Diagnósticos y propuestas básicas a consensuar

 

Galde 43, Negua 2024 Invierno. José Manuel Naredo.-

Valga lo siguiente como ejemplo de evidencias que deberían de suscitar el consenso del movimiento ecologista en la crítica de la «transición energética» actual y en las propuestas para reorientarla hacia horizontes ecológicos y sociales más saludables.

A mi juicio, el principal problema a consensuar estriba en que el modelo de «transición energética» en curso no resuelve, sino que agrava notablemente, «el paso tecnológico en falso» de la civilización industrial que denunció Barry Commoner hace medio siglo: el de una civilización que se construía sobre extracción y el deterioro de stocks no renovables de la corteza terrestre, cuando nuestro planeta es un sistema cerrado en materiales (salvo la aportación afortunadamente rara de los meteoritos) con lo que, con el gran peso que tiene la especie humana, la regresión a largo plazo del sistema está servida de antemano por escasez de recursos y exceso de residuos. En efecto, la revolución industrial empezó utilizando stocks de minerales abundantes y bien distribuidos, como el hierro y el carbón, para fabricar máquinas con las que extraer y utilizar más hierro y más carbón. El problema es que la civilización industrial pasó a apoyarse en minerales y combustibles más escasos y peor distribuidos (como el petróleo, el gas natural y el uranio) para finalmente, en aras de la «transición energética» y las «nuevas tecnologías» extraer y utilizar todos los elementos de la Tabla Periódica, por muy raros y escasos que sean. De esta manera, desde el objetivo propuesto por los autores franceses del siglo XVIII, hoy llamados fisiócratas, de «obtener riquezas renacientes sin menoscabo de los bienes fondo», el potente extractivismo que ha desatado la presente reconversión apunta a captar más energía renovable con gran menoscabo de los bienes fondo, agravando «el paso tecnológico en falso» denunciado por Commoner, que se encuentra en la base de los deterioros ecológicos que se vienen produciendo desde entonces. Todo ello impulsado por unas reglas del juego económico que ¯al valorar las cosas por el mero coste de obtención, ignorando el coste de reposición¯ siguen promoviendo el extractivismo y la obsolescencia prematura frente a la conservación, la recuperación y el reciclaje y divorciando el metabolismo de la sociedad industrial del de la biosfera, que permitió enriquecer la vida en la Tierra.

El gráfico 1 adjunto evidencia la gran aceleración del tonelaje de minerales extraídos de la corteza terrestre que se observa en los últimos años. Entre 2000 y 2022 la extracción de minerales metálicos se ha multiplicado por 2,5 y la de minerales no metálicos por 1,8. Y el gráfico 2 muestra que este espectacular aumento no ha servido para reducir a escala planetaria la extracción y el uso de combustibles fósiles, ni las consiguientes emisiones de CO2, que se han movido siguiendo el pulso de la coyuntura económica. En el período 2000-2022 la extracción de petróleo se multiplicó por 1,2, la de gas natural por 1,5 y la de carbón fue la que más creció, multiplicándose por 1,8. Vemos, pues, que las nuevas demandas de minerales asociadas a la «transición energética» y al uso de «nuevas tecnologías» han compensado con creces los baches ocasionados por los años de crisis, impulsando un nuevo extractivismo que causa cada vez más daños ecológicos, por las razones que apunto a continuación. Todo ello sin que, hasta el momento, disminuya la extracción de combustibles fósiles -en parte espoleada por el creciente consumo energético de la propia actividad minera- pese al akelarre de cumbres y acuerdos ceremoniales que dicen “luchar contra el cambio climático» y promover la «descarbonización».

El mayor daño ecológico asociado al neoextractivismo reinante viene dado, en primer lugar, porque a diferencia del petróleo y el gas natural, los otros minerales no salen ni se bombean con facilidad, sino que hay que extraerlos, moviendo gran cantidad de «estériles», concentrarlos y lavarlos inyectando para ello cantidades ingentes de energía, agua y materiales con procesos que suelen generar contaminación. También la minería ha cambiado radicalmente pasando de ser una actividad intensiva en mano de obra que explotaba «filones» con alta ley de contenido, a otra muy mecanizada y exigente en energía, que trabaja a cielo abierto moviendo y procesando gran cantidad de materiales, frente al uso tradicional de galerías. Todo lo anterior está relacionado con que el coste físico de obtención de las sustancias deseadas aumenta exponencialmente a medida que disminuyen las leyes de contenido de los yacimientos en explotación, ya que la actividad minera trabaja, como cualquier recolector, cogiendo primero los frutos más maduros y accesibles. Además, el Segundo Principio de la Termodinámica establece límites claros a la deseable reducción de los costes de extracción, concentración y refino que conlleva la obtención de las sustancias deseadas: si bien el avance tecnológico puede abaratar estos costes, está claro que nunca podrán situarse por debajo del mínimo termodinámico requerido que crece exponencialmente cuando disminuyen las leyes de contenido de los yacimientos aproximándose a las concentraciones muy escasas de la roca madre. Pues la energía mínima requerida para obtener una sustancia de una mezcla tiende a infinito a medida que se multiplican y diluyen las sustancias que la componen. Así, no es tanto la escasez geológica en cantidad de las sustancias que contiene la corteza terrestre, como su escasez en calidad y accesibilidad lo que reclama un «esfuerzo» y un «impacto ambiental» creciente para obtenerlas que no cabe ignorar. Y esta es una realidad cuya evidencia se sitúa por encima del talante más o menos optimista o pesimista de las personas.

Lo anterior confirma que, como apuntamos inicialmente, la transición energética en curso no frena, ni menos aún evita, sino que agrava, la espiral de deterioro sobre la que se ha venido asentando la civilización industrial que, como vimos, identificó Commoner hace medio siglo. Esta es la evidencia que debería de asumir y criticar en bloque el movimiento ecologista, denunciando las políticas de imagen verde asociadas a «El nuevo desarrollismo ecológico» que denunció tempranamente Antonio Estevan (en un artículo con ese mismo título publicado en el monográfico de Archipiélago «Entre las ruinas de la economía», nº 33, 1998) y que se sigue promoviendo y bautizando de diversas maneras verdes, sostenibles, etc. desde los núcleos y redes de poder asociados a la actual tiranía corporativa.

Reflexionando sobre cómo reconducir la situación hemos de recordar que el funcionamiento milenario de la biosfera ofrece un ejemplo modélico de sistema que se comporta de modo globalmente sostenible. Habida cuenta que los organismos, en general, y la especie humana, en particular, necesitan degradar energía y materiales para mantenerse en vida, la manera de evitar que ello redunde en un deterioro entrópico de la Tierra, pasa por apoyar esa degradación sobre el único flujo renovable que se recibe del exterior (el procedente del Sol y sus derivados) manteniendo un reciclaje completo de los materiales utilizados, siendo el fenómeno de la fotosíntesis el que ha posibilitado este comportamiento. La cuestión está en que la especie humana si­ga el modelo de la biosfera y sepa a­provechar la energía solar y sus derivados renovables para cerrar los ciclos de materiales posibilitando que los residuos de éstos se conviertan o­tra vez en recursos, evitando el progresivo deterioro de la Tierra que actualmente se opera tanto por dispersión de recursos, como por contaminación de residuos con consecuencias muy diversas (pérdida de geodiversidad, de topo diversidad, de diversidad biológica con extinción de especies y ecosistemas, deterioro de suelos, aguas y atmósfera que reducen el gradiente de temperaturas y ocasionan trastornos climáticos…). Los criterios usuales de valoración han contribuido a divorciar el modelo de gestión de la civilización industrial de aquel que caracteriza a la biosfera: los precios recogen solo parcialmente los costes de extracción, concentración y refino de los recursos minerales y no los costes de reposición de esas rarezas de la corteza terrestre que son los yacimientos en explotación. Con lo cual se ha promovido sistemáticamente la extracción frente a la conservación y el reciclaje. Así, para propiciar la reconversión hacia el modelo biosfera apoyando el metabolismo de nuestra sociedad sobre materiales abundantes, reciclables y fácilmente obtenibles, evitando el uso de aquellos otros mucho más raros o dispersos y físicamente costosos de obtener, habría que preocuparse más de la suficiencia que de la eficiencia (la eficiencia energética de la fotosíntesis es bajísima y sin embargo permitió enriquecer la vida en la Tierra) y para ello habrá que hacer bien las cuentas y calibrar los instrumentos económicos contando con una taxonomía de ese stock a gestionar, apoyada en información física solvente que permita clasificar y jerarquizar las sustancias que contiene atendiendo a los costes (virtuales) de reposición de los yacimientos disponibles y a los costes (efectivos) de extracción, concentración y refino. Siendo el coste físico total (virtual y efectivo) de las sustancias el que habría que considerar para reorientar la gestión desde el de­satado extractivismo actual, hacia una economía más circular y sostenible que se vaya acercando al modelo ilustrado por la biosfera… y desde la actual «transición energética» hacia una reconversión integral del metabolismo de la civilización industrial.

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