Galo Bilbao Alberdi*, (Dossier Galde 08, otoño 2014). Hace ya tres años que ETA dejó su actividad terrorista. Es un buen momento de hacer balance de la evolución de nuestra sociedad durante el tiempo transcurrido y de diseñar bocetos que adelanten su futuro inmediato. La aparición de diversos, interesantes y polémicos trabajos al respecto, junto con la evidente limitación de espacio de estas páginas, me empujan a aproximarme a la cuestión mediante breves catas sin más intención que enriquecer la reflexión y el debate social sobre algo que nos atañe de manera muy singular.
Un sujeto: La mayoría silenciosa
Frente a acercamientos que destacan otros sujetos como nucleares en la cuestión de la convivencia –la propia ETA o su soporte social, la autodenominada izquierda abertzale, pasando por los partidos políticos, las organizaciones pacifistas o los colectivos de víctimas– creo que es especialmente importante en este momento fijar la atención en la mayoría de la población que constituye la sociedad vasca. Soy consciente de que es un sujeto difícilmente identificable, incluso su calificación –«silenciosa»– está sometida a diversas y peligrosas manipulaciones. Sin embargo, creo que respecto a los logros de convivencia en nuestro contexto, es el sujeto determinante. Es esa misma mayoría silenciosa la que ha posibilitado que, aunque ETA era mínimamente apoyada y mayoritariamente rechazada por nuestra sociedad, perviviera (y aún lo hace) durante cinco décadas. Es la misma que sostiene y valida el tránsito entre la distinción demócrata/violento del Pacto de AjuriaEnea a la de nacionalista/constitucionalista que tanto ha enturbiado nuestra convivencia al comienzo del presente siglo.No me cabe duda de que la imprescindible deslegitimación de la violencia vivida –y dentro de ella, el deseado y necesario manifiesto de ETA de reconocimiento y rechazo de su injusta actividad y el correlativo de la izquierda abertzale que aborde críticamente su pasado de apoyo a la misma– solo se producirá si es asumida por nuestra mayoría silenciosa. Y es ella, en definitiva, y nadie más, quien establecerá los niveles de acuerdo a los que lleguemos en nuestro futuro inmediato.
Desgraciadamente, ahora que tanto se habla de la batalla por el relato de lo ocurrido, sospecho que la gran confrontación no está entre quienes tenemos relatos diferentes sino entre todos nosotros, una minoría al fin y al cabo, y quienes son totalmente ajenos a la cuestión, no miran nada más que a su condición personal, han superado el pasado sin apenas pérdidas o con pequeñas molestias y se preparan a un futuro en el que lo acontecido, por molesto, es mejor olvidarlo o, como suele decirse, está dispuesto a «pasar página» cuanto antes.
Un concepto: ¿Una sociedad reconciliada?
Personalmente creo que es distinto hablar de coexistencia, de convivencia, de concordia o de reconciliación. Entre nosotros hemos coexistido y seguimos haciéndolo. De hecho, esa «sociedad dentro de la sociedad»como los sociólogos han identificado al mundo del MLNV, es un evidente ejemplo de la misma y un argumento permanente frente a las teorías de la fractura social en nuestro país. Los niveles de coexistencia han sido muy altos, como también, aunque menos, los de convivencia. Solamente en tiempos del asesinato de Miguel Ángel Blanco nos encontramos al borde de dicha fractura pero, por suerte,o bien no hicimos caso a las llamadas que la proponían o bien no era posible entre nosotros deshacer todos los lazos que nos unían mutuamente.
Pensemos en al menos dos consecuencias de esto. En primer lugar, porque los niveles de convivencia han sido importantes, incluso en plena actividad de ETA, porque la mayoría silenciosa ha conseguido sobrevivir como si aquí no pasara apenas nada, ahora que no hay violencia, tampoco queda la sensación de que hay mucho más que hacer. En segundo lugar, sin conciencia de esta ausencia, de lo que todavía falta por conseguir, las apuestas por mejorar cualitativamente las relaciones sociales no gozan de gran predicamento en la mayoría y, consecuentemente, no fuerzan a la toma de decisiones que llevarían a más altas cotas la vida social: ni ETA ni el MLNV se van a sentir socialmente obligados a lo que moralmente deberían verse impelidos, como es la petición de perdón por el mal causado y la responsabilización por sus consecuencias.
Más complicado que coexistir y convivir es llegar a niveles apreciables de concordia, de acuerdos significativos entre las distintas sensibilidades políticas de nuestro país. El pobre balance a mitad de legislatura de los «microacuerdos» transversales logrados nos indica que no hemos avanzado mucho.
Y qué decir de la reconciliación. Si bien es cierto que los prejuicios hacia ella como categoría social han desaparecido al menos en la misma proporción que la acción violenta en la calle, sin embargo no se pueden presentar muchos indicadores sociales de su presencia entre nosotros.
Una tarea al alcance de la ciudadanía
Trataré de especificar unas pocas actitudes básicas queson asequibles para quienes conformamos esa gran mayoría de nuestro país en orden a colaborar activamente en la mejora de la calidad de nuestra convivencia:
–Anteponer las comunes convicciones políticas prepartidarias a las diversas aspiraciones políticaspartidistas.Se trata de abordar la cuestión de la convivencia desde el sincero y honesto esfuerzo de preguntarme primero por lo que la sociedad demanda, sin prejuicios ideológicos y de partido, dejando en segundo lugar las legítimas aspiraciones políticas propias.
-Pasar de la crítica a la autocrítica. Habitualmente priorizamos mensajes de petición, interpelación y exigencia a otros. Ese no parece un buen camino. En estos momentos es imprescindible mirarnos a nosotros mismos y hacer un sincero ejercicio de autocrítica sobre nuestras actitudes y comportamientos todos estos años. Es evidente que no todos hemos actuado de la misma forma, ni tenemos la misma responsabilidad en lo ocurrido. Pero es necesario que cada uno nos preocupemos de nuestros propios errores y lo expresemos de una manera pública, en nuestro ámbito cercano.
– Sustituir la indiferencia por la compasión. La inmensa mayoría de nosotros no hemos sido ni víctimas ni perpetradores. Hemos sido más bien viajeros que nos hemos encontrado en el camino con los malheridos en la cuneta. Tenemos que superar miedos, prejuicios, seguridades y acercarnos a la víctima que sufre injustamente, sin preguntar qué ha hecho ella para encontrase así, ni que características tiene (¿es de los míos?) ni qué nos puede pasar si nos paramos a atenderla sino qué le puede pasar a ella si no lo hacemos.
– De la confrontación a la concordia. Durante todos estos años, quien más quien menos, se ha enfadado o enemistado con otros convecinos. El enfrentamiento ha dado lugar muchas veces a rupturas de relación, a distanciamientos, a indiferencias despectivas. Éste es un momento especialmente indicado para superar la confrontación y pasar de la mera coexistencia a una concordiaque reclama volver a recuperar conjuntamente espacios abandonados, proyectos rotos, amistades perdidas.
Coda: La referencia ineludible a las víctimas
Aunque en esta breve reflexión he querido centrarme en la mayoría, quiero terminar fijándome en las víctimas, para subrayar su carácter referencial en la cuestión de la convivencia, al menos en dos aspectos. En primer lugar, es de justicia reconocer que algunas de las iniciativas más significativas en relación a una sociedad justa y reconciliada han tenido a las víctimas como protagonistas principales (víctimas educadoras en las aulas, encuentros restaurativos entre víctimas y victimarios, encuentros entre víctimas de distinto perpetrador…). En segundo lugar, la reconciliación a la que podamos llegar entre nosotros nunca se podrá hacer contra las víctimas, será incompleta sin ellas, insuficiente simplemente con ellas y solamente adecuada si la diseñamos y realizamos entre todos ydesde ellas.
*Profesor de Ética. Universidad de Deusto