Galde 38, udazkena 2022 otoño. Lourdes Oñederra.-
¿Qué les decía Ghislaine Maxwell a las jóvenes que reclutaba para su amigo Jeffrey Epstein el depredador? ¿Qué palabras articulaba para convencer a las jóvenes presas que cazaba para su insaciable dueño? Creo que las palabras son una parte importante de cómo se convierte en realidad, en hecho, la monstruosidad. ¿Les decía que era un buen hombre? Es un buen hombre, tú eres una chica preciosa y no te hará daño, al contrario, él te puede abrir muchas puertas, ayúdale a relajarse… ¿Les decía algo así esta mujer a la que en su vida le faltaron dinero ni belleza? ¿Dónde escondía la humillación de tener que ofrecer en el altar los cuerpos de otras, la juventud que ella iba perdiendo, la novedad que ella ya no era? ¿Era su manera de seguir siéndole necesaria y, así, fiel? ¿Qué le decía a él? Habrá datos que ignoro. No he seguido el caso más allá de los titulares de detenciones, juicios, el suicidio, apaños. Me resulta tan repugnante que no me interesan tanto los detalles como las preguntas que me suscita sobre el género humano, nuestras motivaciones y autoengaños.
Sigrid Nunez (sí, con “n”) es una escritora estadounidense que he descubierto recientemente, inteligente e inspiradora, me gusta su manera de pensar y el que, a menudo, te haga mirar por resquicios que antes no habías percibido y plantearte, una vez más, preguntas. En su libro El amigo hablando de las relaciones sexuales entre profesores maduros y alumnas jóvenes se pregunta sobre aquello que puede llevar a algunas de ellas a desear dichas relaciones. Utiliza la palabra fuck ‘follar’: a desear follarse al catedrático maduro. Sabe que no es el mismo tipo de deseo carnal de él y piensa que se trata de cierto narcisismo, el estímulo de hacer que un hombre mayor y con poder se arrodille ante ellas. El poder de él, el narcisismo de ella.
No insinúo con esto (ni lo hace Nunez) que las víctimas de depredadores poderosos sean todas siempre responsables de su mal. Aquí no estamos hablando exclusivamente de víctimas, sino de lo complejo y sibilino de las relaciones humanas, específicamente de las sexuales.
Esto me lleva a Juliette Binoche, otra mujer que admiro. En su reciente visita al Zinemaldi, al presentar con su directora Claire Denis la película Avec amour eta acharnement (‘Con amor y encarnizamiento’), ha dicho que le interesan particularmente los papeles que le hacen explorar lo desconocido, ir más allá de las relaciones de pareja más convencionales, que ha solido rechazar ese tipo de trabajos…
Establecido el vínculo de la Binoche con las dudas y preguntas anteriores, me vuelvo a apoyar en ella para apuntar a un posible camino, si no de solución, al menos de avance en este tema y en tantos otros más importantes. ¿Más importantes? Seguramente se trata de no hacer comparaciones cuantitativas entre los temas importantes. El caso es que en el discurso de agradecimiento por recibir el Premio Donostia del Festival, Juliette Binoche dio las gracias también a “un compañero de camino fiel: el silencio. El silencio es una presencia.” Añadió que el silencio le resulta necesario antes de una toma, para interpretar, que saca la fuerza –esa fuerza tan alabada por sus directores y directoras, por su público– del silencio… Y dijo algo que quiero subrayar: que sin silencio no hay palabras.
Solemos quejarnos a menudo de la palabrería, sobre todo de la de la clase política, de la de las tertulias, la de la publicidad, la de las iglesias, los partidos y otras organizaciones socio-políticas. Son quejas justificadas. Pero las palabras, el lenguaje, representan una parte fundamental de la comunicación entre personas y son también una parte constitutiva de nuestra capacidad cognitiva, de cómo y cuánto comprendemos. Seguramente no sobran las palabras, faltan los silencios previos, la conexión con nuestro interior, la posibilidad de sinceridad, la de configurar palabras distintas, discurso nuevos y, ojalá, menos destructivos, tal vez más preguntas, menos aserciones.