(Galde 23, 2019/invierno). Alberto Surio.-
La crisis del modelo democrático liberal no la rentabilizan hasta ahora las fuerzas más transformadoras sino las más reaccionarias.
Ni los más perspicaces analistas sospechaban la espectacular llegada de Vox al Parlamento de Andalucía, una entrada con doce escaños que ha encendido las luces de alarma. Cabe encuadrar este auge, sin duda, en la reaparición de la extrema derecha en Europa y en el resto del mundo, un síntoma de la crisis de fondo que sacude a la democracia liberales y que en España tiene características propias.Y que, incluso, en Andalucía adquiere también una dimensión original y diferenciada por los propios déficits que arrastra esta comunidad que, a pesar de su transformación social y económica en los últimos 40 años, no termina de despegar del todo en el proceso de modernización, sufre elevadas cifras de paro, un intenso flujo de inmigración, y padece la incapacidad para articular un novedoso modelo productivo. Atrás quedan los 36 años de gobiernos del PSOE y una reveladora desmovilización del electorado de la izquierda.
Es una simplificación del diagnóstico pensar que Vox representa al fascismo de toda la vida, que son un reducto de nostálgicos del franquismo. Los correajes y las esvásticas no han desaparecido del todo del imaginario europeo, pero no son la nota dominante ni la que define ya estos movimientos de réplica de un sistema político que da claros síntomas de agotamiento. Las bases sociales de la ultraderecha no son las mismas que en la España falangista de los años 30. Es como creer que de repente ya tenemos 400.000 fascistas -los votantes de Vox- dispuestos a todo. Esto no es así, en absoluto. Las cosas son más complejas y a la vez más simples. Vox se aprovecha del profundo malestar con la política, que la crisis económica y la corrupción han agravado entre importantes sectores de la clase media-baja, que consideran que está en peligro la ‘identidad española’, que ellos interpretan como su tradicional estatu quo. La raíz de esta explosión de ira está bien identificada y ha atravesado diferentes momentos en la historia. La crisis del modelo democrático liberal ha sido una de las devastadoras derivadas de una globalización que ha provocado una serie de miedos en cadena. Y quienes han rentabilizado esa inseguridad no son, o no están siendo hasta el momento las fuerzas más transformadoras sino las más reaccionarias. El refugio del pasado, de la nación tradicional, frente a un mundo en cambio.
El nacionalismo español
La coctelera de Vox como producto antisistema es variada. Por un lado, un nacionalismo español que despierta del letargo por la eclosión del conflicto soberanista en Cataluña. También un discurso de derecha antiliberal y muy reaccionaria que cuestiona todas las políticas de igualdad de los últimos años y se muestra particularmente reacio a las conquistas de las mujeres y de los colectivos LGTB. Además, como telón de fondo, sus mensajes azuzan el mensaje crítico y xenófobo con la inmigración.
El problema es que la democracia española necesita hacer frente a esta amenaza de serio retroceso pero a la vez tiene muy gastados los materiales de su modelo político constitucional. La Constitución de 1978 fue el resultado de una determinada relación de fuerzas en las que los aperturistas del régimen y los demócratas se pusieron de acuerdo en alumbrar un pacto de convivencia que ha durado cuatro décadas. Pero ahora empieza a romper sus costuras, sobre todo en el flanco territorial, en donde la explosión de nacionalismos de diferente sesgo complican la búsqueda de los necesarios nuevos consensos.
El conflicto es que este debate ha surgido en un momento en el que la crisis abierta en Cataluña mediatiza toda la respuesta y condiciona cualquier movimiento. La polarización identitaria lo engulle casi todo y, ahora el factor emocional de la anunciada huelga de hambre va a ralentizar todos los pasos, dificultando las estrategias de distensión. Y es que estas iniciativas se sabe cómo comienzan pero casi nunca cómo terminan.
La incógnita que rodea Vox es cómo va a condicionar a la derecha convencional -el Partido Popular- y a la que se reclama del centro liberal, como Ciudadanos. De entrada, la hipótesis de un gobierno de coalición en Andalucía entre las formaciones lideradas por Pablo Casado y Albert Rivera cobra fuerza en el horizonte más inmediato, aunque para ello sería necesario el concurso activo de Vox en la sesión de investidura del nuevo presidente. Este escenario implicaría que la estrategia de aislamiento político -el famoso ‘cordón sanitario’ – puesta en marcha en otros países como Francia o Alemania, puede quedar desbaratada en el Estado español, abriendo una brecha muy profunda en el sistema político constitucional.
El debate sobre el ‘cordón sanitario’ está servido en bandeja y va a radicalizar las relaciones políticas en los próximos meses. Habrá frecuentes alusiones al pasado. Al español y al europeo. E incursiones en la memoria del continente. La historia de Europa es un ejemplo elocuente de hasta qué punto las ideologías totalitarias han prosperado no solo por la implicación activa de sus impulsores sino, también, por la desidia de otros sectores de la ciudadanía. Durante la República de Weimar, después de la Primera Guerra Mundial, el Partido Nacional-Socialista alemán llegó a conquistar el poder mediante esa combinación letal de ultractivismo, la dejación de determinados sectores, un nacionalismo extremo y un sentimiento de humillación explotado hasta la saciedad, buscando chivos expiatorios y alentando el lenguaje del odio -y la práctica de la agresión y la liquidación del ‘ otro’ -. Salvando las distancias, Weimar y lo que simboliza siempre debe quedar en el retrovisor porque su sombra es demasiado alargada.