Una pesadilla tan claustrofóbica como una cuarentena
Galde 29, verano/2020/uda. Santiago Burutxaga entrevista a Carlos Juárez productor de la película El Hoyo-.
Imagínese -quien todavía no haya visto la película- el interior de una fría y aséptica torre de hormigón formada por centenares, tal vez miles, de celdas, una sobre otra y ocupada cada una de ellas por dos personas. Una vez al día descenderá por un hueco central una plataforma cargada de alimentos que se detendrá brevemente en cada nivel. Los confinados engullirán compulsivamente la comida antes de que la plataforma continúe su viaje a los niveles inferiores. Lo que en su origen era un magnífico buffet, según desciende se irá transformando en residuos y al final, en nada. Si cada cual se aprovisionase según sus necesidades, habría alimento para todos, pero no es el caso. Cada mes, algún algoritmo caprichoso determinará que esos personajes cambien aleatoriamente de nivel, mejorando o empeorando su situación. Alimentarse o morir, comer o ser comido. La lucha por la supervivencia está servida en esta especie de prisión, eufemísticamente denominada Centro de Autogestión Vertical.
El Hoyo, un cuento distópico con apariencia de thriller de ciencia-ficción, establece una analogía evidente con nuestra civilización, en la que el consumo compulsivo, el individualismo y las desigualdades conducen al caos. Producida por Basque Films y ópera prima del director bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia, tras ser premiada en los festivales de Toronto y Sitges, entre otros, ha logrado un éxito internacional sin precedentes, sobre todo por su exhibición en Netflix. La película vasca más vista de todos los tiempos, ha sido ya denominada la película de la pandemia. Al realizar esta entrevista, por ejemplo, está siendo el film más taquillero de Corea.
Hablamos con Carlos Juárez, su productor.
¿Cómo surge la idea de El Hoyo?
C.J. Un poco por casualidad, como suelen surgir a veces estas cosas. Estábamos trabajando en Psiconautas, los niños olvidados, una película de animación, cuando uno de sus guionistas, Pedro Rivero, me cuenta el argumento de una obra de teatro que junto a David Desola había escrito hacía ya un tiempo. Me atrapó la historia y vi su potencial. Les propuse empezar a desarrollarla como un proyecto cinematográfico.
La película está teniendo un éxito internacional extraordinario. ¿Crees que el hecho de no situarla en ningún lugar reconocible y el haber creado unos personajes también desarraigados, sin historia personal y de los que no sabemos casi nada, ha podido ayudar a que sea entendida en cualquier sitio? ¿Fue una apuesta consciente?
C.J. En las condiciones en que producimos en Euskadi plantearse el éxito internacional es una utopía. No teníamos, ni podíamos tener, la intención inicial de captar un público tan masivo, aunque siempre esperas que los proyectos logren suscitar el interés de los espectadores. En este caso, además, íbamos contracorriente de lo que se supone que es un guion comercial, aquel que hace que el público se identifique con los protagonistas. El mundo kafkiano que planteamos, absurdo, arbitrario, que la casi totalidad de los personajes asumen como natural y les lleva a actuar con avaricia, crueldad y falta de empatía, no es el más adecuado para la identificación emotiva de los espectadores. Nuestra película mueve más a la reflexión crítica sobre ese mundo, nuestro mundo, que a la identificación sentimental.
En el microcosmos desolado de El Hoyo, los personajes a los que la fortuna ha colocado en los niveles superiores luchan sin piedad contra los menos favorecidos. Es una alegoría evidente de la lucha de clases, aunque con individuos, en general, desclasados, insolidarios, deshumanizados… La película, sin embargo, deja un final abierto que, incluso, puede resultar ambiguo y confuso. ¿Qué habéis querido contar, si puede decirse? ¿Es la Administración (el Sistema) susceptible de cambio, o lo que ocurre es tan solo fruto del delirio de unos personajes agonizantes?
C.J. Aunque la película se rodó en poco tiempo, el proceso de preproducción fue largo, y el resultado responde a la evolución del equipo creativo. Cuando comenzamos a pensarla teníamos una visión muy negativa de la realidad social. Con el tiempo conseguimos encontrar elementos de esperanza. Los autores vivimos, de alguna manera, lo que viven los protagonistas. Estamos hablando de nosotros mismos.
El final, sobre el que se ha discutido mucho, efectivamente, está abierto. Yo tengo, incluso, una doble vivencia: una como productor y otra como espectador. La esperanza o desesperanza depende de cómo viva cada cual la película. Cuando los espectadores trasladan la historia que contamos a sus propias vidas se convierten también en protagonistas. Nosotros no podemos dar solución a sus conflictos desde la pantalla. Cada uno debe buscarlos en sí mismo.
¿Qué parte del éxito de El Hoyo se puede atribuir a los miedos, la asfixia de vivir encerrados en casa, la mayor sensibilidad social y demás circunstancias creadas por la pandemia?
C.J. Ha sido una situación no prevista que ha sumado. El confinamiento ha incrementado el consumo de cine en las plataformas audiovisuales y junto a esto, nuestra película hace cuestionarse valores y estilos de vida en una dirección que es coincidente con muchas de las reflexiones que estos días se están haciendo a propósito de las consecuencias de la Covid 19. Estamos preocupados por nuestro propio futuro y el de nuestra sociedad e intentamos buscar respuestas.
Sin embargo, el éxito de la película en festivales y el acuerdo con Netflix son anteriores a la pandemia. Arriesgamos mucho en este proyecto y lo hicimos con mimo. Sabíamos que teníamos un buen producto, pero el éxito de público no depende solo de que un film sea bueno. Creo que hemos tomado las decisiones acertadas para situarla en el mercado internacional, empezando por llevarla al festival de Toronto, donde es difícil entrar y lograr la atención de los distribuidores.
Tras el Goya de Psiconautas y otros trabajos recientes, Basque Films ya venía dando muestras de crecimiento artístico y profesional, pero ¿Cómo se digiere lo que os está ocurriendo? ¿En qué medida El Hoyo va a condicionar vuestros proyectos futuros?
C.J. Lo afrontamos con mucha tranquilidad. Tras 25 años en esta profesión, me considero un corredor de fondo. No tengo vocación de trascender, sino de hacer buenos trabajos que me emocionen. Levantamos este proyecto contra la opinión de mucha gente, a la que le parecía una locura, porque nos apasionaba. Así vamos a seguir, apostando por lo que creemos y sin sentirnos obligados a hacer cosas que no nos interesan. El asumir riesgos, incluso el de equivocarnos, nos hace diferentes. Creo que cada proyecto aporta aprendizajes, también los que no salen tan bien o fracasan. No tenemos vocación de crecer, sino de crear.
El Hoyo es una producción vasca, rodada con un presupuesto muy ajustado, opera prima del director, con actores desconocidos para el gran público, y casi hecha en familia: el equipo de Basque Films. ¿Cómo te explicas esta rara avis?
C.J. El cine es costoso y materializar los proyectos resulta complicado. Para El Hoyo hemos contado con la financiación al uso: las televisiones vasca y estatal y los departamentos de cultura de ambos gobiernos. Cada uno ha aportado un poco; sinceramente, bastante poco para este tipo de películas tan técnicas. Hubiésemos necesitado tres veces más presupuesto para poder trabajar a precios de mercado. Lo hemos abaratado echándole mucha imaginación y trabajando con gente muy cercana, con personas que se emocionan también con los proyectos y dan en ellos lo mejor de sí. Hay mucha gente joven con talento y lo demuestra cuando se le da la oportunidad. Las administraciones deberían pensar en esto y potenciarlo. El cine, además de cultura, es una industria y retener el talento debería ser una prioridad.
Si El Hoyo la hubiésemos hecho de partida para una multinacional, hubiera sido otra cosa. Las grandes estructuras absorben; hay demasiadas trabas y mucha gente opinando. En la industria audiovisual predomina el pensamiento economicista e hiperconservador. Piensan solo en su público, que suponen cautivo. Cuando esto también ocurre en corporaciones que tienen audiencias muy escasas, esta falta de arrojo para innovar y ganar nuevos públicos resulta patética.
¿Cómo crees que va a salir el audiovisual tras esta hecatombe del coronavirus? ¿Seguirá existiendo el cine proyectado en salas como un hecho cultural comunitario?
C.J. Estamos viviendo una situación que va a tener un retorno complejo. Ya antes solo iba a las salas un público de edad con el hábito adquirido. Ahora está descubriendo otras ofertas y va a ser difícil recuperarlo. Las salas necesitarán innovar tanto en programación como en tecnología para superar la experiencia doméstica. Tendrán que ofrecer lo que no pueden dar las plataformas ni el equipamiento doméstico para que el ir al cine sea una experiencia significativa. Puede haber espacio para todos, pero los cines tendrán que trabajar mucho para captar nuevos públicos. No valdrá actuar como las antiguas panaderías: “Aquí estoy y ya vendrán a por pan”. Hasta las panaderías se han reinventado.