La Paz en Colombia tiene hoy una privilegiada oportunidad

22.02.2013 HABANA.

Lourdes Castro Garcia[1]

El sorpresivo anuncio del presidente Juan Manuel Santos de iniciar un proceso de dialogo con la guerrilla de las FARC  a principios de septiembre de 2012 fue sin duda una buena noticia para el pueblo colombiano, Latinoamérica y el mundo. Desde entonces, la  percepción  de que ésta vez el dialogo pueda arrojar un resultado que ponga fin a la confrontación armada ha sido predominante tanto dentro como fuera del país y la paz se impone como tema incluso entre los más escépticos.

Pese a las críticas de todo tipo provenientes de diferentes sectores respecto a agenda, participantes, reglas de juego, etc. y de los que claramente se sitúan como contrarios a las negociaciones, “que no son pocos, ni insignificantes”, resulta innegable que el escenario político del país ha cambiado, revitalizando las iniciativas y la movilización social en favor de un proceso de paz incluyente, firme y duradero. La señal que se impone en la sociedad colombiana es  que “la paz es posible”; lo que no es posible es dejar perder esta oportunidad.

Los impulsos del proceso de dialogo

Llegar a la Mesa de dialogo actualmente en curso en la ciudad de la Habana, ha sido un camino difícil, en el que ha trascurrido una década desde el controvertido diálogo del Caguán durante el gobierno de Andrés Pastrana[2]. Una serie de variantes en el plano nacional e internacional durante este período han dado el impulso para configurar este  nuevo escenario de dialogo considerado por numerosos analistas como el más propicio  para avanzar  ¡por fin!  hacia un proceso de paz.

En primer lugar, hay que destacar la voluntad política de las partes, que hay que leer en clave de los intereses que representan, e incluso de los que no representan, y como unos y otros juegan su papel en clave nacional, regional e internacional.

De una parte, el presidente Santos representa desde  su ascenso a la presidencia, a la elite moderna en el poder político ligada al poder económico transnacional  y con aspiraciones de jugar un papel preponderante en escenarios regionales: UNASUR, CELAC, e internacionales: Alianza  del Pacifico, OCDE. Además, no hay que perder de vista el vínculo  histórico de su familia con el poder y la imagen de estadista de su tío abuelo[3] que sin duda el actual presidente quiere proyectar  también,  pasando a la historia  como el presidente  de la paz. A lo anterior hay que sumar que pese a los embates mediáticos y reales contra la guerrilla de las FARC en esta última década, las fuerzas militares gubernamentales no están ganando la guerra a pesar de tener el mayor número de efectivos en su historia y una sofisticada  tecnología proporcionada por la ayuda militar estadounidense.

De otra parte, las FARC, con el ascenso de Alfonso Cano en el 2010 como máximo dirigente de la organización, inició un replanteamiento estratégico tanto en lo militar como en lo político;  varios elementos pueden tomarse en consideración para este recambio: los fuertes golpes recibidos  en  campo militar y la perdida de importantes cuadros de la organización; las cada más difíciles condiciones de movilización y comunicación de sus estructuras que dificulta el control y unidad de mando; un rechazo social creciente a su comportamiento con la población civil  y  un fuerte aislamiento nacional e internacional.

En cuanto a las variantes a tomar en cuenta en el plano internacional, sin duda la de mayor peso tiene que ver con el nuevo escenario regional: la reconfiguración política de América Latina, que ha puesto de manifiesto que es posible plantear cambios por la vía de la movilización social y de las urnas. Los nuevos vientos de integración que soplan en el continente con los avances en UNASUR y la creación de la CELAC[4] en los cuales Colombia juega un rol importante que al actual Presidente le interesa, siendo el conflicto armado un obstáculo. Las potencialidades en lo político y lo económico que se le abren a la región para jugar un rol importante en el contexto internacional de crisis global multidimensional, no se benefician del mantenimiento de un conflicto armado en el territorio colombiano.

Estas variantes y otras, han posibilitado un cambio de posición tanto del gobierno como de las FARC que hace pensar que está vez el escenario de diálogo tiene posibilidades de éxito: ambas partes han pasado a privilegiar la confrontación de las ideas en la mesa de diálogo por sobre la derrota del adversario; a reafirmar su voluntad de lograr acuerdos antes que buscar pretextos para terminar con las negociaciones.

El diálogo de la Habana: Un ejercicio orientado a hacer las paces para construir la paz

No existen modelos ideales, ni fórmulas mágicas para abordar la solución política de los conflictos armados, y sí múltiples experiencias que en las últimas décadas se han desarrollado a lo largo del mundo y cuyas lecciones hay que tomar en cuenta.

El dilema se plantea entre las expectativas que se generan y los resultados que se alcanzan. En la diferencia existente entre lo que se denomina hacer las paces y hacer la paz.  El diálogo de la Habana se sitúa en el terreno de hacer las paces, de dar por terminada la confrontación armada y definir una hoja de ruta sólida para construir la gran paz nacional.

Desde este enfoque orientado a buscar el equilibrio entre expectativa y el resultado de un espacio limitado como la mesa de diálogo ¿qué fortalezas y debilidades se han identificado en el camino recorrido hasta ahora?

Un diseño distinto al Caguán

Salta a la vista que el diseño puesto en marcha para el diálogo de la Habana ha buscado  sobre  todo un escenario completamente distinto al que diez años atrás significó el Caguán: agenda minimalista previamente definida, conversaciones entre las partes en el exterior sin cese de hostilidades y  bajo la premisa que nada  esté acordado hasta que todo esté acordado y por ende, con cláusula de confidencialidad sobre los avances. Bajo perfil de la comunidad internacional y ausencia de mecanismos directos de articulación entre la mesa de negociación y la sociedad colombiana.

Pese a las objeciones que  puedan hacerse a este cambio total del libreto y de las limitaciones que algunos de sus elementos pueden estar demostrando, lo cierto es que han posibilitado el proceso. Existe claridad y el compromiso de las partes sobre los tópicos a abordar; el debate  y la confrontación de ideas se da en la mesa de negociación, sin las interferencias de los medios de comunicación y las presiones de la opinión pública sobre las posiciones de las partes. Las operaciones militares se mantienen y por tanto no cabe plantear la concesión de ventajas militares en favor de una de las partes.

Adicionalmente, la conformación del equipo negociador gubernamental y el equilibrio buscado entre los países garantes y acompañantes también han sido elementos que han favorecido y fortalecen el proceso. La inclusión en el equipo negociador gubernamental de un representante de los gremios económicos en cabeza del presidente de la Asociación Nacional de Empresarios (ANDI) Luis Carlos Villegas, es una clara señal de la necesaria apuesta por la paz de por lo menos un fuerte actor económico, en contraposición con la abierta hostilidad de otros sectores, como el ganadero y el agropecuario. En la misma línea, puede interpretarse la inclusión de dos figuras que podrían considerarse “halcones” en sus respectivas instituciones: Óscar Naranjo, exdirector de la Policía Nacional y  Jorge Enrique Mora, excomandante de las Fuerzas Militares, representantes de los sectores  históricamente hostiles a vías de solución  distintas a la militar.

Igualmente, el equilibrio buscado en la selección de los países garantes, Noruega y Cuba y en los países acompañantes, Chile y Venezuela, contribuye y favorece la construcción de confianza entre las partes y de ellas frente a los actores externos que rodean el desarrollo del dialogo.

Los ausentes en la Mesa

Sin duda, la mayor debilidad del diálogo es su carácter parcial, pues solamente tiene lugar con un sector de la insurgencia y no con toda la insurgencia. El cese definitivo de la confrontación armada y la construcción de un proceso de paz exige el involucramiento de todos los alzados en armas. La propia experiencia del país así lo demuestra. Los diálogos sostenidos en el pasado con diferentes grupos insurgentes permitieron su reinserción a la vida civil y su incorporación a la lucha política por la vía democrática, sin embargo, la confrontación armada continúo dejando en el limbo las posibilidades de paz. Es por ello que la incorporación pronta del Ejército de Liberación Nacional (ELN) al diálogo es fundamental para  avanzar por la senda de la paz.

Si bien el dialogo se plantea en términos generales ha sido bien recibido por las distintas fuerzas sociales, quienes han expresado su apoyo y su voluntad de protegerlo de los sectores claramente identificados como opuestos al mismo. Así por ejemplo, entre quienes intentan boicotearlo se encuentra el ex presidente Álvaro Uribe Vélez[5]. La inquietud que flota en el ambiente es ¿cuál es lugar de los sectores sociales en el marco del diálogo y de las decisiones que allí se tomen? En este aspecto, hasta el momento, el proceso plantea un profundo déficit que debe ser superado mediante la adopción de mecanismos de articulación claramente definidos entre la mesa de diálogo y las fuerzas sociales.  Sin duda, el Foro sobre Política de Desarrollo Agrario Integral realizado el pasado mes de diciembre del 2012 a solicitud de la Mesa y organizado por la oficina Colombia del PNUD y el Centro de Pensamiento y Seguimiento al Proceso de Paz de la Universidad Nacional, es un primer intento aunque insuficiente de avanzar en esta dirección. El Foro contó con una nutrida participación y arrojó una serie de conclusiones y propuestas que ya han sido entregadas oficialmente a las partes. ¿Cómo se procesan todos estos aportes en la mesa de diálogo? No está claro. El riesgo de no avanzar en esta interacción entre la mesa en La Habana y las dinámicas sociales en Colombia en torno a la misma, es el escepticismo y el aislamiento social del acontecer en La Habana. Un peligro muy grave para un proceso que cuenta con tantos enemigos y que requiere del respaldo de la gran mayoría de la población colombiana  para que ésta lo defienda cuando las circunstancias lo requieran.

En términos de participación otro de los vacíos que presenta la mesa es en relación a la inclusión de las mujeres y su participación en términos del cumplimiento de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ninguna de las partes incluye como titulares a mujeres en sus equipos negociadores. Más allá de ello, que no es de poca monta, se da imagen de masculinidad al diálogo de La Habana que genera desconfianzas; lo cierto es que tomar en cuenta las voces de las mujeres resulta fundamental para la consecución de la paz. En este terreno valdría la pena tomar en cuenta las experiencias de otros procesos recientes.

Siguiendo con las ausencias, el proceso de La Habana hasta el momento ha contado con una muy escasa presencia de la Comunidad internacional. A parte de la claridad que se pueda tener sobre el papel de Cuba y Noruega como países garantes y del primero como anfitrión, ¿cuál es rol de los países acompañantes? ¿Por qué es tan limitado la implicación de la comunidad internacional? La ONU ha brillado por su ausencia y la participación de nuevas  instancias regionales que, como ya se dijo, han sido un impulso importante para llegar  hasta hoy, tampoco se percibe.

Dos elementos más a tomar en consideración, que si bien en el punto de arranque pueden haber significado una fortaleza para el proceso, pueden terminar por socavarlo.

El primero tiene que ver con el diálogo en medio del conflicto. El gobierno ha sido categórico en expresar que un cese de hostilidades bilateral solo podrá darse como resultado del proceso. Las FARC por su parte han manifestado su disposición en sentido contrario. Más allá de la discusión sobre la pertinencia, viabilidad y conveniencia de un cese al fuego bilateral durante el diálogo, la mesa no debe sustraerse de considerar y buscar alternativas en relación a los altos costos que sufre la población civil, en un conflicto tan prolongado y degradado como el que se vive en Colombia. Explorar fórmulas para ir disminuyendo la intensidad de la confrontación y sobre todo vías humanitarias aun cuando se mantengan las hostilidades, es posible y urgente, y en ello la comunidad internacional puede proporcionar una eficaz colaboración.

El segundo, tiene que ver con la confidencialidad del dialogo.  Sí bien ha demostrado hasta al momento que posibilita avances, un excesivo hermetismo puede convertirse también en su espada de Damocles. La sociedad necesita y merece un mínimo de información sobre el acontecer en La Habana para que sus trabajos mantengan credibilidad y apoyo social. No hacerlo abre todo el espacio de manejo de opinión pública a los detractores de la paz.

Para terminar, una última reflexión. Trecientos sesenta y cinco días atrás ni los más agudos analistas del conflicto colombiano hubieran previsto el escenario donde nos encontramos hoy. Un escenario de diálogo que sigue su marcha, con posibilidades de abrirse también al ELN, donde las partes, de momento, han podido sortear las dificultades que se han presentado y expresan claramente su voluntad de mantenerse en la mesa. Más aún, con avances en el primer punto sobre desarrollo rural, tema neurálgico que toca con la raíz profunda del conflicto: la tenencia y uso de la tierra. Queda mucho camino por recorrer, múltiples  dificultades por sortear, debilidades a mejorar, actores a involucrar, fórmulas creativas a inventar para resguardar a la población civil de los rigores de la confrontación.  Sin embargo, lo avanzado en estos pocos meses estuvo negado por años.

Hay razones que invitan al optimismo. A la sociedad civil nos colombiana nos corresponde trabajar con fuerza y sensatez con miras a que este diálogo allane definitivamente el camino de la paz. A nosotras y nosotras nos corresponde generar hechos políticos que de manera contundente muestren a los guerreros y al mundo que nuestra opción y desafío de futuro es la paz.

Bogotá  22 de febrero de 2013


[1] Abogada colombiana experta en Derechos Humanos.

[2] Andrés Pastrana  fue Presidente de la República  entre 1998 al 2002. La promesa de  entablar diálogos de paz  y de sostener contactos con las FARC durante su campaña fue una de las claves de su triunfo electoral.  El 7 de noviembre de 1998 se  iniciaba el proceso de dialogo con las FARC más conocido como el  “dialogo del Caguán”, que implico la desmilitarización de  42.000 kilómetros de territorio y terminó en un estruendoso fracaso en  20 de febrero de 2002.

[3]  Su tío abuelo fue el presidente  Eduardo Santos, presidente de Colombia entre  1938 y 1942.

[4]  UNASUR, Unión de Naciones Suramericanas formada por 12 Estados suramericanos  en el 2004. CELAC es la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños de la que hacen parte 33 países. Se  creación es reciente, se remonta al 2010, aunque sus  antecedentes se remontan al conocido Grupo de Rio, espacio de  consulta y concertación política de los países latinoamericanos y caribeños.

[5]  Presidente de Colombia por dos periodos sucesivos entre el 2002 y el 2010 gracias a una reforma constitucional promovida por él. Los 8 años de su gobierno constituyen la etapa más negra de la historia reciente del país  a causa de graves violaciones a los derechos humanos, numerosos escándalos de corrupción y penetración del paramilitarismo y el narcotráfico  en las estructuras del Estado.

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