(Galde 12 – otoño/2015). Ramon Casares. La negativa de la CUP a investir a Artur Mas parece situar al independentismo catalán en un punto de inflexión. Bien mirado, el “proceso soberanista” es una parte significativa y quizá la más radical de la crisis del régimen de la Transición. La descentralización del poder y la consolidación de la autonomía se cortó de raíz con la sentencia del TC de 2010 sobre el nuevo Estatuto de Cataluña. Como reacción, en Cataluña el independentismo alcanzó el 50% en algunas encuestas y se multiplicó la movilización. Este desafío podía haberse abordado políticamente con una reforma constitucional que garantizara a las instituciones catalanas una financiación suficiente, blindara sus competencias en lengua, cultura y educación y permitiera una consulta sobre las relaciones entre Cataluña y España.
El principal obstáculo político para una reforma de este calado fue que ninguno de los dos partidos del Régimen (PSOE y PP) pudieron echarse atrás en lo que se había asentado como doctrina fundamental: la unidad de España entendida con una única soberanía nacional.
El Estado español es un conglomerado extremadamente potente de intereses de larga sedimentación. Detenta un gran poder, una inmensa capacidad de decisión y de movilización de voluntades. En la larga lucha contra ETA se desvela la solidez y determinación del Estado. Imponerse a ETA ha proporcionado al Estado, a España como nación y a la derecha un plus de legitimidad. No es difícil de entender, pues, que no se acepte lanzar por la borda en Cataluña lo que ha exigido tanto coraje personal, tantas muertes de políticos, policías, militares y ciudadanos y ciudadanas, y que ha requerido, todo hay que decirlo, actuaciones envilecidas en los desagües del estado. También resulta explicable, aunque poco justificable, que el PSOE y una buena parte de la izquierda intelectual española no puedan desmarcarse de este marco mental y hacer frente a la catalanofobia convertida en un instrumento de agitación electoral y de corrupción de las conciencias.
La Transición trajo la democracia. Hoy las contiendas políticas se dirimen a través del voto, pero para administrar el voto el Régimen necesitó desde el principio partidos fuertes y bien financiados, aunque fuera a través de redes corruptas. La crisis económica ha hecho insoportable esta situación. La respuesta conservadora, de la mano del PP y de C’s, identifica la corrupción con las autonomías y propone la recentralización como vía de regeneración. La propuesta federal del PSOE parece, hoy por hoy, inconcreta y desdibujada.
Los únicos que se apartan del frame “unidad es soberanía” proponiendo un referéndum son Podemos e IU. La rectificación de Podemos es destacable y pone el dedo en la llaga: ¿qué hacer con los dos millones de catalanes independentistas y con el 80% soberanista de la sociedad catalana? Tarde o temprano, llegará la hora de los acuerdos para reformar o para substituir el Régimen de la Transición y en Cataluña el independentismo aparece hoy como el principal interlocutor para cualquier empresa política.
De cómo el independentismo llegó a ser hegemónico en Cataluña se ha hablado mucho. Apuntaré solamente tres ideas.
- No fue una maniobra de Artur Mas. La conversión de CDC al independentismo es la consecuencia de la caída del pujolismo. Ésta, a su vez, es fruto de la crisis de un régimen cuya agenda oculta garantizaba a CiU la misma impunidad en cuanto al saqueo de las arcas públicas (3%) que a los dos partidos mayoritarios. El liderazgo de Mas es más débil de lo que, tanto fuera como dentro de Cataluña, se pretende.
- El ascenso del independentismo no procede únicamente de sectores de derechas afines a CDC sino que se alimenta también de gente de izquierdas, como ha dejado claro el voto a ERC y recientemente a la CUP.
- Lo mismo cabe decir de la calle, del tejido extenso y tupido de asociaciones y grupos que mantienen viva la movilización. Los motivos del descontento se dirigían también hacia la clase política catalana: desconfianza hacia el funcionamiento de la política partidista e institucional y, tras los casos Palau y Pujol, asco profundo por la corrupción.
- La convivencia en Cataluña se ve afectada principalmente por intervenciones extemporáneas de las instituciones del Estado. Si algo debemos a la Transición en Cataluña es el modelo consensuado de convivencia lingüística, y éste no se cuestiona por parte de la mayoría de sectores independentistas. Además, a diferencia de lo ocurrido en Euskadi, en Cataluña no hay violencia.
- Los defectos del movimiento independentista se derivan de una estrategia en la que la crisis política actual se ve como algo inmediato y pasajero, lo que se llama una “ventana de oportunidad”. Hay prisa y la urgencia se manifiesta en aspectos que constituyen, al mismo tiempo, graves riesgos estratégicos:
- La necesidad de mantener la bicicleta en movimiento buscando nuevos retos. Por desgracia, no todos los días pueden ser históricos y la meta se aleja indefinidamente.
- La idea de que sólo el desafío al Estado, la desobediencia civil y el choque de legitimidades forzarán una salida al conflicto, especialmente en el ámbito internacional, sin tener en cuenta que la solidaridad entre los estados es muy fuerte.
- La idea de que la única manera de ampliar la base independentista es provocar nuevos errores del Gobierno central, cuando el Gobierno central tiene, fuera de Cataluña, un amplio margen de error.
- Y, finalmente, la idea de que todo -alianzas, objetivos intermedios- debe subordinarse a la independencia.
La convocatoria de las últimas elecciones autonómicas como un plebiscito obedecía a esta lógica apresurada. El resultado es que se ha podido “contar” los votos independentistas, que no han alcanzado el 50%. Se ha obtenido una mayoría de diputados a cambio de enajenarse el apoyo político de los grupos soberanistas no independentistas y, por una carambola electoral difícil de predecir, se ha otorgado a la CUP una capacidad de bloqueo en relación a la elección del President que excede ampliamente su representatividad electoral.
La CUP acierta en un punto: CDC es una bomba de espoleta retardada para el “proceso”, a pesar de su arraigo en amplios sectores de las clases medias y a pesar de ser una derecha más moderada que el PP. La constelación de administración, propiedad y negocio (construcción y turismo), genera una economía parasitaria que ha hecho mucho daño a la sociedad catalana. Estos sectores deben dar un paso atrás, cosa que conllevará la fundación de un nuevo partido y, acaso, la reconstrucción del centro en beneficio de una ERC con las manos más limpias.
Como en otros momentos, la crisis política en Catalunya ha sido más democrática -pero también más radical- que en el resto de España. Lo que allí dio origen al movimiento del 15M y a la posterior constitución de Podemos, en Cataluña se ha manifestado en dos vectores principales: el social y el nacional. En la confluencia de ambos vectores se ha situado la CUP, aunque no se encuentra sola en esta posición: el grupo encabezado por Ada Colau –Catalunya en comú- , que ha logrado fagocitar IC e imponerse al dirigismo de Podemos, tiene también sus propias e importantes bazas. Ambos grupos han demostrado capacidad de movilizar a las gentes y los votos de la izquierda más allá de los límites que impone la identificación nacional.
Algunos partidarios de JXSí lamentan ahora que su discurso se haya dirigido sólo a los convencidos, haya sido verbalista, autosatisfecho, circular y políticamente débil. Con ello no han podido llegar a nuevos sectores y se han quedado en unos insuficientes 62 diputados. Ahora, se discute si Mas sobra. Pero esta discusión no podrá saldarse positivamente sin aclarar por qué sobra y cuáles son los objetivos intermedios y las alianzas fuera y dentro de Cataluña.
Cuatro años atrás, Artur Mas utilizaba la palabra «interdependencia» para evitar el término «indepedencia», que provocaba rechazo en su socio UDC y en los grupos económicos dominantes en Cataluña. La idea era que los lazos en común, tanto con España como con Europa, se entendían mejor desde la perspectiva de las soberanías compartidas que comportaban tanto la pertenencia a la CE como la existencia de un mundo cada vez más global e interdependiente. Por contra, la independencia convertida en un absoluto o la unidad identificada con una nación española indivisible, abocaban a un callejón sin salida.
La constitución de la República catalana que reivindica la reciente Declaración del Parlament, si quiere obtener el apoyo de gentes que de un modo u otro se sienten españolas y de izquierdas – sin el cual nada es posible en Cataluña- debe aclarar qué relaciones se desean con España y qué Cataluña se va a construir. Decir que esta relación será la de cualquier Estado independiente con sus vecinos es decir muy poco. Paradójicamente, para alcanzar la independencia hay que dar contenido a la dependencia mutua que inevitablemente se impondrá. Mientras tanto ¿aguantará la CUP la presión? ¿Sobrevivirá el “proceso”? Nuevos episodios, después de fiestas.