(Galde 05, invierno 2014). ¿Vuelve la Democracia Cristiana? Tengo la impresión de que la situación política italiana tiene que ver con un animal. Un mamífero, sin duda. Seguramente el gatopardo, pero también la marmota. El gatopardo es la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa que se cita a menudo para explicar lo que pasa en la península italiana. Ese “cambiar todo para que nada cambie” que se ha convertido, malgré tout, en una especie de eslogan italiano. El día de la marmota es la película de Harold Ramis, en que un excelente Bill Murray se queda atrapado en el tiempo. Cada día se despierta el mismo 2 de febrero, el día de la marmota para el pequeño pueblo de Puntxsutawney. Pues la política italiana se está quedando cada vez más en un punto intermedio entre el gatopardismo y el bucle temporal del filme de Ramis.
Desde la instauración de la República en 1946, Italia ha tenido más de sesenta gobiernos. La estabilidad se ha convertido en una utopía. El único gobierno que llegó al final de la legislatura fue el de Silvio Berlusconi (2001-2006). Luego vino el intento fracasado de Romano Prodi con una amplia y débil alianza antiberlusconiana (2006-2008), otra vez Berlusconi (2008-2011) y luego una extraña trilogía: Mario Monti, Enrico Letta y Matteo Renzi.
Monti, el tecnócrata
Como el griego Papadimos, Mario Monti fue enviado al Palazzo Chigi directamente por la troika (UE, BCE y FMI) para salvar Italia del berlusconismo y sacarla del agujero negro de la crisis aplicando las recetas neoliberales. El tecnócrata aguantó poco más de un año, de diciembre de 2011 hasta principios de 2013. La derrota del excomisario europeo (1994-2004) y exconsejero de Goldman Sachs (2005-2011) en las elecciones italianas de febrero de 2013 fue mayúscula. Elección Cívica, el partido que había creado a finales de 2012 con el objetivo de romper el dualismo de la política italiana de la Segunda República (centro-derecha versus centro-izquierda o, mejor dicho, berlusconismo versus antiberlusconismo) se ha derretido como nieve al sol hasta el punto que el pasado mes de octubre Monti ha dimitido como presidente del partido y se ha quedado con su escaño de senador vitalicio. La suya es una carrera política acabada.
Letta, el democristiano old school
Enrico Letta es un político joven, pero con experiencia. Democristiano de la última hornada, europeísta convencido, ministro en los varios gobiernos del centro izquierda de los años noventa y dos mil, diputado por la Margarita y el Partido Democrático (PD). Católico, como Mario Monti. Y como Monti, también Letta llegó a la presidencia del gobierno italiano de una forma poco convencional: sin el refrendo popular.
Las elecciones de febrero de 2013 marcaron una situación de completa ingobernabilidad con tres coaliciones –el centro-izquierda del PD, el centro-derecha de un redivivo Berlusconi y la novedad del Movimiento 5 Estrellas (M5E) de Beppe Grillo– prácticamente empatadas. Pierluigi Bersani, el candidato del PD, tuvo que lidiar con todo esto y acabó quemado. Antes de las elecciones el centro-izquierda pensaba ganar por goleada, pero no había tenido en cuenta la inagotable fuerza mediática de Berlusconi y la rabia popular por una crisis económica, institucional y política sin precedentes que se decantó por el populismo del M5E. Además, en todo esto el Presidente de la República Giorgio Napolitano acababa su mandato. Y en las votaciones en el Parlamento para la elección del nuevo presidente de la República el PD se convirtió ni más ni menos que en un coladero. Y, sobre todo, hizo el ridículo a nivel nacional. Con el voto en contra de muchos compañeros de partido, los dos primeros candidatos propuestos por el PD (Franco Marini y Romano Prodi) se quedaron muy lejos de la mayoría. La única solución que se encontró fue volver a presentar al presidente saliente, Giorgio Napolitano, de 88 años. La República italiana parece convertirse cada vez más en una república presidencial, con un presidente protagonista que hace y deshace demasiadas cosas. Napolitano o el Rey Giorgio, como lo han tildado. Son muchas las voces que circulan sobre sus actuaciones poco claras en distintas decisiones políticas recientes. La última tiene que ver con el cambio de gobierno de diciembre de 2011 entre Berlusconi y Monti. Según el periodista Alan Friedman, Napolitano sondeó Monti ya en verano de 2011. Berlusconi, nos guste o no, era un presidente elegido democráticamente por la mayoría del pueblo italiano. Enric Juliana no se ha equivocado cuando ha hablado de la “españolización” de la política italiana. Tampoco el gobierno de grosse koalition de Enrico Letta duró mucho. Menos de diez meses. Y la caída de Letta no es responsabilidad de Grillo, que sigue acusando a todos y mandando con mano de hierro dentro de su movimiento, y tampoco de Berlusconi, finalmente condenado por el caso Mediaset, pero aún capaz de ganar unas elecciones, según los sondeos. El presidente del Milan había intentado provocar elecciones anticipadas en septiembre, pero un sector de su partido, el Pueblo de la Libertad, capitaneado por Angelino Alfano, vicepresidente del gobierno Letta y ministro del Interior, rompió con Berlusconi y se quedó en el gobierno, creando el Nuevo Centro Derecha (NCD). Una manada de parlamentarios fue suficiente. El gobierno Letta tambaleó por esto, pero no cayó. El golpe de gracia se lo dio su mismo partido. Y aquí llegamos a la tercera figura, actualmente en auge. Algunos le auguran una caída repentina, otros un futuro largo, aunque no sabemos con cuales consecuencias por la política y la sociedad italiana.
Renzi, el neodemocristiano
Matteo Renzi es el más joven presidente del gobierno italiano. En enero cumplió 39 años. Lleva ya una década en las instituciones políticas: presidente de la provincia de Florencia entre 2004 y 2009 y alcalde de la ciudad de los Medici entre 2009 y 2014. Personaje mediático, buen comunicador, afable, listo, pragmático. No es casualidad que a Berlusconi le caiga muy bien. Políticamente es un centrista. Empezó en los noventa con los democristianos. Alaba públicamente Blair y su tercera vía. Y, como Monti y Letta, es católico, además de ser el tercer presidente consecutivo que no ha sido elegido en unas elecciones. La lucha de Renzi para controlar el Partido Democrático empezó ya en 2010 con el llamado movimiento de los rottamatori que se proponía desplazar a la vieja guardia del partido (Bersani, D’Alema, etc.) que provenía del viejo PCI. No lo consiguió a finales de 2012 cuando perdió las primarias del PD contra Bersani. Lo consiguió en diciembre de 2013 ganando por goleada al dalemiano Cuperlo y al joven Civati. Con Renzi secretario del partido, a Enrico Letta no le quedaron muchas esperanzas de poder aguantar el asalto de un político extremadamente ambicioso. Y así fue. El 13 de febrero la Dirección Nacional del PD votó un documento que pedía las dimisiones de Letta y la creación de un gobierno liderado por Renzi. En solo tres meses el exalcalde de Florencia se ha convertido en secretario del mayor partido italiano y en presidente del gobierno.
Y, ¿ahora qué? Pues, Renzi ha mantenido la misma alianza establecida por Letta, formando un gobierno apoyado por el NCD de Alfano, lo que queda de Elección Cívica de Monti y otros tránsfugas. Un gobierno formado por muchos ex y neodemocristianos, con algunas caras nuevas y con un programa tan vacío como preocupante. Italia necesita urgentemente unas reformas estructurales. Renzi está afrontando estas cuestiones de forma superficial. Como escribió el historiador Aldo Giannuli, “todo tiene un aire de extrema precariedad, improvisación y poca credibilidad”. Mucho ruido y pocas nueces, parece. Todo huele al gatopardismo de antaño. Pero, hay un pero. Renzi ha propuesto una reforma de la ley electoral, definida “Italicum”, buscando directamente un acuerdo con Berlusconi. El objetivo es la estabilidad a través de la abolición del Senado y la instauración de un sistema mayoritario para la Cámara baja. Parece que lo está consiguiendo. Y eso implicaría un cambio sin antecedentes en la historia italiana. Las próximas elecciones europeas serán un banco de prueba para Renzi y su gobierno.