Entrevista a Jordi Borja

JordiBarna

(Galde 11, verano 2015). Manu González e Iñaki Bolibar entrevistan a Jordi Borja.

Jordi Borja Sebastiá es un reconocido geógrafo urbanista, preside el Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y económicos), labor que compagina con el trabajo académico en la Universidad Oberta de Cataluña, donde es responsable de los programas de postgrado dedicados a la Ciudad y el Urbanismo. Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona y Geógrafo urbanista por la Université de Paris-Sorbonne tiene en su haber numerosas publicaciones. Para Jordi, el urbanismo es un conjunto de actuaciones públicas de carácter político, considerándolo así como una dimensión de la política, de lo colectivo y que se posiciona en un espacio conflictual de intereses, valores y necesidades. En la entrevista, se intenta desbrozar estas ideas que fundamentan su pensamiento.

A lo largo de la historia las ciudades han ido cambiando su forma y su organización interna para adaptarse a las necesidades que en cada momento se ha ido planteando la sociedad, o mejor habría que decir los que dentro de ella ostentaban el poder.  ¿Cómo podríamos definir la ciudad que tenemos, la que básicamente hemos heredado?

Jordi Borja. La ciudad de hoy es una herencia del pasado. Es un espacio diverso que contiene tiempos, recientes y antiguos. Es la ciudad  que expresa el poder (político, religioso, militar) y también las memorias colectivas en su sus calles y plazas, en sus conjuntos de viviendas y fábricas, en sus centros y sus barrios. En ella hay iconos  transmisores de sentido de la opresión y de la explotación pero también del trabajo y de la resistencia social. Es la ciudad que ha construido geografías físicas múltiples que definen nuestras percepciones de su imagen. Nuestra primera patria es la infancia y su entorno. El ciudadano niño  empieza su autoconstrucción cuando se atreve a “atravesar la calle para salir de casa”, como decía Pavese.
Pero la ciudad no es solo pasado. La ciudad del presente es también la complejidad contradictoria de las transformaciones permanentes que se dan en ella. No existe la ciudad del futuro, no la podemos adivinar. La ciudad futura  es la del presente y será como se articulen y se confunden las dinámicas actuales, positivas y negativas. Las tendencias de hoy son perceptibles pero el resultado de sus confrontaciones depende de los actores sociales y políticos, de la fuerza de los mercados generadores de exclusiones y desigualdades y de las resistencias ciudadanas, de los valores hegemónicos y de las ideas urbanísticas que prevalezcan en las políticas públicas.

¿Cuáles son esas dinámicas a las que deben enfrentarse los actores sociales y políticos?

J.B. Actualmente vivimos una época de “revolución urbana”, en el marco de una revolución tecnológica, cultural, económica, social, ambiental  y política. La globalización financiera, altamente especulativa, ha sido facilitada por los usos masivos de las  “tics” (tecnologías de información y comunicación) e incide directamente en los ámbitos locales, promoviendo deslocalizaciones de activdades económicas e intervenciones urbanísticas separadas y distantes en las periferias de las ciudades metropolitanas. La permisividad de las administraciones públicas (a veces mediante corrupción), el afán codicioso del capital local, la prostitución de los profesionales cómplices y las campañas publicitarias hipersecuritarias y falsamente ambientalistas, la generalización del uso del automóvil y el afán de distinción y el individualismo consumista, todo ello ha propiciado un proceso disolutorio de la ciudad. Las ciudades compactas tienden a excluir amplios sectores de la población y a especializarse para sectores medios y altos, para actividades terciarias cualificadas, y para el turismo. El territorio se urbaniza pero no haciendo ciudad sino mediante una urbanización segregadora, fragmentada, atomizadora, sin identidades ni historia, sin vida colectiva ni construcción de lazos de convivencia y de solidaridad. Hoy la tendencia  dominante es la urbanización pero niega la ciudad. Pero no es un proceso irreversible.

¿Cómo podríamos definir entonces la ciudad que necesitamos?

J.B. ¿La ciudad que necesitamos? Una ciudad compacta, policéntrica, donde la ciudadanía se mezcle, donde el derecho a la vivienda, a los servicios básicos y al entorno de calidad estén garantizados por las administraciones públicas. Donde los ciudadanos sean conciudadanos, pues solo se es y se ejerce de ciudadano con los otros. Una ciudad cuyos espacios públicos sean espacios de convivencia y de tolerancia, de libertad y de gestión ciudadana. Una ciudad en la que los bienes comunes, los que necesitamos todos, estén en manos del sector público o cooperativo (no lucrativo): el agua, la energía, el suelo, la sanidad, la educación, el transporte, las redes informáticas. Una ciudad que garantice la renta básica, la protección social, la formación continuada. Una ciudad con gobiernos locales descentralizados, gestión pública de proximidad y participativa, que reconozca como ciudadanos libres e iguales a todos, sin distinción de origen  y se respeten las  lenguas y culturas de todos.

Tú has escrito que la historia de la ciudad es la de su espacio público. ¿Qué debemos entender por espacio público?  ¿Por qué es tan importante?

J.B. Una buena definición de espacio público es aquel de uso colectivo y abierto a la ciudadanía. Calles y plazas, supermanzanas con espacios interiores  accesibles, mercados y equipamientos sociales y culturales, entornos de hospitales, universidades y estaciones, puntos cargados de sentido o de memoria y de encuentro, etc. Lo que da carácter a este espacio es su uso, no el dominio jurídico público del mismo. En muchos casos el espacio público es espacio monopolizado por el poder político, plazas monumentales y reservadas a las autoridades, o espacios destinados a futuras infraestructuras públicas o usos militares o propios de los gobiernos. Como criterio general el poder político tiende a controlar lo más posible el uso colectivo y libre de los espacios públicos. Son los lugares y los  territorios conquistados por la ciudadanía cuando plantea exigencias o desea expresar protestas y cambios. El espacio público es un auténtico test para la ciudad democrática.

Hablando de ciudad democrática, los movimientos políticos “indignados” en occidente, y los que han reclamado primaveras democráticas en los países árabes, se han identificado con espacios públicos concretos: la plaza de Taksir, la Puerta del Sol, o la Plaza de Catalunya. ¿Qué tienen esos espacios que no tengan otros? ¿El espacio público activa la toma de conciencia de la ciudadanía?

J.B. Son espacios que casi siempre tienen memoria fuerte acumulada, que transmiten sentido a mucha gente distinta. Las ciudades y algunas de sus plazas y calles son los lugares de las revoluciones, de los grandes cambios, desde la Place de la Concorde a la plaza Tienanmen, de la Plaza Wencelas o la Puerta de Brandeburgo a la de Taksir, del Zócalo de Ciudad de México a la Plaza de Mayo de Buenos Aires, desde la Bastille o la Place de la République y tantas otras a Hyde Park o Piccadilly Circus, de Union Square o Wall Street de New Cork a la Plaza Roja de Moscou, desde la Plaza de la Moneda en Santiago de Chile a la Puerta del Sol. Muchos de estos lugares el poder se los ha reservado para su uso exclusivo o en los que se imponen muchas limitaciones.
Hay una tensión latente o explícita entre el uso político gubernamental del espacio público y sus afán de control  y el uso ciudadano. Sea éste como lugares de convivencia, de aspiraciones colectivas, de ocio y de fiesta, de expresiones culturales y de las diferencias, de perderse en el anonimato… y de confrontarse con los controles y limitaciones impuestas por el poder. No es retórica considerar que el espacio público ha sido y es siempre una conquista ciudadana. A más espacio público de uso intenso y variado  por parte de todos los colectivos sociales y culturales más democrática es la ciudad.

Estamos viendo que la ciudad es el lugar privilegiado de la participación política y de la regeneración democrática. ¿Qué debe o qué no debe ocurrir en la ciudad para favorecer esos procesos?

J.B. El espacio público cumple funciones económicas importantes y contradictorias. El mercado y en general el comercio es un elemento fundamental del espacio público y de la vida urbana. Es  a la vez un mecanismo principal de la reproducción social, genera animación urbana y seguridad y facilita la mezcla y el intercambio entre las personas y entre los colectivos diferentes. De la misma forma que los barrios cerrados y las urbanizaciones segregadas niegan la ciudad, al negar el espacio público mediante  la sustitución de los mercados y de la venta ambulante por los centros comerciales que con frecuencia son de acceso restrictivo, por norma o de facto, son también formas de reducir  a mínimos el espacio ciudadano. Hay, además, intervenciones lucrativas, directas o indirectas, que limitan o excluyen el uso o del espacio público, o lo pervierten.

Hay actuaciones urbanas, conscientes o no, que mejoran o regeneran el espacio público y que tienen como efecto multiplicador el precio del suelo y de los edificios y viviendas, con lo cual gradualmente se expulsa a la población de bajos ingresos, e incluso el espacio público reconvertido puede acabar en excluyente o privatizado. En el pasado hubo ciudades en las que, en las avenidas más cualificadas,  se exigía un cierto tipo de vestimenta. Ahora hay otras formas menos directas de exclusión: ocupación del espacio por terrazas o estacionamientos o presión policial sobre las personas que por su imagen son a priori consideradas sospechosas. La intervención urbanística en muchos casos tiene un carácter clasista y especulativa, tanto en operaciones regeneradoras (gentrification) como mediante urbanizaciones exclusivas y segregadas de la ciudad. Las políticas públicas incluso inician operaciones destinadas a privatizar o provocar la exclusión  social en nombre de proyectos urbanos cualificantes. En otros caso mediante actuaciones infraestructurales de sustitución de puertos o estaciones o zonas industriales por “grandes proyectos urbanos” de oficinas y viviendas de altos standing. Un tipo de acción de complicidad especulativa es facilitar la accesibilidad mediante vias nuevas o rápidas a urbanizaciones separadas de la ciudad.
El espacio público democrático es una apropiación colectiva permanente frente al poder político controlador y a las dinámicas mercantilistas de los actores económicas privados que se apropian de lo que es de todos.

Esa apropiación colectiva permanente frente a los poderes políticos y económicos nos lleva al tema de la relación entre el urbanismo como disciplina técnica, las políticas urbanas, y la construcción de la ciudadanía. 

J.B. El urbanismo es la base en que se apoyan las políticas locales y la gestión transformadora de la ciudad. Pero no puede limitarse a la planificación convencional sobre los usos del suelo, a la gestión administrativa y a la disciplina sancionadora. Las dinámicas reales sortean este tinglado o actúan por vías colaterales aprovechando los vacíos o los tiempos de la administración o por conseguir recalificaciones y permisividad más o menos onerosa. El urbanismo activo, estratégico y reformador, no puede ser un monopolio de cargos públicos y burocracia juridicista. La innovación no nace en las instituciones sino en la movilización social y en la confrontación entre la ciudadanía activa y los electos y expertos, si es posible apoyados en un programa con el que ganaron las elecciones. El urbanismo no puede afrontar el conjunto de desafíos económicos, sociales y culturales, no puede acabar o reducir drásticamente las desigualdades y desprotecciones de los ciudadanos (incluidos los residentes de origen inmigrante) y no puede tampoco prescindir del marco legal y financiero vigentes. Pero puede intervenir en todas las problemáticas que afectan a la ciudadanía. Los nuevos gobiernos electos, de Madrid y de Valencia, de Iruña y de Zaragoza, de A Coruña y de Santiago de Compostela, de Cádiz y de Barcelona, y de otras ciudades grandes y pequeñas, nuevos equipos o renovados algunos otros, ofrecerán seguramente un conjunto de actuaciones estimulantes para todos.
Las políticas urbanas van más allá del urbanismo administrativo y se plantean más fuera que dentro de los despachos del ayuntamiento. Los ciudadanos y sus formas asociativas o sus movilizaciones no tienen siempre razón, pero si razones que hay que escuchar y tener en cuenta. No tienen que saber la solución técnica, el diseño y el modo de gestión legal de una actuación, pero tienen demandas concretas e ideas y criterios casi siempre muy justos. Exigen intervenciones inmediatas, como ocurre con los desahucios o las situaciones críticas en barrios muy deficitarios o el acceso universal a los servicios básicos (agua, energía, transporte, etc). Pero también deben poder aportar sus propuestas y sus objetivos que quizás solo se podrán llevar a cabo más adelante. La sintonía entre gobernantes y ciudadanos debe consolidarse para ganar las siguientes elecciones. Los cambios que requieren nuestras ciudades no se resuelven en cuatro años.
La ciudadanía se construye ejerciendo los derechos, convirtiendo lo legítimo en legal y el discurso en acción. La ciudadanía se ejerce en el ámbito local cada día y así refuerza la movilización política democrática cuando debe afrontar los gobiernos del Estado o de las Comunidades autónomas. La participación política en la ciudad hace posible que ésta sea luego el actor de los cambios políticos y sociales, nacionales y de clase. La ciudad es mucho  más que la urbanización, es a la vez comunidad que comparte bienes básicos y pautas de comportamiento y ámbito conflictual entre  clases y actores sociales, entre los intereses de acumulación de capital y los de reproducción social, entre elites políticas y económicas y mayorías ciudadanas que cada día se apropian de su ciudad.

Hablando de disciplinas técnicas, y retomando la mención que antes has hecho a las tecnologías de información y comunicación ¿Qué papel juega o puede jugar la tecnología en la construcción de la ciudad a la que nos estamos refiriendo? ¿Qué son las “ciudades inteligentes, las Smart Cities de las que tanto se habla?

J.B.  IBM ha puesto de moda el anglicismo “Smart City” que ha substituido su equivalente en castellano,  ciudad inteligente, que es menos excitante y polisémico. También otros términos o slogans han pasado de moda como algunos ya citados: ciudades competitivas, del conocimiento, con marca reconocida, creativas, etc. El término Smart deviene multívoco:  inteligencia, inmediatez, accesibilidad a todo tipo de conocimientos, progreso, ultramodernidad, al alcance de todos los ciudadanos , etc.  El término “smart city” en sí mismo es, o parece,  neutro, pero su uso no lo es.
IBM no es  una  ONG, ni un organismo bien intencionado de Naciones Unidas, ni una federación de entidades públicas o ciudadanas. Es una empresa integrada en el capitalismo financiero global que únicamente pretende conseguir un lucro a corto plazo para lo cual precisa la comprensión de los gobiernos nacionales y la complicidad de las grandes empresas de servicios. Es una gran multinacional que sirve y se sirve a  y de los poderes políticos y económicos de cada país. En la práctica persigue tres objetivos. Primero: vender hardware en muchos casos sobredimensionado o inadaptado al gobierno o municipio. Se aprovechan del papanatismo de políticos o funcionarios que pretenden situarse por una vía rápida en la última modernidad. O por complicidad corrupta. Es escandaloso el coste o el despilfarro que se producen en nombre de la tecnología y de la información, de la falsa sostenibilidad o de la gestión privada de servicios de carácter público. Segundo: la tecnología comporta un conjunto de ítems e indicadores sectoriales, sin relacionarse los unos con los otros. Lo cual no tiene en cuenta las necesidades de las poblaciones pues la vida urbana requiere políticas integrales e interdependientes. Gran parte de la información no es de fácil acceso ni de comprensión para la gran mayoría. Y sobre todo en muchos casos la información es poco significativa. Por ejemplo la magnitud de las desigualdades o los beneficiados del uso de la ciudad no aparecen. Tercero: se uniformizan las políticas al margen de las estructuras y comportamientos sociales, las culturas históricas locales, las prioridades que requieren cada lugar. Es la versión tecno económica de la “ciudad genérica”. Las ciudades pierden identidad colectiva y la ciudadanía se atomiza. Los ciudadanos lo son cuando son “conciudadanos” y se pueden identificar con su lugar.  Todo ello legitimado por las ”nuevas tecnologías” cuya aplicación nos dicen conseguiremos ciudades maravillosas y ciudadanos felices. Una anécdota. Una autoridad barcelonesa (ahora ex autoridad) declaró en un marco internacional que mediante el uso de las tics (tecnologías de información y comunicación) se resolverán las desigualdades sociales.

Cambiando un poco el registro, el modelo de ordenación territorial vasco se basa en el sistema polinuclear de ciudades y últimamente se propone como “Ciudad Región”. ¿Qué opinión te merece?

J.B. Los territorios altamente urbanizados, como ocurre en toda Europa occidental, tienden a generar un sistema de ciudades, más o menos jerárquico. Hemos superado, en el último cuarto del siglo pasado, el estadio de la ciudad metropolitana con sus coronas concéntricas por la difusión urbana en regiones más extensas, con fuertes discontinuidades del tejido urbano y con una gran dispersión del habitat humano. Es la urbanización sin ciudad.

En el País Vasco se plantea desde ya hace algunos años el proyecto, o quizás escenario, de futuro: la Ciudad Vasca, el triángulo de las tres capitales articuladas por las autopistas y se supone por el tren de alta velocidad. No vamos a entrar ahora en el tema de las autopistas y del TAV. Tienen sus pros y sus contras por su alto coste e impactos ambientales pero obviamente cumplen una función relacional importante. Pero nos importa más plantear tres cuestiones sobre la “Ciudad Vasca”. En primer lugar el País Vasco es una ciudad de ciudades que no se limita a las tres capitales. Es importante consolidar las ciudades medias y pequeñas como centros complementarios y en algunos casos alternativos. Segunda cuestión: limitar al máximo y en la medida de lo posible impedir los desarrollos urbanos en tierra de nadie, sin vinculación con un tejido urbano equipado. El tratarse de un territorio relativamente poco extenso y muy ocupado facilita este control. Y finalmente parece conveniente plantearse la futura Ciudad Vasca  a una escala mayor, con Iruña/Pamplona y con Bayona-Biarritz (en este caso Donostia hace años que forja lazos con el sistema urbano vasco-francés).

Para acabar con un tono más estimulante. Has escrito también sobre la ciudad del deseo y sobre la necesidad de reinventar el erotismo en la ciudad. Suena muy bien ¿A qué te refieres?

J.B. En su libro “ La democracia in Europa”, Dahrendorf, Furet y Caracciolo, 4 intelectuales europeos (un germano-británico, un francés, un polaco y un italiano) 1 abordan las contradicciones de la democracia desde las instituciones de la Unión europea hasta el ámbito comunitario local o regional.Geremek plantea el carácter frígido de la democracia representativa y la contrapone a la calidez comunitaria, como ocurre en territorios con una fuerte identidad, casi siempre con bases históricas o en las ciudades más cohesionadas.  La democracia formal produce desafección de la ciudadanía, y la adhesión comunitaria lleva a una progresiva perversión de la democracia provocada por el tribalismo. Dahrendorf plantea como superación el desarrollo de los derechos ciudadanos, ejercidos desde los ámbitos locales. Ciudad y ciudadanía son la base de la democracia.
La ciudad es la concreción de la biopolítica, se vive en un territorio delimitado y significante, donde las personas se ven, se encuentran, se frotan, se huelen, se tocan. Incluso los representantes políticos son vecinos, buenos o malos, pero visibles, cercanos. El Estado es un ente abstracto y formal, la ciudad es una realidad concreta y material, física, caliente como dice Geremek. Los ciudadanos viven en la ciudad como peces en el agua, su memoria va ligada a su ciudad o sus ciudades, las calles y plazas, los puntos de encuentro, los centros y los límites, todo ello es aprehensible visible, posesionable. El aire de la ciudad hace libres, o por lo menos la ciudad es casi siempre un refugio si es necesario. En la ciudad estás con los otros, o si conviene, desapareces en la multitud.
La “revolución urbana” actual tiende a disolver esta ciudad cálida y sensual. El afán resistencial y protestatario de la ciudadanía, la demanda de reapropiarse de la ciudad y de la política, es una cuestión más vivencial que ideológica, mas biológica que política. Existe un vago sentimiento de desposesión,  y hay un latente deseo de ciudad.

Notes:

  1. Dahrendorf, Furet, Geremek y Caracciolo, La democrazia in Europa, Laterza, Italia, 1992

Atalak | Ekonomia, Politika

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