La reutilización de naves industriales, beneficios y sostenibilidad

 

Galde 44, Udaberria 2024 Primavera. José Eugenio Villar Ibáñez.-

Las naves industriales características del paisaje industrial vasco son construcciones sometidas a las reglas de la eficiencia productiva, que poseen un carácter utilitario y generalmente se encuentran ubicadas en la periferia de la trama urbana. Las sabemos sucesoras de los templos con naves de planta basilical, de las estaciones de ferrocarril y de los mercados del siglo XIX. Se dividen en crujías separadas en ocasiones por hileras de pilares o columnas en que se apoyan vigas por donde se mueven grúas puente y en otras por cerchas que soportan cubiertas a dos aguas o en dientes de sierra que proporcionan luz natural uniforme. Habitualmente se trata de edificios construidos con esqueletos metálicos o de hormigón armado y cerramientos de ladrillo. Naves de indiscutible funcionalidad, versátiles y capaces de acomodarse a distintos usos, por la diafanidad de su espacio interior, son serializables y ampliables según convenga, con linternones traslúcidos que introducen la iluminación cenital. Su función de contenedor de un desarrollo productivo facilita su reutilización cuando este deja de existir.

Reutilizar edificios industriales implica sostenibilidad y una oportunidad para el cambio en la ciudad contemporánea. La preservación o conservación de los edificios ahorra energía aprovechando la energía no recuperable contenida en un edificio y ampliando su uso. Es decir, los materiales de construcción contienen la “energía incorporada” que ya se ha invertido en ellos y su uso continuado supone un capital medioambiental, significa menos energía utilizada en la demolición, menos residuos camino de vertederos y menos energía necesaria para el transporte de nuevos materiales de construcción y para su uso edificatorio.

La energía incorporada está empezando a incluirse en la nueva disciplina de la contabilidad del carbono. Los ahorros en energía incorporada consiguen reducciones inmediatas de dióxido de carbono. Los edificios adaptables, como las naves industriales, que pueden tener varios cambios de uso a lo largo de su vida útil, reducen las emisiones de dióxido de carbono a largo plazo. Por otra parte, a diferencia de muchas construcciones modernas, los edificios industriales ofrecen una imagen de solidez y permanencia que valoriza el paisaje urbano y su conservación permite preservar técnicas y materiales de construcción imposibles de utilizar hoy en día como los perfiles de acero roblonado o las columnas de hierro fundido.

Las actuaciones urbanísticas sobre espacios y paisajes caracterizados por su dedicación industrial deben contemplar un entramado urbano capaz de conservar elementos que mantengan en la memoria futura una imagen suficientemente evocadora del pasado. Por esta razón los técnicos y funcionarios públicos a cuyo cargo está la planificación y el desarrollo de los planes urbanos deberían estar capacitados para incluir esta perspectiva histórica y cultural en sus esquemas de trabajo. Se trata de espacios de memoria enmarcados por una arquitectura con valores emocionales. Como apunta el sociólogo Peter Marris, “el paisaje de la ciudad debería reflejar nuestras necesidades de continuidad. Al margen de lo eficiente o lo bello que sea lo nuevo, la discontinuidad radical con lo viejo puede provocar una tensión intolerable”.

Así lo vio también el Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial (TICCIH), que en su Carta de Nizhni Tagil (2003) declaraba que “continuar adaptando y usando edificios industriales evita malgastar energía y contribuye al desarrollo sostenible. El patrimonio histórico puede tener un papel importante en la regeneración económica de áreas deterioradas o en declive. La continuidad que implica la reutilización puede proporcionar estabilidad psicológica a las comunidades que se enfrentan al repentino fin de una fuente de trabajo de muchos años”.

En ese sentido se manifestaba también la Declaración de Davos, firmada en 2018 por los ministros de Cultura europeos. En dicha declaración se consolidaba el concepto de Baukultur, o cultura de la construcción que reconoce que el patrimonio cultural es la manifestación de la diversidad cultural heredada de generaciones anteriores, constituyendo una fuente común de memoria que ofrece una dimensión emocional, de enraizamiento e identidad colectiva, y que incide de forma directa en el desarrollo de las personas y de su historia. Mas reciente es la Ley 9/2022, de 14 de junio, de Calidad de la Arquitectura, que invita a hacer más con menos, especialmente cuando se trata de la optimización de los recursos naturales y de reducir el gasto de energía. Propone la necesidad de rehabilitar, regenerar y renovar, frente a la historia reciente de nueva construcción, tal y como reclaman tanto la Ley de Suelo y Rehabilitación Urbana de 30 de octubre de 2015 como la Agenda Urbana Española aprobada el 22 de febrero de 2019.

No obstante, el problema de la reutilización a menudo va unido a la existencia de un grupo de monumentos más que a un monumento aislado, o lo que es lo mismo, a la supervivencia de un antiguo barrio industrial completo. Ejemplos como el de Lowell en Massachusetts, o el de Norrköping en Suecia, 22@ en Barcelona, los Docks de Liverpool y Marsella, Speicherstadt en Hamburgo, Ancoats en Manchester, L’île de Nantes, en Boston los almacenes navales del río Charles, en Baltimore el viejo “Inner Harbor”, en Toronto el Distillery District, Manufaktura de Lodz en Polonia o Sesto San Giovanni junto a Milán son prueba de que esos barrios se pueden convertir con éxito en la asociación de un distrito industrial histórico con la renovación urbana. Una vieja fábrica de calderas se ha utilizado en Praga como espacio de la editorial Economia.

En el País Vasco no se han llevado a la práctica proyectos urbanísticos como los aquí citados pese a la insistencia de la AVPIOP en el antiguo barrio industrial de Zorrotzaurre (Bilbao) o la Asociación Berreibar en Eibar. Solo han prosperado algunas intervenciones puntuales de rehabilitación o reuso como en Zorrotzaurre el edificio Beta, el Pabellón 6, Artiach esperando “mientras tanto”, o en Eibar la antigua fábrica de AYA que alberga la Casa de Cultura Portalea. También en la villa armera los edificios de Aurrera y Beistegui Hermanos con usos diversos. Tampoco se tuvieron en cuenta las posibilidades de reutilización de las naves características que alojaron la industria siderometalúrgica (Babcock Wilcox, AHV, La Naval, Forjas Alavesas…). Lamentar también el proyecto de Parque Empresarial de Burtzeña-Barakaldo, estancado durante veinte años dedicados a desmantelar los edificios que alojaron la Térmica de Burceña, Astilleros del Cadagua o Fesa-Ercros, que podrían haber sido reutilizados.

Por otra parte, el caso de Vitoria-Gasteiz es paradigmático. En la capital administrativa e industrial de Euskadi se puso en marcha desde 2007 el Plan de Movilidad Sostenible, enfocado en sistemas y servicios de movilidad futuros en el municipio. Son esfuerzos estimables pero que resultan incoherentes con el abandono, saqueos impunes y derribos llevados a cabo en los polígonos de Gamarra y Betoño, áreas fundacionales de la industrialización vitoriana en las décadas de 1950 y 1960 y de fácil comunicación con la ciudad residencial. Mientras, se proyectaba la ampliación del Parque Tecnológico de Miñano a 10 kilómetros de la ciudad y sin seguir las recomendaciones de las Directrices de Ordenación del Territorio. Recientemente se dirigía el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro (COAVN) al Ayuntamiento de Vitoria en estos mismos términos, considerando que deberían evitarse este tipo de desplazamientos a polígonos industriales alejados mientras se mantienen en desuso muchos de los edificios de los polígonos históricos que configuran un paisaje industrial identitario del urbanismo vitoriano.

José Eugenio Villar Ibáñez.
Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública (AVPIOP).

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