Una historia de fricciones
(Galde 13, negua/invierno/2016). Guillermo Marín. La India surgió como país independiente en 1947. Se inauguraba una oleada descolonizadora que, entre mediados de los años 40 y mediados de los 70 del siglo XX envolvió a buena parte de Asia y África tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. La forma en que se llevó a cabo este proceso, y las nuevas fronteras que tanto para este país como para sus limítrofes se derivaron del mismo, dejaron como herencia un caldo de cultivo idóneo para el estallido de conflictos fronterizos. El resultado es una historia reciente convulsa, presente en la forma de ver y de entender a “los otros” por parte de la población de aquel país, y que continúa condicionando no sólo la forma de ver a sus vecinos, sino también la vida cotidiana.
El caso más conocido es el de la India y su vecino del Noroeste, Pakistán. En 1947, tras años de “resistencia pasiva” abanderada por Gandhi y con la segunda gran guerra recién archivada, el Reino Unido se vio obligado a renunciar a la perla de su imperio, la India. Aunque al hacerlo, dio la impresión de querer irse dejando la zona lo más patas arriba posible. Nos explicamos: tradicionalmente, el territorio de la península india ha estado gobernado por dinastías de diferentes religiones. Los distintos credos existentes en el territorio (hinduistas, jainistas, musulmanes, budistas o cristianos) habían convivido sin problemas. La creación de la India implicó también la creación de Pakistán, que entre 1947 y 1971 fue un país con dos grandes territorios (la actual Pakistán y la actual Bangladesh), que se encontraban a más de 1.500 kilómetros de distancia el uno del otro. El principal argumento para esta alteración de las fronteras tradicionales de la India fue que en aquel Pakistán la mayoría de la población era musulmana. El resultado fue el nacimiento de sentimientos identitarios, en clave nacional y vinculados a la religión. Desde entonces, y para el caso indio, estos sentimientos condicionan, en mayor o menor grado, no sólo las relaciones del país con sus vecinos musulmanes, sino también las relaciones ordinarias entre hinduistas y musulmanes indios. Algunas consecuencias, como la sempiterna conflictividad entre ambos países en la región de Jammu y Cachemira, que han hecho de esta zona la frontera más militarizada del mundo, son bien conocidas. Otras, como el deterioro de las relaciones entre ambas religiones en el país, pasan más desapercibidas en Europa, pese a ser notorias, sobre el terreno, a los ojos de cualquier observador inquieto. Las frecuentes agresiones de miembros de una comunidad a otra, o su no interacción cotidiana (al estar voluntariamente separadas en los espacios tanto rurales como urbanos que comparten), son algunos ejemplos que ilustran esta compleja relación.
Menos conocidas que la relación entre India y Pakistán, las tensiones históricas, de mediados del siglo XX en adelante, entre la India y China, también merecen mención. Como en el caso anterior, estas fricciones tienen sus raíces en el periodo colonial británico, y en las delimitaciones fronterizas llevadas a cabo entre ambas áreas en aquella época. En 1873, y a través del Secretario de Exteriores del Raj, Henry McMahon, Inglaterra estableció una línea divisoria entre ambas regiones, que incluía parte del territorio tradicional del Tíbet (Askai Chin) en la entonces colonia inglesa de la India. Ni China ni Tíbet aceptaron esta frontera, quedando el asunto en un ambiguo y peliagudo estado de indefinición. Tras la independencia india la cuestión siguió sin resolverse, aunque fue Pekín, en los años 50 y tras la ocupación del Tíbet en 1950-51, quien tomó el control efectivo de la zona, llevando a cabo un despliegue militar e iniciando trabajos para comunicar las regiones de Xinjiang y el Tibet mediante la construcción de una carretera. La que se conocería como carretera 219 hizo que el gobierno indio de Nehru clamara por los derechos de la India sobre aquel territorio, aunque la cuestión quedó enquistada tras la guerra que enfrento a ambas naciones en 1962. La victoria china llevó al reconocimiento, por parte de la India, de que aquel territorio pasaba a ser suelo chino. A día de hoy, sin embargo, los mapas indios siguen incluyendo Askai Chin región en los márgenes de sus fronteras.
Otro territorio que enfrenta a estos dos colosos asiáticos es la región de Arunachal Pradesh. Esta se encuentra en la parte más nororiental de la India. A diferencia de la poco poblada Askai Chin, tiene más de un millón de habitantes, la mayoría, también, de etnia tibetana. Tras la ocupación militar del Tíbet, China alegó que no reconocía las fronteras firmadas con los británicos, ya que tampoco reconocía que los tibetanos hubieran tenido legitimidad para acordarlas en su momento. Desde entonces, China nunca ha dejado de revindicar la pertenencia de la región al estado chino, y aunque las tensiones entre la India y China se han reducido notablemente, cada cierto tiempo la cuestión colea. En el año 2009, por ejemplo, China intentó bloquear un préstamo de 2.900 millones de dólares del Banco Asiático de Desarrollo a India porque 60 millones del mismo iban dirigidos a Arunachal Pradesh.
La conflictividad con países limítrofes ha forjado la historia reciente de la india, y es un ingrediente fundamental sin el que no se entiende cómo se ven los indios a sí mismos, y en relación con el mundo. El nacionalismo indio va intrínsecamente aparejado a un considerable recelo hacia sus grandes vecinos del norte, y de cierto recelo recíproco, también, entre las comunidades hinduista y musulmana en el país. ¿Cuáles son algunas de las consecuencias cotidianas de esta herencia? Una de ellas es que los indios, desde los más progresistas hasta los más conservadores, tienden a sacralizar la importancia de tener un ejército sólido, potente disciplinado, bien armado y preparado. El ejército está muy presente en la vida cotidiana india. La formación militar, por ejemplo, está introducida en la misma formación universitaria, como actividad complementaria. Resulta curioso palpar el contraste entra esta consideración hacia lo militar por los naturales del mismo, tranquilamente armonizada con los preceptos pacifistas de Mahatma Gandhi, héroe nacional por antonomasia. Si se pregunta por este particular, la respuesta suele venir a concluir que el pueblo indio gusta de tener ese talante conciliador y pacífico tan suyo como distintivo… exceptuando a sus potenciales enemigos territoriales, contra cuyas eventuales agresiones es una responsabilidad nacional estar bien preparados.
Otra de las consecuencias de este pasado es el hermetismo entre la India y sus países limítrofes, que condiciona, social y económicamente, la vida de la población de los territorios de frontera. No hay forma, por ejemplo, de pasar de la India y Pakistán, con la única excepción del paso de Wagah. Los pasos fronterizos entre China e India, así mismo, se van abriendo poco a poco, como el Nathu La Pass, en el área india de Sikkim. Su reapertura en 2006, tras más de cuatro décadas, fue un gran fenómeno social en el noreste de la India, hasta el punto de convertirse en lugar de peregrinación para el ávido y frenético turismo interior. En la práctica, sin embargo, el corsé de un pasado fronterizo convulso no termina de aflojarse: este paso fronterizo, como otros en la frontera entre India y China, permite el tránsito bidireccional solamente a comerciantes con permisos especiales difíciles de obtener, y con la condición, a ambos lados de la frontera, de no pernoctar. Los extranjeros, al menos en la zona india, tienen absolutamente prohibido acercarse a esta frontera más allá del lago Tsomgo, a unos 16 kilómetros de la misma. Toda la zona está densamente poblada de militares acuartelados en grandes campamentos.
La herencia, en fin, de un pasado fronterizo convulso cuya memoria, muy viva, sigue siendo un ingrediente manifiesto del actual “ser indio”.
La India y sus conflictos fronterizos con sus vecinos del norte, en la actualidad
Comerciantes indios esperan su turno para pasar al lado chino/tibetano, Nathu La Pass 6 de julio de 2006.