El feminismo como alternativa universal a la extrema derecha

«Sólo levantando las banderas de nuevas voluntades comunes seremos capaces de alumbrar, no sólamente una alternativa a la ultraderecha, sino, también, al sistema económico con quien se da la mano.»

Galde 42, Udazkena 2023 Otoño. María Corrales.-

“Io sono Giorgia, sono una donna, sono una mamma, sono cristiana, sono italiana”. Esta es la cantinela que a modo de estribillo recitaba la líder del partido ultraderechista Fratelli d’Italia en la mayoría de sus mítines. Una proclama con voluntad de afirmar la propia identidad frente a la llamada ideología globalista cuyo objetivo último sería el de destruir las comunidades tradicionales de la patria, la familia, el género y la religión. Cuando la actual Presidenta de Italia formuló estas mismas palabras en un acto de VOX en España, la izquierda reaccionó señalando el miedo que generaba dicho discurso para evidenciar la radicalidad de los aliados de extrema derecha española. Pocos meses después, Giorgia Meloni ganaba las elecciones en la tercera economía del euro. Algo se nos estaba escapando.

La izquierda suele afrontar el fenómeno de la extrema derecha desde dos análisis mayoritarios: el primero, el cual llamaremos “marco moral”, que construye una dicotomía entre buenos y malos donde las ideas de la derecha estarían representadas como una especie de virus contagioso. Para los frikis como yo, estaríamos hablando de un ejército de caminantes blancos con quiénes cualquier diálogo sería imposible e, incluso, contraproducente. Por otro lado, el segundo enfoque sería el de la acción-reacción, el cual aboga por el hecho de que el crecimiento de las ideas de la extrema derecha se explican únicamente por los avances del espacio progresista. Dicho principio, resumido en la famosa frase “ladran, luego cabalgamos”,suele pecar de aproximarse al fenómeno de la hegemonía como si ésta fuera una cuestión estática basada en tener la razón; una razón que, por supuesto, se da por sentada y que, en consecuencia, nos eximiría de seguir convenciendo e incorporando nuevos sectores dentro de la amalgama política que representa un sentido común siempre contingente.

Ambos planteamientos presentan un problema fundamental: el de la inhibición de la autocrítica y de la capacidad de hacer política desde la izquierda y el feminismo. Para pensar de forma inversa, la primera pregunta que deberíamos formularnos es: ¿A qué demandas de nuestro contexto actual está respondiendo mejor la extrema derecha que los espacios progresistas? Desde este punto de vista, mi opinión es que discursos como el de Meloni dan con una tecla fundamental: la capacidad de ofrecer un sentido de comunidad en el contexto de la larga crisis del neoliberalismo y de su subjetividad individualista que ya no es capaz de ofrecer un horizonte de progreso.

2011 representó en el Estado Español y en gran parte de Europa el nacimiento de nuevos movimientos políticos que durante casi una década fueron capaces de ofrecer una meta compartida que, lejos de estar basada en el quiénes éramos, nos preguntaba qué país queríamos construir juntos. El fracaso generalizado de estas propuestas provocó, a su vez, una dispersión de los distintos sujetos quienes, ya sin objetivos comunes, pero sin haber resuelto sus reclamaciones, buscaron refugio en el esencialismo nacional, ideológico, religioso o de género. La aspiración sigue siendo la misma: quién es mi comunidad en un mundo en el que el individualismo y la competencia sólo son capaces de ofrecernos una sociedad del malestar; la propuesta política, sin embargo, tiene implicaciones completamente diferentes.

Una de las autoras que mejor ha pensado sobre esta lógica de construir las sociedades es la teórica feminista Bell Hooks. Hooks nos dice que, para empezar, una visión emancipadora del feminismo debería tener como núcleo de intervención la posibilidad de generar relaciones basadas en la no-dominación más allá de la identidad. Es decir, menos basada en quiénes somos y más en los vínculos que establecemos con los demás. Dicha propuesta, igual que la del republicanismo, tiene la virtud de dibujarse como universalista y, por lo tanto, es un buen punto de partida para construir una alternativa política de comunidad a la de la extrema derecha.

Desde este punto de vista, la escritora estadounidense critica, por ejemplo, la evolución del principio de sororidad que acabó por privilegiar la agenda de las mujeres blancas de clase alta bajo el principio de un único feminismo. Lejos de ello, Hooks afirma que “no existe un camino único hacia el feminismo”, sino que “las personas de distintos orígenes necesitan teorías feministas que se refieran directamente a sus vidas”. Este planteamiento, capaz de situar que no toda lucha feminista es una lucha de los hombres contra las mujeres, sino que en la pelea de cada escalón existen alianzas posibles más allá del punto partida de la identidad, nos hace pensar en la importancia de pensar el nosotros desde la voluntad política y los malestares compartidos.

Siguiendo esta idea que pone el vínculo en el epicentro de la discusión, el potencial del feminismo para presentarse como la némesis de la extrema derecha se podría resumir en la voluntad de ser siempre con el otro y no contra el otro. Un principio que, por otro lado, no es nuevo, sino que ha estado siempre recogido, por ejemplo, en la crítica al amor romántico cuyo mito aspiraría a la posibilidad de fundirnos en uno solo. Frente a ello, la filósofa Simone Weil ya llegó a plantear que incluso Narciso, para enamorarse de sí mismo, tuvo que pensar que su reflejo no era él, sino otro. Este ejemplo es paradigmático porque no hay nada más propio de la subjetividad neoliberal que la patología del narcisismo que a partir de esta reflexión de Weil podemos desmontar desde su mismo origen.

Por el contrario, el feminismo, a través de la reflexión sobre la vulnerabilidad y los cuidados, nos recuerda que lejos de ser individuos aislados, somos seres incompletos cuya capacidad de evolucionar está intrínsecamente ligada a nuestra predisposición para ser transformados por los demás. Una apuesta por la interdependencia desde la necesaria confianza que funciona como antídoto, por ejemplo, a los discursos del miedo relacionados con la seguridad de los que se alimenta la extrema derecha. Para Hooks, hablar de esta mirada universal hacia el mundo pasa por elegir lo que ella llama “una ética del amor” cuyos atributos fundamentales son el cuidado, el respeto, el conocimiento, la honestidad y la voluntad de cooperación.

Esta lógica política es la que nos permite, asimismo, proponer un sentido de comunidad que amplíe el marco de las identidades tradicionales sin necesidad de negarlas per sé, sino poniendo sobre la mesa que toda construcción colectiva debe basarse en la libertad y en la voluntad partiendo de la base de que no existe la posibilidad de no estar entrelazados los unos con los otros. Sólo a partir de este punto lograremos atajar la causa primera que permite el crecimiento de discursos como el de Meloni, que es la de la insatisfacción del sujeto patriarcal y neoliberal que nos condena a una vida de infelicidad. Sólo levantando las banderas de nuevas voluntades comunes que traspasen el encajonamiento de las esencias seremos capaces de alumbrar, no sólamente una alternativa a la ultraderecha, sino, también, al sistema económico con quien se da la mano.

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