Galde 29, uda/2020/verano. Angel Martínez González-Tablas.-
La economía se ocupa de suministrar los bienes y servicios que, de forma sistemática y repetitiva, precisa la existencia social a lo largo del tiempo: la reproducción de la vida en sociedad en el planeta Tierra, el único lugar del cosmos en el que, por lo que sabemos, la vida humana ha sido posible. Puede hacerlo de muchas maneras (agentes, lógica y una forma de funcionamiento que tiende a ser sistémica para tener capacidad reproductiva). El sistema económico (SE), su estructura y su lógica nunca dejan de ser medios para conseguir el propósito de la economía: proporcionar la base material que permita la vida de los seres humanos en las sociedades existentes. Y la primera condición es que la salud posibilite la propia vida, que es fundamento de todo lo demás. Pueden surgir contradicciones entre personas, colectivos o generaciones en torno a la existencia y reproducción de la vida –si no es posible garantizársela a todos- pero donde no cabe contradicción es entre el fin (la vida) y el medio (el sistema económico encargado de proporcionar los bienes y servicios que la mantienen), porque si surgiera el que se vería cuestionado es el medio (la variante de sistema económico que se muestra incapaz). Con todas sus consecuencias. También en la crisis que se vincula al Covid 19 (C19).
Las implicaciones económicas del C19 no se pueden entender sin caracterizar la economía de nuestro tiempo, sin diferenciar los cimientos profundos, el orden social (OS) emergente en los años 1970 y la crisis de 2008 con su dinámica subsiguiente. Los dos elementos fundamentales que yacen soterrados son el capitalismo, como SE con rasgos, lógica de funcionamiento y capacidad reproductiva peculiares -en el que el mercado juega un papel pero no es el todo- y el patriarcado, con su invisibilización de la reproducción de la vida, del espacio doméstico, de los cuidados y del papel de la mujer.
Su trayectoria se concreta a partir de los años 1970 en un OS construido en torno a el neoliberalismo que, tras la pantalla de exaltación y autosuficiencia del mercado y descalificación de la intervención pública, reclama y consigue la más irrestricta libertad para las prácticas y los intereses de las fracciones más acomodadas del capital. Y unas fuerzas estructurantes (FE) que en estas décadas eclosionan con virulencia. Primero, el climax de los combustibles fósiles que, al acelerar y acumular la transgresión de los límites biofísicos, coloca en una posición determinante a la dimensión medioambiental. Luego, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) con múltiples consecuencias inmediatas y potenciales. A continuación, la globalización (G), aceleración y retroceso superficial del imperialismo hacia unas reglas de juego asumidas, bajo la hegemonía de EE.UU. Finalmente, la financiarización (FINN) una mutación y salto en economías lideradas por las finanzas, con cambio en los agentes, los procedimientos y la escala.
De este contexto surge la crisis de 2008 y el resquebrajamiento del OS que nunca llegó a conseguir ni siquiera un “buen” funcionamiento del capitalismo, con abandono de las reglas creadas a partir de la segunda posguerra mundial, por aceleración de unos aspectos (ecológicos, digitales y financieros) y retroceso o desarrollo desigual de la G.
La naturaleza y las causas de la crisis del C19 no se dejan captar con facilidad. En el plano epidemiológico sabemos las características del virus, sus mecanismos de transmisión y dista de estar claro el origen concreto que provoca la pandemia. Pero la comunidad científica había advertido de forma inequívoca de la existencia de un riesgo. No puede decirse que objetivamente su aparición haya sido una sorpresa.
Desde el punto de vista económico, el tema es aún más equívoco. Para la actividad económica, una vez convertido en pandemia, el C19 es una causa que no proviene ni del deterioro de la tasa de ganancia, ni de las finanzas, ni del interior de la producción, la distribución, el intercambio o el consumo. Es un impacto brutal que viene de fuera, como un meteorito o un conflicto bélico, con la diferencia de que inicialmente no destruye físicamente el tejido productivo. Sin embargo, si leemos el SE como debe leerse: como un subsistema abierto, inserto en el sistema social y en los diversos sistemas biofísicos que se entrelazan en el planeta Tierra, entonces la causa de la crisis del C19 es profundamente endógena, consecuencia del impacto del modelo de producción y consumo sobre los ecosistemas que proporcionan las condiciones que sostienen la vida, en especial la pérdida de biodiversidad. Esa economía capitalista cuya caracterización hemos esbozado no puede mirar para otro lado pretendiendo que esto no va con ella. No es cierto. Está en el origen del C19.
El impacto de la crisis del C19 es generalizado pero desigual. Incide en el PIB y en las macromagnitudes que le van asociadas, en el trabajo, el empleo, la desigualdad, la pobreza y la exclusión, deteriorando –aunque no la definamos- la calidad de vida de las sociedades. Únicamente parecen disminuir las transgresiones ecológicas, como consecuencia del desplome de la actividad económica. La desigualdad del impacto depende de un complejo de variables: de la densidad, el autocentramiento y la competitividad del modelo de producción (MP); de la pirámide demográfica y de las tasas de actividad, paro y dependencia; de la inserción y especialización dentro de la economía mundial (no es lo mismo turismo que productos estratégicos esenciales), de la vulnerabilidad resultante; del grado de endeudamiento, del déficit público, de la dependencia del sector financiero y del exterior, si ambos tienen ese carácter; de la presión fiscal y la estructura del gasto público; del sistema político, la calidad de la Administración, de la identidad y la cohesión social del país; del momento del ciclo en el que se encuentre la economía. Finalmente, de la intensidad y duración del impacto sanitario.
Si nos centramos en las salidas a la crisis del C19, lo primero que tenemos que preguntarnos es ¿qué es salir de la crisis?, ¿en qué se concretarían las supuestas salidas? Y, para responder hay que combinar el eje temporal y los planos espaciales. A corto plazo la situación es tan grave que los objetivos parecen innegociables: la recuperación del ingreso, la renta y el consumo privado se presentan como imprescindibles para minimizar la tragedia social; aunque no se vea cómo encontrar una senda compatible con la democracia sin una capacidad redistributiva fuerte. Simultáneamente la recuperación de la inversión es esencial para la de la actividad económica a corto y medio plazo, a la vez que determina el MP que queramos construir ¿A dónde nos llevaría más de lo mismo, a qué insostenibilidad medioambiental a largo plazo, a qué futuro?; sin dejar de lado a los agentes que la protagonicen: ¿capital privado puro y duro, autóctono, europeo, transnacional, público?, ¿con qué difícil combinación de animal spirits, de planificación pública consciente, de economía solidaria? Aunque no nos guste tenemos que reconocer que los objetivos temporales no son sumatorios. Son transaccionales. Y habrá que establecer y gestionar prioridades. Por acción u omisión cada sociedad elegirá un trade-off y no es lo mismo que la referencia sea el crecimiento y el PIB a que lo sea una calidad de vida que nadie duda de que existe pero que está por definir.
Nada de lo planteado puede hacerse en un vacío espacial, tiene que concretarse en planos concretos, en nuestro caso en el complejo que es hoy España, en la Europa de la Unión y del euro, finalmente, en un ámbito mundial del que no podemos escabullirnos porque algunos procesos y decisiones sólo en él pueden resolverse. En España tenemos que exigir coherencia en objetivos y plazos, suficiencia de medios con credibilidad de compromisos y seguimiento que garantice el cumplimiento. A Europa pedirle una movilización inmediata de recursos que sea solidaria, directrices marco orientadas al cambio global y una presencia proactiva en el escenario mundial. En este último, habrá que repensar las reglas de juego y el marco regulador, con tomas de postura eficaces frente a unos riesgos estructurales que sólo a escala mundial son abordables.
En resumen, lo que vivimos tiene de oportunidad y de amenaza. Nada irá espontáneamente bien, pero hay que evitar repetir la salida regresiva de 2008. No hay ni un plano, ni un aspecto en los que poner exclusivamente el foco, pero sí hay un consenso suelo: no despreciar el conocimiento científico, saber que sin base social el cambio necesario no será posible y que necesitamos otra Economía, en otra sociedad, con otra capacidad reguladora. Habrá catástrofes, sí, pero la cuestión es salir vivos y orientados hacia un futuro digno y sostenible. Sin nunca renunciar a la esperanza.
Angel Martínez González-Tablas
Catedrático jubilado de Economía de la Universidad Complutense, y miembro de la Asociación de Economía Crítica