piezas por si hubiese alguna dudosamente adquirida en expediciones militares imperiales a lo largo y ancho del mundo. Objetos como la Piedra de Rosetta o los Mármoles del Partenón, que Grecia lleva 200 años reclamando.
En nuestros lares, cuando se trata de revisar la historia los niveles de entropía se disparan. Baste ver al Ayuntamiento de Palma eliminando del callejero a los almirantes Churruca, Gravina y Cervera por su “origen fascista” avant la lettre, mientras que el Tribunal Superior de Justicia de Madrid no ve pruebas de que Millán-Astray participase en el golpe de 1936.
Volviendo al arte, la Baronesa Von Thyssen no solo no se plantea revisar el origen de la fabulosa colección que heredó de su esposo -conocedor o no de que más de un cuadro perteneció a familias judías expoliadas-, sino que juega al escondite con sus obras en paraísos fiscales como medida de presión al Ministerio de Cultura, que finalmente le pagará 130 millones de Euros para que las mantenga en su museo madrileño.
III.- Disney advierte en su plataforma que sus producciones clásicas pueden contener referencias culturales incorrectas. El libro de la selva porque los monos, tontos y criminales, pueden asociarse a afroamericanos; La dama y el vagabundo por los gatos siameses, estereotipos asiáticos, y así sucesivamente. ¡Qué decir de Tarzán de los monos! Marvel se cura en salud presentando un Capitán América gay.
Los teatros estudian prohibir el blackface, es decir, el maquillaje para representar a una persona negra; los colectivos queer exigen actorxsqueer para representar historias queer. El lío montado con la traducción al neerlandés del poema que Amanda Gorman leyó en la toma de posesión de Biden, muestra para Nuria Barrios, traductora del mismo al castellano, “la victoria del discurso identitario frente a la libertad creadora… Del orgullo de ser quien eres –dice- se ha pasado al imperativo, sujeto a penalización, de no ser otro que quien eres: nuestra piel convertida en camisa de fuerza”.
La corrección política, con sus dosis de oportunismo e hipocresía, va estructurando el espacio público sobre todo mediante su activismo en la Red. Lo que ayer, acríticamente, veíamos normal, hoy escandaliza y enfurece, sin tener en cuenta que mañana será, tal vez, solo nueva normalidad o ridículo pasado. Con todo, bienvenidos sean estos debates si conseguimos racionalizarlos para que contribuyan a descolonizar nuestras mentes y nos sirvan, aquí y ahora, para identificar las nuevas esclavitudes al salir a la calle.