Galde 36 – primavera/2022. Lourdes Oñederra.-
Cuando entregué la columna del número anterior, pensé que la siguiente, ésta, se iba a titular “De lo chabacano”. Me vino la idea andando por la calle al ver uno de esos carteles en los que se anuncia la venta de “viviendas de lujo”. Pensé también en las marcas de ropa cara que ahora se llevan en etiquetas a la vista… Pero la verdad es que se me ha desinflado el plan, según cada parte de noticias me ha ido desinflando la moral.
Repito una y otra vez “pobre gente” y me cuesta no llorar recordando una canción que últimamente me viene a la cabeza con insistencia inusual, “Bakearen urtxoa” (La paloma de la paz), con aquel estribillo tierno y esperanzador que decía, “Jende gaixoak, Ez beha gau beltzari, Bainan bai izarreri! Bakea dela zueri!”. Traducido lo más literalmente posible, viene a decir: Pobres gentes, No miréis a la noche oscura, Pero sí a las estrellas, Que la paz sea con vosotr@s).
Si ya la oigo en la voz de Mixel Labeguerie, inevitablemente lloro. Supongo que me lleva directamente a la infancia, a aquellos discos prohibidos aquí y traídos por algún familiar del “otro lado”, del País Vasco-Francés. Lloro por cómo estoy, por cómo estamos muchas, muchos: frágiles. Frágiles por tanto tiempo sin besos y abrazos libres. Frágiles de impotencia. Frágiles por tanta noticia preocupante durante tanto tiempo.
Seguro que lloro también, en gran medida, por nostalgia, por una nostalgia atroz, enorme, de tiempos más esperanzados. ¡Éra tan joven cuando me aprendía las letras de Labeguerie! Era, desde luego, lo suficientemente joven como para creer que el problema, el único problema, era Franco (y sus adeptos), que tenía sometida una parte de Euskadi. Mixel Labeguerie cantaba un par de estrofas más tarde, “Lur hau da sakratua, Deitzen da Euskadi”. Lur hau da sakratua, cristiana practicante a la sazón, no me parecía una exageración eso de que esta tierra, que se llama Euskadi, fuera sagrada. La poesía tiene sus peligros: emborracha siempre un poco.
Poco imaginaba aquella niña que más tarde empezó a aprenderse las canciones de Benito Lertxundi que lo de la Euskadi sagrada se le iba a resquebrajar. Había una que cantaba a pleno pulmón yo en las excursiones al monte, “Zenbat gera” (Cuánt@s somos). Me impactaba Lertxundi con esa voz suya tan especial: “Zer egin degu, Ezer ez; Zer egiten degu, Alkar jo; Zer egingo degu, Alkar hil” (Qué hemos hecho, Nada; Qué hacemos, Pegarnos; Qué haremos, Matarnos). Y gritaba desesperado, “Hori eez, hoori ez!”.
De niña es prácticamente imposible imaginarse a una misma mayor, mayor del todo, es decir con todo lo que conlleva hacerse mayor en primera persona… que lo del dolor de rodillas del que se queja tu amona y te parece increíble es casi lo de menos, sobre todo comparado con el cambio de perspectiva vital que te darán los años, según los vayas acumulando, y comparado con la conciencia creciente de la muerte, especialmente ese gran dolor, el dolor del alma por la gente querida que va desapareciendo. No, eso te lo cuentan, lo lees, lo ves en películas, pero vivido es otra cosa. Peor.
Además quienes fuimos niñas o niños al final del franquismo nos hicimos jóvenes con el viento de popa: todo parecía realmente ir a mejor, económicamente, políticamente, socialmente. Pena que en esta tierra que Labeguerie consideraba sagrada y se llama Euskadi nos quedó el mal que horrorizaba a Lertxundi y le hacía gritar que ¡eso no!. Nos hemos estado matando y aún, en este mundo que cada vez da más señales de alarma, no nos atrevemos a hablar de ello. Y, si no, recomiendo el coloquio de Xabier Euzkitze y Ekaitz Goikoetxea titulado “Bertsolaritza eta askatasuna” (Versolarismo y libertad) emitido online el día 15 de marzo por la asociación Gogoan-Memoria digna y disponible luego en www.gogoan.org.
Lo siento, pero hoy no podía hablar de cosas más ligeras. Prometo retomar lo de lo chabacano en otro momento.