(Galde 02, primavera/2013). No hay pretensión científica, solo observación de campo circunscrita a mi entorno vital, que con lo micro cabalgamos. Las familias de hace cuarenta años, corríjanme, salían los festivos a la periferia urbana y ocupaban ruidosamente riberas y pastizales. Las administraciones públicas atendieron ese hábito con arbolados y asadores públicos. En algún momento de la posmodernidad cayeron en desuso, incluso para las pandillas juveniles, y así permanecieron hasta que los inmigrantes las han recuperado. Basta que la lluvia amaine para que latinoamericanos de todo sexo y edad asen carnes, jueguen al voley y propaguen la bachata. En medio del asombro y la envidia de los nacionales, de todos los nacionales, que ya andarán buscando excusas para quitarlos de la vista. No sé si mezclan por nacionalidades ni si aceptan comensales de otras etnias. Nos lo resolverán los multiculturalistas. Por ahora, baste el humanista:
“El pequeño automóvil avanzaba en paralelo al Kings River, cerca de la zona de picnics. Aquel domingo por la tarde se celebraban cinco grandes picnics, con música y bailes: uno italiano, otro griego, otro serbio, otro armenio y otro norteamericano. Cada grupo tenía su propio estilo de música y baile (…). El automóvil llegó al último grupo. La música era swing, jive y boogie-woogie, y el baile era desenfrenado.
-¡Norteamericanos! Griegos, serbios, polacos, rusos, mexicanos, armenios, alemanes, negros, suecos, españoles, vascos, portugueses, italianos, judíos, franceses, ingleses, escoceses, irlandeses. Lo que tú quieras. Eso es lo que somos.
William Saroyan, La comedia humana (1943)”
Soledad Frías