Galde 31 negua/2021/invierno. Cristina Fallarás.-
Hola, ¿qué tal? Me llamo Cristina Fallarás y tengo un coño, lo que viene siendo una raja entre las piernas con un agujero en la carne. En realidad, ya me perdonarán, con tres: uno para hacer pis, otro directamente a la vagina y un tercero conectado con el recto.
Me piden: “Nos encantaría contar con un artículo tuyo en el que pudieras hablar de la importancia de construir memoria colectiva, de dar la voz a las mujeres, de tu gran exitosa iniciativa con el ‘Cuéntalo’ como experiencia práctica de la importancia de la palabra, de conocer los relatos, como modelo también de ‘reparación’”.
No hay nada ni grande ni exitoso, a la vista está. No hay relato que hayamos levantado cuyo reto contra lo construido resulte significativo.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo, que toda nuestra lucha va deshaciéndose en pequeñas batallas que no nos pertenecen, me llamo Cristina y tengo un coño, si no me llamara Cristina ni tuviera un coño también tendría derechos que ser respetados.
Puedo narrar que cuando recibí la primera caricia masculina aún no tenía pelo. Puedo narrar algunas violaciones. Puedo narrar violencias diarias. ¡Diarias!
O podría no narrarlas.
Pero debo.
Creo que debo.
Decido que debo.
Puedo narrar que tú eres yo cuando me narro, que somos lo mismo, compañera, mujer, madre, hija.
Puedo narrar que narrar es la única manera, que nuestra única arma es la palabra, que así lo decidimos.
Y somos millones, un mundo somos porque el mundo está en nuestro cuerpo.
Éramos niñas cuando empezaron las agresiones. ¡Éramos niñas! En la última encuesta sobre violencia machista, llevada a cabo por un ministerio de Unidas Podemos, salta, surge, emerge, brota, se te mete en el ojo un dato. Cuando preguntan a las mujeres por qué no han denunciado la violencia sexual sufrida, les proponen varias razones: vergüenza, miedo al agresor, desconocimiento, porque aún no ha terminado la violencia, por ser extranjera… La principal, la razón más admitida por ellas es que no lo denunciaron porque eran menores/niñas.
Eso lo modifica todo. TODO. No se trata de un hombre que se venga porque su pareja decide separarse, no se trata de venganza por una relación paralela, no se trata de esas idioteces de telenovela básica.
Nos agreden desde niñas.
Nos tocan el coño desde antes de que tenga pelo.
No hay relato de eso.
¿Puede haber relato? Esto, exactamente esto es lo que deberíamos preguntarnos. ¿Podemos, somos capaces, de relatar eso?
La cuestión básica del relato es como el mar, ondula, arrastra, ahoga…
Justo cuando habíamos empezado a asimilar las narraciones que las mujeres publicaban de sus agresiones, justo entonces aparecen las niñas, y todo nuestro imaginario se modifica.
La respuesta al #Cuentalo, igual que al #MeToo, se sostiene sobre la narración que millones, ¡millones!, de mujeres adultas publican sobre las agresiones sexuales que han sufrido y sufren. Sin embargo, basta rascar tan poco como lo que rasca una encuesta gubernamental, para descubrir que no son las mujeres adultas el problema de la denuncia, si es que la denuncia fuera el problema.
Son las niñas.
¡Son las niñas!
Somos las niñas.