(Galde 23, 2019/invierno). Jason & Argonautas.-
I.- Juego de trileros. Tres cubiletes y una canica. El trilero desliza veloz los cubiletes de un lado para otro de la mesa al tiempo que pregunta al público: ¿dónde está la bolita? El compinche camuflado señala: ¡Ahí, ahí! Y efectivamente, ahí está la bolita. El incauto lo ve claro y fácil, pero al apostar descubre que la bolita está en otra parte. El prestidigitador siempre gana y para cuando el pardillo se entera, ya ha perdido una pasta. La mano hábil engaña a la vista, y en burlar la apariencia consiste el truco.
II.- MTV en la villa de los prodigios. Nunca el mapamundi de Bilbao ha sido tan inconmensurablemente grande como en los días de la gala de la cadena musical estadounidense. Imagínense, 500 millones de espectadores de 180 países pendientes de la capital musical del mundo. Y nosotros ahí, en esa explosión incontrolable de júbilo adolescente.
Todo fue amazing. 40.000 fans flipando con Muse en San Mamés y 8.500 privilegiados alucinando en el BEC con Nicky Minaj, Camila Cabello, Rosalía y demás diosas de la “cultura popular” contemporánea. Luces y efectos como por un tubo, artistas ascendiendo y bajando del alto cielo, multitud de bailarines escupiendo fuego, llamaradas brotando del suelo como en el infierno de Dante y los screamers, previamente seleccionados en un casting, exteriorizando sus emociones a grito pelado. La contención, muy bilbaína, corría a cargo de los políticos que allí se hallaban en comisión de servicio, y también de los menos jóvenes, que sobre la marcha se iban enterando de quién demontres era Dua Lipa o si sería verdad que al DJ Marshmellose le cayó un cubo en la cabeza y no tuvo tiempo de quitárselo para el show.
Se descorcharon miles y miles de botellas, se acabaron los pinchos, se vendieron miles de noches de hotel, hubo eventos super exclusivos en locales de moda, los restaurantes Michelin hicieron su agosto en noviembre y la peña de a pie flipó con sus artistas por la cara o los cinco euros de entrada en San Mamés. A cuenta de la villa, chaqueta amarilla, que reza el dicho bochero.
El alcalde sacó cuentas y le dio beneficios: “nunca tendríamos dinero para pagar una campaña de marketing así”, mientras que el diputado general fue más lejos, y le traicionó el subconsciente: “Si las vizcaínas y vizcaínos quieren que sigamos gobernando este territorio, vamos a traer más eventos internacionales de estas características”. Aburto vio incluso elementos de fusión cultural muy inspiradores: “Ha sido muy bonito que en un evento tan internacional, tanto el euskera como la txalaparta o los dantzaris hayan estado presentes”.
Si todo fue perfecto, ¿dónde está la bolita? Porque haberla, hayla.
III.- Piratas y filibusteros. Las aguas del copyright siempre andan revueltas y plagadas de bucaneros. Debe ser porque la red y sus multinacionales son demasiado grandes y poderosas para que los estados les pongan freno. El Parlamento Europeo lo intenta obligando a YouTube y otras plataformas a filtrar lo que publican por si hay imágenes que infringen derechos de autor. En Madrid, la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual prevé el cierre de web piratas sin necesidad de orden judicial. También, controlar a las multinacionales que gestionan contenidos sin pago de derechos. Parece evidente dónde está la bolita, pero no falta quienes en ambos casos ven un grave atentado a los derechos fundamentales de los ciudadanos en la red. Entre quienes quieren cobrar por todo y quienes no quieren pagar por nada, no hay ni habrá acuerdo posible. Por si fuera poco complicado, los algoritmos deciden ya la música que se escucha, los robots empiezan a ocupar el lugar de los actores en algunos escenarios y un holograma de María Callas acompañado por 50 músicos en directo, inicia en Londres una gira europea. Si la cosa funciona, Amy Winehouse resucitará el próximo año en otra gira. Los hologramas, ¿cobrarán o pagarán derechos?
La Ley también le mete mano a “La Rueda” de las televisiones, esa práctica perversa que ha permitido embolsarse unos 100 millones a autores de arreglos o temas que a nadie interesan y que se emiten de madrugada con nocturnidad y alevosía. Ya saben, aquello de: mamá, si llaman di que sabes tocar el piano. Nos habíamos negado a hablar de la SGAE en el Periscopio, pero resulta que esa organización cainita y corrupta en la que vuelan los cuchillos y corre más sangre falsa que en La matanza de Texas, tras defenestrar a su último presidente, acaba de elegir al gaitero asturiano Hevia para sustituirle. No se fíen de las apariencias, que el mozo parece que tiene los dedos ágiles, como los prestidigitadores. Sigan la bolita en esta tragedia bufa que se pretendía Macbeth y va siendo La Venganza de Don Mendo.
IV.- Consumismo voraz y unas gotas de Schopenhauer. Dice el escritor escocés Irvine Welsh que en el capitalismo, a medida que los salarios bajan, la publicidad se vuelve más frenética y consumimos más de todo: más drogas, más sexo, más series de Netflix. Concluye que vivimos en un zoo disfuncional en el que somos hámsteres que hacen girar su rueda sin parar.
Para Schopenhauer la existencia es sufrimiento que solo puede ser paliado por la contemplación estética de las cosas y los hechos del mundo. Para este filósofo, padre del pesimismo metafísico, la necesidad que reina por doquier en la sociedad, empuja a las personas excelsas a consagrarse al avance de las ciencias y las artes, pues el trabajo intelectual es el cénit de la vida feliz. Esto ocurriría a mediados del XIX, porque hoy, con cara de tontos, seguimos perplejos intentando adivinar dónde está la bolita.