¿Agua para todo?

Embalse de Yesa, al 11% de su capacidad, visto desde un satélite europeo Sentinel de observación del programa Copernicus. (22-09-2022)

 

Galde 43, Negua 2024 Invierno. Julen Rekondo.-

Las políticas de gestión del agua en Navarra han seguido más o menos los mismos criterios que las del resto de las comunidades del Estado español, fundamentadas en las estrategias de oferta y la construcción de grandes obras hidráulicas subvencionadas con dinero público. La manera de planificar la gestión del agua, se ha basado en la estimación de las demandas y a continuación diseñar las estrategias de oferta para satisfacerlas, sin tener en cuenta las afecciones generadas en el medio hídrico, que es, a todas luces insostenible. Este objetivo de incrementar las disponibilidades del recurso, es absolutamente incompatible con la Directiva Marco del Agua (2000/60/CE), que establece como objetivo central de la planificación y de la gestión del agua la consecución del buen estado ecológico de los ecosistemas fluviales y de no deterioro. La esencia que gobierna el texto de la citada Directiva está impregnada de nuevos valores medioambientales que deberían suponer un cambio de tendencia radical y poner fin al estructuralismo hidráulico que han gobernado las políticas de aguas y que han alterado, en muchos casos de manera irreversible, los ecosistemas fluviales.

En Navarra, la “satisfacción de las demandas” se ha realizado y se realiza a través de la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas que tienen un gran impacto social, ambiental y económico, pero que son apoyadas y demandadas por grupos con intereses económicos, como constructores de infraestructuras, empresas de servicios de agua, sindicatos de regantes y empresas de energía, y, que han contado con el beneplácito de los sucesivos Gobiernos forales y con bastante aceptación de la población en general, ya que se han asociado al progreso social, el desarrollo económico y la generación de empleo.

Estas políticas han supuesto el sufrimiento de numerosas personas que viven con angustia el deterioro progresivo e incluso la pérdida de lugares queridos y vitales: ríos, manantiales, casas y pueblos…. Esto también está ocurriendo actualmente con el recrecimiento del embalse de Yesa, cuya primera piedra fue colocada hace 22 años, siendo entonces Jaume Matas ministro de Medio Ambiente, que actualmente cumple varias condenas por corrupción, y que sigue adelante con las obras a pesar de que ya se han dicho muchas cosas, como que la presa se asienta sobre una falla; que su presupuesto ha pasado de 113 millones de euros por el que se adjudicó la obra a los 500 en 2023, estando la fecha prevista de entrega para 2027; que sus laderas son inestables y que esa inestabilidad es la causa principal del retraso de una obra que ha pasado por un baile incesante de fechas de finalización (2006, 2009, 2015, 2017, 2019, 2020, 2021, 2023, 2024 y ahora 2027); y que un eventual colapso provocaría una catástrofe que arrasaría la ribera del Aragón y del Ebro.

Más recientemente, el pasado 15 de septiembre conocimos que el programa Copernicus, perteneciente a la UE, había confirmado al 100% que las laderas del embalse de Yesa están en movimiento y se deterioran, a pesar de que los trabajos continúan en el lugar.

El programa de observación de la Tierra Copernicus es una herramienta novedosa muy útil para observar procesos, dinámicas y tendencias en el comportamiento de la superficie terrestre, especialmente adecuado para la prevención de riesgos y la capacidad de adelantarnos a las catástrofes naturales o provocadas. Es una nueva y potente herramienta, que brinda la oportunidad sin precedentes de estudiar los peligros geológicos y la deformación inducida por las actividades humanas como las que se están dando en las obras de recrecimiento de Yesa.

Tampoco parece decirles nada que no va a haber agua para llenar Yesa en la situación de emergencia climática en la que vivimos. Pronunciar cambio climático es decir menos disponibilidad de agua, y eso ya está ocurriendo en el embalse de Yesa. Lo lógico sería aplicar el principio de precaución, por razones de seguridad y no poner en riesgo a miles y miles de personas que viven en la zona, y para no seguir despilfarrando más dinero público en unas obras que no tienen ningún sentido cuando no hay agua para llenar Yesa, y, por tanto, para promover nuevos regadíos.

Esos esquemas de funcionamiento corresponden a una lógica capitalista que persigue por encima de todo sacar el mayor provecho económico de la naturaleza, sin tener en cuenta las necesidades de los ecosistemas y de la sociedad que los habita. Una lógica que ha funcionado a los poderes económicos y políticos durante muchos años, pero que está sujeta a profundos cambios por las diferentes crisis que atravesamos, entre ellas, la crisis climática.

Las políticas del agua continuadas hasta ahora han creado una serie de problemas ambientales y conflictos sociales de magnitud, como el empeoramiento del estado de nuestros ríos y acuíferos con pérdida de biodiversidad, derroche de fondos públicos en beneficio del interés privado de unos pocos, empobrecimiento y abandono de zonas de montaña, privatización de grandes volúmenes de agua para riego, desalojos y problemas de seguridad en varias poblaciones, ……, a lo que hay que añadir la crisis climática.

También hay que decir que ha habido algunos aspectos positivos, por ejemplo, en cuanto a los abastecimientos urbanos, con el Plan Director del Ciclo Integral del Agua del Uso Urbano 2019-2020, aunque mantiene una cierta continuidad con las políticas de gestión de la oferta, y la gestión del territorio fluvial y las inundaciones que han facilitado algunas actuaciones positivas, con el proyecto Life Ebro Resilience, a través de medidas de prevención, que eviten un incremento del riesgo de inundación; de protección, que disminuyan el riesgo ya existente; de preparación, que minimicen los daños que se producen en los episodios de inundación; y de recuperación, que permitan volver a la normalidad lo antes posible.

Es esta situación de cambio la que obliga a plantear una política diferente en la gestión del agua, en la que, a la luz de los datos oficiales, el regadío se lleva el 80% del agua en Navarra, a pesar de la emergencia climática en que vivimos, y donde las precipitaciones disminuirán de un 15% a un 20% en Navarra a finales del siglo XXI según distintos estudios.

En los últimos 10 años el riego en el Estado español ha crecido un 8,3% (290.420 Ha) y en Navarra un 7,1% (8.822 Ha), según datos del Ministerio de Agricultura. Ya nadie se atreve a poner en duda que han disminuido las precipitaciones y que han aumentado los fenómenos extremos de sequías e inundaciones, afectando seriamente a los caudales de los ríos. El Cedex (organismo dependiente de los ministerios de Fomento y de Transición Ecológica) estima una reducción de la escorrentía en la cuenca del Ebro del 27% para 2100.

Sin embargo, desde diversas instituciones y organismos, entre ellos el Gobierno de Navarra, que se denomina como progresista y en cuyo seno hay fuerzas políticas de izquierda, se sigue apostando por incrementar el regadío, y se dan por buenas las 21542 hectáreas de regadío previstas en la segunda fase del canal de Navarra, sin tener en cuenta el impacto del cambio climático y sin valorar las consecuencias que el aumento de cultivos de regadío tendrá sobre la biodiversidad y los ecosistemas. Existe una especie de negacionismo hidráulico, que no quiere reconocer la disminución de caudales y sigue apostando por unas políticas de regadío suicidas con demandas insostenibles.

La adaptación al cambio climático obliga a abandonar los proyectos de nuevos regadíos, que hasta la fecha se han tragado, no solo el agua, sino también la mayor parte de los recursos públicos para la agricultura y la ganadería, cuando ese dinero público y subvenciones hubieran venido muy bien para fomentar una agricultura y ganadería más sostenibles y adaptadas al cambio climático, apoyando también a las explotaciones familiares, la ganadería extensiva, la agricultura ecológica, los regadíos tradicionales y también, como no, mejorar los actuales regadíos.

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