La clara victoria de Urkullu premia el nacionalismo pragmático en una Euskadi que ha amortiguado el conflicto identitario en el día después de ETA
La dialéctica constitucionalismo-soberanismo se ha desvanecido tras el fin de ETA en la sociedad vasca
(Galde 15 verano/2016). Alberto Surio. ‘Primum vivere deinde philosophari’ (primero vivir después filosofar), señalan los clásicos en alusión a la necesidad de tener los pies en el suelo. La sociedad vasca ha votado el 25 de septiembre más pensando en el pragmatismo del bolsillo que entusiasmada por un sentimiento abertzale. Es esta la razón de Iñigo Urkullu y la ausencia de una pulsión electoral de cambio. El PNV ha sabido transmitir un imaginario de gestión solvente y centralidad.
Euskadi vuelve pues al redil de lo relativamente previsible. La mayoría de Urkullu ha premiado al nacionalismo de bienestar con aire socialdemócrata frente a la crisis. El PNV dispone de un considerable margen de maniobra para buscar preferentes compañeros de viaje.
Los partidos constitucionalistas vuelven a retroceder posiciones. El escenario post-ETA ha digerido de manera veloz y desmemoriada la existencia de ETA y su contexto sociológico. La dialéctica constitucionalistas soberanistas deja de ser un referente válido. Desde el fin de ETA, la caída del PP y del PSE ha sido continua. Populares y socialistas parecen incapaces de atraer nuevo electorado ni sufragios transversales, viéndose reducidos a sus votantes más tradicionales.
EL PAISAJE DEL ‘DÍA DESPUÉS’. El 25S ha clarificado el paisaje político y han difuminado el sueño morado de su victoria en Euskadi de las elecciones generales de junio. Aquella hegemonía parecía la consecuencia de un cambio social, de nuevas generaciones que vivían el debate identitario con menor dramatismo, y aglutinaba también un fuerte voto de rechazo al Gobierno del PP que reflejaba el malestar con el sistema político, fruto, también, de los destrozos provocados por la crisis económica y el desplome de una parte de la clase media. Podemos capitalizaba el desencanto de electores de la izquierda abertzale, del PSE, incluso del PNV, y pescaba sobre todo en los caladeros de la abstención y de los nuevos votantes. La histórica división entre nacionalistas y no nacionalistas se erosionaba con la llegada de esta fuerza transversal, defensora del derecho a decidir.
El telón de fondo era una sociedad vasca en la que, en el día después de ETA, el independentismo se sitúa en mínimos históricos, en torno al 18%, pero en la que, a la vez, el derecho a decidir se convierte en una reclamación mayoritaria. Se diría que la aparición de Podemos era el peor disolvente del proyecto independentista, pero también un aviso para navegantes para los defensores a ultranza del estatu quo constitucional. Aquella victoria de Podemos, además, era factible por un desfondamiento de Euskal Herria Bildu, iniciada en las elecciones forales y municipales de mayo de 2015, en especial en Gipuzkoa, y que siguió después con la bajada en las generales. La izquierda abertzale ha remontado ese retroceso al recuperar su segunda plaza y evitar el estallido de una crisis interna. Las autonómicas del 26J han convertido aquel sueño de la victoria morada en un espejismo un tanto coyuntural. Elkarrekin Podemos ha suavizado su perfil contestatario y su electorado de cambio se ha desmovilizado. El debate identitario se ha relajado, los niveles de protección social son altos, y es un país envejecido. Pero no ha cambiado tanto. La victoria del nacionalismo institucional, en parte gracias al voto útil no nacionalista, vuelve a ofrecer una fotografía relativamente convencional. Los socialistas se ven atrapados por una doble contradicción. Una es general al electorado socialdemócrata en Europa. La elección de Jeremy Corbyn al frente del laborismo británico frente a todo el establishment es revelador a este respecto. El otro lo comparte con el PNV y es el envejecimiento del perfil de sus votantes en Euskadi. Muchos de sus hijos se han hecho de Podemos e ilustran la brecha generacional. El PSE se enfrenta de nuevo con un dilema: o apostar de nuevo como el compañero de viaje del PNV, con el riesgo de proyectar cierta subordinación. O disputarse en el espacio de la oposición con EH Bildu y Elkarrekin Podemos. Elija la opción que elija, necesita renovarse como proyecto. Su dilema se ve mediatizado por el debate abierto en canal en el PSOE, un espejo de las paradojas que sufre la socialdemocracia europea.