«Errores y horrores del españolismo lingüístico»
Autor: Juan Carlos Moreno Cabrera
Txalaparta, Febrero de 2015
(Galde 13, negua/invierno/2016). Reseña realizada por Inaki Irazabalbeitia. Juan Carlos Moreno Cabrera es catedrático de Lingüística General en la Universidad Autónoma de Madrid y ha sido miembro de diversos comités de la UNESCO sobre lingüística y diversidad cultural. Es un firme defensor del reconocimiento de la realidad plurilingüística del Estado y de la plasmación de ese reconocimiento en políticas culturales y lingüísticas apropiadas por parte del poder central.
En esta su última obra publicada denuncia y describe de una manera contundente la ideología del españolismo lingüístico predominante en el discurso mayoritario en el Estado Español, que se resume en que el castellano es una lengua más apta para el desarrollo personal y social que las otras lenguas del Estado.
Para el autor el españolismo lingüístico es un ejemplo claro de una visión bastante extendida por el mundo por la cual unas lenguas son intrínsecamente superiores a otras. Una visión por la cual unas son lenguas de cultura y de modernidad mientras que otras son lenguas a lo sumo válidas para describir un mundo caduco y pasado y, como mucho, para ser habladas en la intimidad. El pensamiento francés es un ejemplo claro de este fenómeno donde se denomina despreciativamente patois al resto de las lenguas del Hexágono. Recientemente topé con una activista política de izquierdas francesas que me comentó ‘el patois que hablaba mi abuela no era occitano’, siendo su familia originaria del Ariege, en el corazón de Occitania’. Fiel reflejo de ese pensamiento.
Para caracterizar el nacionalismo lingüístico Moreno Cabrera subraya literalmente:
‘Como esa superioridad se dice que procede de las características intrínsecas de la lengua nacional, esa ideología no se ve a sí mismas como nacionalista ni etnocentrista, ni su postulado fundamental, como una exaltación de lo irracional o pasional de la lengua propia, sino como el resultado de aplicar racional y fríamente las consecuencias inducidas por una serie de propiedades genuinas de su lengua nacional, que se conciben como objetivas y no dependientes en absoluto de circunstancias históricas, políticas o económicas, ni de prejuicios y falsas creencias.’
Una consecuencia clara de ese nacionalismo lingüístico es la imposición de la lengua nacional a otras naciones y pueblos que hablan lenguas ‘inferiores’. Desde ese pensamiento esta imposición está plenamente justificada ya que la adopción por una comunidad de una lengua ‘superior’ no trae más que ganancias y ventajas a esa comunidad al abrirle la puerta a la cultura y la modernidad.
Recuerdo que en la escuela aprendimos de que los primeros testimonios escritos del castellano son las Glosas Emilianenses de finales del siglo X, que se escribieron en San Millán de la Cogolla (Rioja). Es un tópico muy extendido. Aparte de dos anotaciones en euskara, las glosas están escritas en romance, pero ese romance no es el castellano, como sostiene la visión oficial española, sino el navarro-aragonés. Moreno Cabrera cita a autores tan prestigiosos como Menéndez Pidal o Rafael Lapesa para derribar ese mito. Evidentemente para un nacionalista español la antigüedad escrita del romance castellano es una razón de peso para sostener su superioridad.
A lo largo de las páginas de la obra, Moreno Cabrera desautoriza los argumentos de nacionalismo español para justificar la pretendida superioridad del español frente a otras lenguas, por ejemplo, el de la sencillez del sistema vocálico. Muchos autores justifican la superioridad del castellano ‘a sus cinco vocales netamente diferenciadas, sin vocales mixtas ni intermedias, sin diferencias sensibles en su intensidad’. Lo califican como ‘el sistema vocálico más perfecto de los posibles.’ Es evidente que esas afirmaciones no tienen base científica. El inglés con uno de los sistemas vocálicos más complejos del mundo, con entre once y catorce vocales según el estándar utilizado, es una lengua mas expandida que el español. Lo cual demuestra que la pujanza de una lengua es consecuencia del poderío económico y político de la nación que la habla, no de sus bondades y características intrínsecas.
Esta obra es de lectura muy recomendable para la compresión de las falacias que se esconden en muchos argumentos sobre las lenguas, su evolución y su estatus. Lo relatado no es sólamente es aplicable al nacionalismo lingüístico de las lenguas más extendidas como el castellano y el francés, que son también nuestras lenguas, sino también para declarar como memeces afirmaciones del tipo de que es euskara de Eibar el malo y que el mejor es el de Tolosa. También se podría aplicar a esa tan extendida creencia que el inglés es la lengua no estatal que todos tienen que aprender independientemente de que vivan en Irún, Ceuta o Ayamonte. Afirmación que no tiene en cuenta que los habitantes de esas ciudades y de sus alrededores tendrán más necesidad en su vida diaria de hablar francés, árabe o portugués respectivamente que el inglés.