Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente
Buena parte de la península Ibérica ha ardido este verano y ha batido récords de altas temperaturas. Históricamente, el clima de la península Ibérica alternaba veranos suaves con episodios calurosos, pero puntuales. Pero desde hace ya unos años, hemos entrado en una era de calor extremo donde los veranos en general son severos, y donde las olas de calor se han convertido casi en una norma.
El Observatorio de la Sostenibilidad, en su informe “CALOR EXTREMO 2025” desvela una transformación climática en España que consolida una nueva y alarmante normalidad. El análisis se fundamenta en los datos de estaciones meteorológicas centenarias reconocidas por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), como las de Madrid-Retiro, Tortosa, Daroca e Izaña, que ofrecen registros ininterrumpidos de más de un siglo. Estas mediciones perfilan un territorio donde ciertas zonas pronto podrían ser conocidas como “Infernalia”, un término que refleja la severidad del calor que ya se ha instalado en el país.
Los impactos de este nuevo clima son muy importantes y afectan a todos los ámbitos. El calor extremo provoca un mayor aumento de la mortalidad, sobre todo en personas mayores y colectivos vulnerables, y es un problema cada vez mayor de salud pública. No solo en España, sino también en el conjunto de Europa. Más de 47.000 personas murieron en Europa el año pasado 2024 por el calor, 8.300 de ellas en España. La mortalidad ligada a este fenómeno ha aumentado en Europa casi un 30%.
El cambio climático no crea enfermedades nuevas, pero es un amplificador de muchos impactos. Cuando hace calor, con el cambio climático la frecuencia, la intensidad, y la duración de los periodos de altas temperaturas es mucho mayor, y el calor mata de tal manera que ese impacto en salud se amplifica y así muchas más cosas.
También el cambio climático está poniendo en riesgo la capacidad para producir alimentos. Un estudio reciente alerta que la combinación de olas de calor, sequías prolongadas e inundaciones podría reducir los rendimientos de cultivos clave como cereal, olivo y vid hasta casi un 30 % en España y 66 % en Europa para 2050 si no se toman medidas urgentes. Por ejemplo, en España las pérdidas actuales ya superan los 550 millones de euros al año, equivalentes al 6 % del valor agrícola nacional y la amenaza terrible de los incendios añade un plus de amenaza a considerar.
El cambio climático es una amenaza a la seguridad alimentaria de España y también del conjunto de Europa. Los datos actuales y proyecciones de futuro advierten que, sin una respuesta integral -política, tecnológica y agroecológica- se avecinan años de recortes en cosechas, incremento de costes y un impacto profundo en nuestro día a día.
La lucha contra el cambio climático tiene dos pilares básicos: la mitigación o reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero y la adaptación. Mitigación y adaptación son las caras de la misma moneda para enfrentarnos a los impactos de cambio climático. Pero tal y como estamos en una grave emergencia climática, va a tener impactos a los que tenemos que adaptarnos.

Sentinel-3 detecta el calor extremo en España y Francia (Foto : UE-C opernicus S entinel -3 i magery)
Ante un escenario donde el calor llegó para quedarse, la adaptación es una necesidad imperiosa e insoslayable. Existen muchas medidas para construir resiliencia, y no mirar a otro lado, que de esta forma agravará las consecuencias e impactos.
Medidas como la rehabilitación climática de viviendas y edificios, la renaturalización de nuestras ciudades y municipios, con presencia de arbolado, espacios verdes y jardines, reducción del tráfico privado y suelos permeables con capacidad de drenaje, creación de refugios climáticos, retirada estratégica de infraestructuras en zonas inundables, etcétera. Muchas de estas medidas de adaptación deben basarse en soluciones basadas en la naturaleza. Se trata de estrategias inspiradas por la naturaleza para hacer frente a la triple crisis planetaria: Pérdida de biodiversidad, crisis climática y contaminación.
Pero como iniciaba este artículo, una parte importante del territorio de la península Ibérica ha ardido -400.000 hectáreas, cuatro personas fallecidas hasta el momento, más de 30.000 personas desplazadas, cuantiosos daños económicos…-, cuando escribo este artículo, sin duda los mayores incendios en este siglo, donde se ha salvado Euskadi, aunque la época de incendios suele ser más bien en otoño. En el caso de Navarra, durante el mes de julio se han contabilizado 175 incendios forestales, la mayoría de ellos conatos que fueron contenidos a tiempo. Pero, en agosto, los incendios han sido de mucha más envergadura, entre ellos los de Valdizarbe y Carcastillo, menores de 300 hectáreas cada uno.
Si que en este verano se han juntado varios factores: las extremas e inusuales temperaturas máximas registradas desde inicios de agosto, la gran carga de combustible (pastos y matorral) que dejaron las intensas lluvias hasta junio y la sequedad del terreno por la posterior ausencia de precipitaciones.
Las políticas de prevención están muy ligadas con la crisis sobre el territorio derivada de la despoblación rural y la masificación de las ciudades. Ello supone el abandono de la agricultura y la ganadería extensivas, dejando una acumulación de masas forestales continuas donde el paisaje cada vez cuenta con menos obstáculos para el avance de las llamas, haciéndolo más inflamable. Algunas de las medidas de prevención más mencionadas por la comunidad científica y expertos tienen que ver con el incentivo del pastoreo o el diseño de paisajes en mosaico agroforestal que combine zonas de cultivo, pastos y masas forestales; incorporación de las quemas prescritas como herramienta para prevenir los incendios forestales de alta intensidad; además de los planes de emergencia local, con la realización de simulacros anualmente; eliminar materiales combustibles y la creación de espacios de defensa para evitar la propagación del fuego…
A todo esto, hay que añadir la crisis climática creando condiciones más propicias para la ignición y propagación de los incendios forestales, con temperaturas cada vez más altas y olas de calor más frecuentes y duraderas.
El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, en sus siglas en inglés) en la última edición de su informe anual califica a los actuales incendios como “Incendios fuera de control”. “Los escenarios confirmados de cambio climático auguran para toda el área mediterránea situaciones de emergencia más frecuentes”.
La organización ecologista WWF señala que los llamados Grandes Incendios Forestales (GIF), aquellos que superan las 500 hectáreas de superficie quemada, se han convertido en el principal problema en esta materia. Y en esta clase de incendios, casi es imposible poner fin, y solo se puede poner en seguridad a las personas, intentar proteger estructuras sensibles, y esperar a cambio meteorológicos
En esta ola de incendios tan devastadora, hay que destacar la nefasta política de los gobiernos autonómicos gobernados por el PP, que ha abrazado el negacionismo climático de VOX, donde hemos oído declaraciones del presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, como que “veía absurdo y un despilfarro mantener el operativo de incendios todo el año”, y las de otros dirigentes del PP con la retahíla continua de que el Gobierno de Pedro Sánchez no ha puesto todos los medios y capacidades disponibles del estado, tratando de evadir sus responsabilidades, cuando la competencia para hacer frente a emergencias como las que han representado la Dana y los incendios está delimitada con precisión en la Constitución.