(Galde 19, Verano/2017). Alberto Surio.
Al estado le falta no solo un relato, sobre todo necesita un creativo. Decía Josep Borrell, el expresidente del Parlamento Europeo, horas después de la manifestación del 8 de octubre en contra de la independencia de Cataluña que a España le hacía falta un relato, y que uno de los problemas de haber perdido mucho terreno frente a los partidarios de la secesión era, precisamente, no haber sabido dar la batalla de las ideas con un discurso claro y nítido. Una narrativa ideológica que los nacionalistas catalanes de diverso pelaje y condición han sabido construir con suma eficacia, conectando con una parte de las nuevas generaciones que trasciende del ámbito discursivo puramente identitario.
A España le ha faltado históricamente un relato, decía Borrell, apuntando quizá que la extraordinaria movilización convocada por Sociedad Civil Catalana podría ser un cambio de tendencia o cuando menos un interesante punto de inflexión. El tiempo dirá si estamos ante la reacción natural de hartazgo de una sociedad que ha estado muchos años invisible o si asistimos, como parece, a un potente despertar del nacionalismo español, con todos los riesgos que implica la inflamación identitaria en estos tiempos de repliegues soberanistas en Europa y su instrumentalicion por corrientes populistas y xenófobas.
En este regreso notorio del nacionalismo español confluyen, por un lado, una exhibición del orgullo constitucionalista y, a la vez, los rescoldos de la versión más tradicional del españolismo, en la que se incrustan elementos nostálgicos de ultraderecha que también se han envalentonado. Pero la novedad es, sobre todo, la salida del armario sociológico de un nacionalismo español de sesgo más liberal, que intenta sacudirse los complejos del pasado -su vinculación emocional al franquismo- y que esgrime la bandera constitucional española con un entusiasmo que aún resulta extraño para quienes sufrieron en sus carnes la dictadura bajo esos mismos colores. Un nacionalismo que no es totalitario, pero que se inclina por una cultura uniformizadora que, de entrada, casa mal con la pluralidad y la diversidad del Estado. La llegada del partido Ciudadanos con este mensaje resulta muy revelador al respecto en la medida en la que intenta competir con el PP desde ese flanco del orgullo nacionalista.
Todo esto tiene que ver con la historia, sin duda. En el retraso de España para articularse como un Estado constitucional y moderno, en los déficits de las revoluciones liberales y burguesas y en que, en términos contemporáneos, el nacionalismo español acusaba históricamente de no tener quien le escribiera. De hecho, esta carencia de suplía con el recurso a los éxitos deportivos -‘la Roja’ o el tenista Nadal- para dar fe de un universo que reivindica su peso e influencia en el mundo, si bien en los últimos años ha emergido una corriente de intelectuales que ha rescatado la idea de España del baúl de los recuerdos y de las esencias.
Retórica de madera
Siempre he creído que uno de los graves problemas de la crisis catalana era la carencia por parte del Estado español de un relato más atractivo que el permanente recurso al ‘imperio de la ley’ que a veces corre el riesgo de asemejarse a una retórica de madera. Vacía, sin contenido. En un país en el que la crisis ha diezmado muchos derechos sociales, el argumento legalista es de una gran fragilidad. En una sociedad mediática en la que las emociones y la imágenes se multiplican de forma vertiginosa, hay que salir al campo de juego con iniciativa. Que la imagen del Estado quede asociada a una actuación policial contra un referéndum suspendido por el Tribunal Constitucional resulta letal en términos de inteligencia emocional.
Cierto es que las fugas empresariales han abierto en Cataluña una fuga de agua imprevisible en el barco del independentismo, que sitúa el debate en otras coordenadas bastante más desfavorables para sus intereses. Pero la crisis catalana nos vuelve a demostrar que la idea de España necesita un aggiornamento y una renovación para hacerla más atractiva para las nuevas generaciones y para la periferia, que recela con profundidad de determinadas sobreactuaciones patrióticas. Si una agencia de publicidad fue la responsable de la exitosa campaña ‘Parlem-Hablemos’, que ha llenado las plazas de las ciudades en favor de una salida de diálogo entre Cataluña y el Estado, no tengo ya dudas de que España necesita un creativo publicitario para dar la vuelta al tópico y al cliché.
Porque pensar que a ritmo de bombo del ‘Viva España’ de Manolo Escobar, como se vio en la Plaza de Cibeles de Madrid, la sociedad emergente y más moderna, que no votó la Constitución de 1978, se puede sentir implicada es entender muy poco algunos cambios sociales de fondo. Es no comprender, desde luego, cómo se ha transformado la sociedad española, en la que importantes sectores urbanos viven alejados de cualquier esencialismo. El día en el que se utilice un verso de Blas de Otero en lugar de un pasodoble, con todo el respeto a los pasodobles, seguro que algo empezará a cambiar en el imaginario hispánico.