(Galde 23, 2019/invierno). Kepa Bilbao Ariztimuño.-
Marx fue un filósofo alemán, un humanista en el sentido renacentista, por la diversidad de temas y asuntos humanos que le interesaron, un analista económico, un historiador, un polemista político vigoroso, que simultaneó durante toda su vida la actividad teórica y el compromiso político.
Su obra es un compuesto de análisis social, que se quiere científico, y política. Pero, además, el tipo de análisis social de Marx influido por la idea de totalidad hegeliana, tiene una pretensión mas abarcadora que la que es normal hoy en las ciencias sociales y como política, Marx hace agitación, alienta la fe y hace profecías.
El fin de la guerra fría ha permitido que podamos leer a Marx de una manera menos partidista y prejuiciada, que nos separemos de las interpretaciones mediatizadas por el dogmatismo o la ortodoxia. En suma, que lo podamos estudiar en su totalidad, en sus errores, aportaciones, limitaciones y ambigüedades, sin canonizaciones.
No hay pensamiento humano que no sea deudor de su época, sin fisuras y contradicciones y que no conlleve una variedad de interpretaciones. En filosofía, economía y, en general, en ciencias sociales dos siglos es mucho tiempo para que alguien salga indemne de las transformaciones de todo tipo que han tenido lugar.
El curso histórico ha desmentido algunas de sus teorías y predicciones, pero también ha revelado algún acierto teórico, algunas ideas originales -en el sentido, siempre relativo, en que se puede hablar de original en la historia de las ideas- y sugerencias valiosas.
El legado más positivo y original de Marx es su concepción de la historia, columna vertebral de su pensamiento, en especial su noción del papel desempeñado por el desarrollo tecnológico. Sin embargo, ya en vida de Marx hubo epígonos que distorsionaron esta concepción convirtiéndola en un mero determinismo económico y fue esa caricatura, que pretendía descifrarlo todo a partir de la acción de factores económicos lo que tuvo más éxito en el marxismo que se difunde a finales del siglo XIX con el nombre de materialismo histórico. Si el enfoque peculiar de Marx, no la mala copia, se toma como una vía entre otras para aproximarse a las realidades históricas y sociales, puede resultar provechosa.
Un gran pensador desarrolla y presenta nuevas ideas al mundo y por mucho que intente controlar su significado y uso no puede. En las manos de otras personas las ideas originales se transforman desarrollándose en direcciones y conceptos que poco o nada tienen que ver con el original. El marxismo de Marx no es una excepción.
Marx se presta a muchas interpretaciones. Es claro, por un lado, y ambiguo, por otro, y esta ambigüedad da pie a múltiples lecturas y, por tanto, a interminables disputas escolásticas. El marxismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX incorpora las ideas de Marx de forma selectiva, simplificando, exagerando y deformando esas ideas. Por otra parte, no se puede negar que Marx es, en alguna medida, responsable, por así decirlo, de las ideas hipersimplificadas y vulgarizadas que pueden defenderse mediante muchas citas de su obra. Ahora bien, no podemos afirmar que el socialismo despótico que hemos conocido en el siglo XX es el socialismo pretendido por Marx. La versión leninista-estalinista-maoísta del comunismo fue una interpretación posible, aunque no la única, de la doctrina de Marx, lo que sería caer en el absurdo es decir que fue un resultado directo de la propia ideología. No obstante, el hecho de que los escritos de Marx fueran utilizados de esa forma no es irrelevante y nos debe llevar a preguntarnos qué hay en ellos para que fueran interpretados de esa manera. El comunismo del siglo XX surgió a partir de muchas circunstancias históricas, con la tradición marxista entre ellas y cambió radicalmente el mundo en una dirección que Marx ni siquiera llegó a imaginar. Ha sido mas bien un intento de poner en práctica las ideas que Marx expresó en forma filosófica sin unos claros principios de interpretación política.
Aunque el marxismo ya no es “el horizonte intelectual de nuestra época” como quería Sartre, la nueva crisis mundial que estalló en 2008 vino a recordarnos que al menos el diagnóstico crítico de Marx sobre la dinámica de expansión del capitalismo con sus crisis periódicas y con su carga de miseria, exclusión y violencia sistémica, permanece vigente. Las reediciones de El Capital se reactivaron entonces en todo el globo mientras que el nuevo best-seller en materia económica que vino a mostrar la relación entre aumento de la tasa de acumulación del capital y crecimiento de la desigualdad, se titulaba justamente El Capital del siglo XXI (Piketty). Esto no significa que Marx ofrezca una solución a las dificultades económicas actuales.
En sus escritos económicos hay una investigación muy valiosa sobre el funcionamiento del capitalismo de su época, sus tendencias a la acumulación del capital, el funcionamiento del ciclo económico, su internacionalización; pero no encontramos en El capital ni una versión única de la crisis ni una visión de una caída final automática, puramente económica. Para que ello se diera debía concurrir el factor activo, subjetivo, consciente, el proletariado. Marx dejó su gran obra, El capital, sin acabarla. No creo que se pueda decir con rotundidad que esté clara su última palabra acerca de estas cosas. Marx nunca abandonó su fe en el final inevitable del capitalismo, pero en cuanto al modo y momento en que éste iba a producirse murió sin dar una respuesta técnica clara, como en otras cuestiones, sin completar su pensamiento. Así, aunque de otro modo, seguimos leyendo a Marx en el siglo XXI, pero no para volver a Marx sino para ir más allá de Marx.
Marx es una figura intelectual sobresaliente y políticamente comprometida de una época histórica pasada, la de la Revolución Francesa, la Comuna de Paris, la filosofía de Hegel, de la primera industrialización inglesa y de la economía política que emanó de ella. Hoy habitamos en un mundo más globalizado, plural, complejo y dinámico, muy distinto al de finales del siglo XIX, y para comprenderlo, Marx, a excepción de algunas ideas e inspiraciones que he comentado, poco puede ayudarnos en ello. Más que citar a Marx, de la misma manera que los escolásticos citaban a Aristóteles o la Biblia, nos ayudaría poder contar con su talento para interrogar el mundo, su voluntad y capacidad de conocer, con el fin de abrir nuevos espacios para el pensamiento y la acción. Como le dijo Engels al socialdemócrata ruso Voden en una de sus visitas en las que este le apremiaba para que publicara lo antes posible todos los escritos de Marx: “preferiría que los militantes, rusos o no, acabaran por una vez de ir buscando citas de Marx [y de él mismo], y que en lugar de ello pensaran tal como Marx hubiera pensado en su lugar”.
Para ver una versión ampliada de este texto:
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