Con luces largas: Contrarreforma en el horizonte

La ‘relación de debilidades’ de la Transición facilita el cambio de ciclo hacia la derecha

Galde 41. Uda 2023 Verano. Alberto Surio.-

La posibilidad de un cambio de ciclo político en el Estado español es una hipótesis factible a partir del próximo 23 de julio, fecha en la que Pedro Sánchez ha convocado elecciones generales. Lo que hace pocos meses parecía exagerado, los resultados de las municipales lo han convertido en un escenario verosímil.

La derecha se muestra eufórica tras el balance de los comicios municipales del 28 de mayo, tras ocupar gran parte del cuadro institucional, convencida de que el cambio de ciclo está maduro. La suma de PP y Vox ha desplazado a la izquierda de la mayoría de los espacios de poder en autonomías y ayuntamientos y coloca al Gobierno de coalición absolutamente a la defensiva. La disyuntiva es existencial. Los vientos que soplan desde Europa apuntan a un cambio de tendencia hacia la derecha. Pero la partida sigue abierta hasta el último minuto.

Sánchez no ha logrado articular un relato suficientemente atractivo que se imponga a la narrativa construida por el centro-derecha, con una considerable cobertura mediática. Ahora intenta activar la sociología progresista para evitar el desastre. La pregunta es si no es demasiado tarde ya.  La derecha, muy movilizada para desplazar a Sánchez del poder, ha puesto en marcha una estrategia simplista de ‘derogación’ del sanchismo que se ha convertido en un mensaje de gran eficacia.

Ausencia de pedagogía

El PSOE paga en el terreno de la opinión pública la ausencia de una suficiente pedagogía sobre lo que ha sido su acción parlamentaria en relación con los avances sociales, la subida de las pensiones y del salario mínimo, la reforma del mercado laboral y el crecimiento del empleo. O las medidas en materia de igualdad. A la praxis socialdemócrata le ha faltado una épica de seducción frente a una derecha que ha cimentado parte de su operación en la deslegitimación democrática del presidente y en campañas de odio, sutiles o explícitas, que han resultado demoledoras.

El Gobierno, que ha iniciado una agenda reformista con más de 300 leyes aprobadas, se ha visto incapaz de mantener la iniciativa discursiva y se ha visto arrastrado, a remolque de esa dinámica. La sobreactuación hiperbólica de los conservadores y el ruido de las desavenencias en el seno del Ejecutivo de coalición han perjudicado notablemente la agenda del presidente. La guerra de posiciones entre Sumar y Podemos ha terminado por erosionar las expectativas de la coalición al minar el espacio a la izquierda del PSOE, si bien la única salida que tiene Sánchez para seguir en el poder es mantener la mayor progresista entre los socialistas y la formación capitaneada por Yolanda Díaz, y seguramente con formaciones nacionalistas minoritarias. Todo ello, incluso, en un escenario en el que el PP podría ser la primera fuerza pero sin capacidad de sumar la mayoría absoluta con la extrema derecha.

La duda es hasta qué punto la amenaza de una Contrarreforma de índole reaccionaria puede despertar de su letargo a una sociología progresista o de centroizquierda, resignada por el vuelco que se avecina, quizá en parte asustada por el contenido de los programas de coalición entre el PP y Vox, que niegan la existencia de políticas contra la violencia de género, que establecen la obligatoriedad del Pin parental y que abogan por la derogación de la Ley de Memoria Democrática. Un giro al pasado en toda regla.

La debilidad de la izquierda a la hora de defender su balance de gestión de reformas -sobre todo en el terreno económico y social-  y su influencia en las decisiones de la Unión Europea es palmaria y explica por qué hemos llegado a este punto de cierto fatalismo a la hora de entender la relación de fuerzas que ha ido fraguándose en el Estado español en los últimos tiempos.

La leyenda de la Antiespaña

El peso del relato de la derecha tiene dos variables. Una tiene que ver con la debilidad de la cultura democrática, la caricaturización de determinados líderes políticos a partir de la demonización de sus acuerdos parlamentarios con los partidos soberanistas. Los apoyos de ERC y EH Bildu se han convertido en un material altamente inflamable que reproducen la idea de la Antiespaña construida en los años 30 por la derecha más radical, y que luego sirvió de combustible ideológico para derribar el sistema y legitimar el franquismo como ideología de los vencedores.

La España más reaccionaria ha permanecido agazapada pero ahora aflora con fuerza poque cree que ha encontrado su oportunidad

Pero la vulnerabilidad de la izquierda, a pesar de sus éxitos en materia económica y de reformismo social, tiene que ver también con la pujanza de los vientos conservadores en el mundo y con la crisis profunda de los proyectos de centro. No olvidemos que Vox cristaliza como apuesta, escindida de su partido-matriz, el PP, porque es una implosión de la derecha sociológica tradicional atemorizada por los cambios sociales y culturales del siglo XXI con un proyecto de Restauración y de Contrarreforma, que aboga por la vuelta a las esencias de una Europa blanca y cristiana, que regresa al Orden y que combate la diversidad multicultural sobre la bases de un regreso a la identidad como refugio en tiempos de zozobra. Y por supuesto en el marco de un Capitalismo neoliberal sin veleidades pactistas.

Estos ingredientes, bien adobados por un ultranacionalismo español que permanecía agazapado, pero que no había desaparecido, se ha apoderado de una parte del espectro conservador y de las nuevas generaciones más desideologizadas. La izquierda tiene que hacer mayores esfuerzos para conectar con el imaginario emocional de los jóvenes porque es un mundo en el que el simplismo de las posiciones amenaza con dislocar el debate. La derecha dura y la izquierda antisistema se retroalimentan en un bucle sin salida que dejan fuera de juego las posiciones reformistas transformadoras. El rupturismo testimonialista de determinadas posiciones de Podemos han sido más un ejercicio de inmadurez en el ‘asalto a los cielos’ que ha dado algunas coartadas a sus rivales ideológicos a la hora de librar una ‘guerra cultural’ frente a la derecha.

Parte del problema ha venido alimentado por los errores cometidos por el propio Gobierno de coalición, en especial el empecinamiento de Irene Montero en la gestión de la ley del ‘Sí es sí’ ha sido un dislate estratégico de notables proporciones que ha dividido al feminismo y ha proporcionado una abundante munición a los históricos enemigos de las políticas de igualdad. Montero ha quedado calcinada políticamente en el debate, más allá de ser objeto de una miserable campaña de acoso personal.

La fragilidad del relato progresista frente al empuje conservador hunde también sus raíces en la propia historia de los últimos años, con una Transición que dejó algunas asignaturas pendientes, basada también en una ‘relación de debilidades’, como escribía Manuel Vázquez Montalbán al apuntar los equilibrios que hubo que hacer tras la muerte de Franco para asegurar la democracia en el Estado. Ni los demócratas eran tan fuertes como para imponer sus condiciones ni los franquistas podían desmantelar el régimen mediante la ruptura drástica. Se optó por un modelo híbrido, que obviaba la ruptura democrática con el pasado, pero que planteaba las bases de una democracia liberal convencional sobre una Constitución de consenso.

Pero Franco murió en la cama. El franquismo permaneció agazapado en numerosas estructuras del establishment judicial y económico, por no hablar de las Fuerzas de Seguridad y de las Fuerzas Armadas. La entrada en Europa contribuyó a desactivar los recoldos nostálgicos de la dictadura, pero la España más reaccionaria ha permanecido en letargo a la espera de una oportunidad para salir con fuerza. Y ahora parece que la ha encontrado. A no ser que Sánchez, el superviviente nato, demuestre de nuevo que es un extraordinario resiliente político que termina por ganar las batallas más difíciles.

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Un mundo en cambio, Iñaki Gabildondo | STM Galde

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