Transgéneros: retos para las teorías feministas

Transgéneros: retos para las teorías feministas 

1. Introducción

Cristina Garaizabal. (Galde 05, invierno/2014, Dossier Feminismo -s-). Nuestra sociedad actual está estructurada sobre la base de dos géneros dicotómicos, complementarios, excluyentes y jerarquizados. Aunque el feminismo ha hecho mucho por el debilitamiento del sistema de géneros en lo que afecta a las mujeres, seguimos viviendo en sociedades que entienden el género de una manera que genera discriminación, violencia, sufrimientos y malestares en amplios sectores de la población.

En los primeros momentos, la teoría feminista sobre los géneros estuvo muy influenciada por el ensayo de Gayle Rubin “Tráfico de Mujeres”. Su  formulación del sistema sexo/género influyó en todas las teorías feministas hasta finales de los 80. Todas ellas partían de afirmar una identidad femenina fuerte y, en parte, se establecía también lo que es o debe ser una mujer. Esas posiciones, con el paso del tiempo, se anquilosan y tienden a convertirse en un obstáculo para cambiar la realidad en lugar de ser un instrumento a su servicio. Así, el reconocimiento de la diversidad se vivió como una amenaza que podía disolver la solidaridad entre las mujeres, lo que llevó a hacer mucho hincapié en la importancia de afirmar la identidad.

Pero los feminismos identitarios, que tienen como sujeto de lucha a las mujeres como categoría homogénea, entraron en crisis en los años 90, cuando empezaron a aparecer sectores de mujeres (inmigrantes, prostitutas, transexuales…) que no se sentían representadas en la definición que las propuestas feministas hacían de la categoría mujeres. De hecho, el año 2009 representa un punto de inflexión fundamental por la irrupción, de manera muy visible, de las personas trans en las Jornadas convocadas por la Coordinadora Feminista estatal en Granada y que plantearon explícitamente que había que revisar el sujeto del feminismo así como la concepción del sistema de géneros. Desde mi punto de vista lo importante de esto es que nos permite superar una concepción del género con su jerarquización y la desigualdad que genera e ir más allá: resaltar el sistema de géneros como estructura de poder que impone las categorías de hombre/mujer, entendidas éstas de manera rígida, complementaria y dicotómica.

Coincido con la posición de Butler expresada en una entrevista que le hicieron en febrero de 2008: “En mi opinión, el feminismo implica un pensar acerca de las prácticas de libertad: cuando hacemos objeción a las prácticas discriminadoras en el empleo, a la reclusión en la esfera privada, cuando protestamos por la violencia contra las mujeres…, no es sólo porque queremos que las mujeres consigan la igualdad, que sean tratadas con justicia. Igualdad y justicia son normas muy importantes, pero hay más: queremos ciertas libertades para las mujeres para que no estén totalmente limitadas a las ideas establecidas de feminidad o incluso de masculinidad. Queremos que sean capaces de innovar y crear nuevas posiciones. En la medida en que el feminismo ha sido, al menos en parte, un tipo de filosofía, es crucial para él hacer nuevos modos de género. Si el feminismo sugiere que no podemos cuestionar nuestras posiciones sexuales o afirma no necesitar la categoría de género, entonces me estaría diciendo que, en cierto sentido, debo conformarme a determinada posicionalidad o a una determinada estructura -restrictiva para mí y para otros – y que no soy libre para hacer y rehacer la forma o los términos en que he sido hecha. Y es cierto que no puedo cambiar radicalmente estos términos, y aunque decida resistir a la categoría de mujer, tendré que lidiar con esta categoría a lo largo de toda mi vida. De este modo, siempre que cuestionamos nuestro género corremos el riesgo de perder nuestra inteligibilidad, de ser llamadas ‘monstruos’. Mi lucha con el género, sería precisamente esto, una lucha, y ello tiene algo que ver con la labor paciente de dar forma a nuestra impaciencia por la libertad. Así, se puede entender la performatividad de género: la lenta y difícil práctica de producir nuevas posibilidades de experiencias de género a la luz de una historia y en el contexto de normas muy poderosas que restringen nuestra inteligibilidad como humanos. Se trata de luchas complejas, políticas, pues insisten en nuevas formas de reconocimiento. De hecho, en mi experiencia del feminismo estas luchas políticas han venido desarrollándose como mínimo durante el último siglo. Yo sólo ofrezco un lenguaje radical para estas luchas”.

 2. La transexualidad desde la visión médica

La “naturalización dicotómica” de los géneros lleva a que todas aquellas personas que no se identifican con el género que socialmente se corresponde con el sexo biológico sean vistas como sospechosas, enfermas, anormales, perversas o trastornadas. 

El transexualismo como categoría diagnóstica en el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) aparece en 1980 y responde a la necesidad de adecuar al sistema binario de géneros a todas las personas que viven o sienten discordancias con el género que les ha sido asignado socialmente. Es decir, se concibe la transexualidad como una enfermedad o trastorno que hay que “curar” y para ello son necesarias diferentes intervenciones médicas, decididas por profesionales y que deben culminar en las cirugías de reasignación sexual.

Este proceso dirigido por los profesionales, implica un fuerte recorte de la capacidad de decisión y autonomía de las personas trans que se ven sometidas a la arbitrariedad de éstos, arbitrariedad que responde muchas veces a los prejuicios que dichos profesionales tienen sobre los géneros.

 3. La despatologización trans

En el año 2000, la campaña internacional por la despatologización de la transexualidad cobra fuerza y obliga a plantearse algunos temas.

¿Sólo dos géneros?

La crítica a que la transexualidad sea vista como una enfermedad implica reconocer y dar visibilidad a las personas que no se sienten cómodas identificadas con las categorías  hombre/mujer tal y como están concebidas. Así el transgenerismo es una de las posibles variables del desarrollo de la identidad de género. En consecuencia, se plantea dar visibilidad, legitimidad y validez a las identidades y a los cuerpos que no pueden o no quieren ser catalogados dentro de los dos géneros existentes.

Las personas transgéneros y los grupos que han nacido al calor de las teorías queer nos llevan a cuestionarnos y problematizar el concepto que ha sido clave en las teorizaciones feministas: la identidad de género.  Una identidad que se ha mostrado menos uniforme,  compacta y monolítica de lo que estas teorizaciones presuponían.

A pesar de que el género se ha debilitado como categoría fuerte y exclusiva de identificación, la sociedad actual sigue estructurada, entre otras variables, sobre la base de los géneros entendidos como dicotomías. Por ello vivir en los márgenes y en las fronteras entre lo masculino y lo femenino es difícil pero no imposible y así lo expresan y/o lo eligen muchas personas. En este sentido reivindicar el transgenerismo es importante, tanto porque muchas personas pueden encontrarse a sí mismas sin necesidad de someterse a cirugías mayores como porque su sola existencia abre perspectivas para un desarrollo humano más libre y menos normativo. Las personas que se reclaman trans hoy pueden ser una minoría pero su importancia transciende su número: importan como vanguardia que abre otras posibilidades, como referente para muchas personas que no se sienten a gusto con su identidad asignada pero lo viven culpablemente metidas en el armario, sin atreverse a expresarlo e importan como acicate para nuestra imaginación obligándonos a pensar y responder sobre temas que antes ni siquiera podíamos imaginar.

Así mismo, la existencia de personas trans nos obliga a cuestionarnos las concepciones dominantes sobre la identidad concebida como algo esencial y pre-determinado. Esta idea está relacionada con cierto naturalismo (la identidad se derivaría de una u otra manera de las características sexuales biológicas) y con grandes dosis de determinismo psicológico (en los primeros años de vida nos jugaríamos de manera concluyente lo que vamos a ser). Naturalismo y determinismo psicológico, en absoluto inocentes, puesto que implican la invisibilización, la discriminación y la patologización de aquellas personas que no responde a estos esquemas. Como Butler plantea, “la “coherencia” y la “continuidad” de “la persona” no son rasgos lógicos o analíticos de la calidad de la persona sino, más bien, normas de inteligibilidad socialmente instituidas y mantenidas.” 1

Decir que la identidad se construye no implica que la identidad sea algo irrelevante para las personas. Los aspectos que se refieren a la identidad (cómo somos y cómo nos ven) tienen mucha importancia tanto desde el punto de vista individual como colectivo. Y el intento de obtener una identidad definida es un trabajo necesario para estabilizar el ser. Por ello, los sufrimientos que provocan las disonancias y  crisis identitarias no son un capricho y la sanidad pública debe asumir los tratamientos médicos cuando así son demandados por las personas trans.

cuerpo2

¿Sólo dos sexos biológicos?

Es necesario cuestionarse también la existencia exclusiva de dos sexos biológicos, tal y como plantea la bióloga feminista Anne Fausto-Sterling en su libro Cuerpos sexuados 2. Con esto no quiero decir que haya que desconsiderar la parte biológica (el cuerpo marca límites que hay que considerar) y, ni mucho menos, que no haya conocimientos científicos que deban ser tenidos en cuenta. Pero la mayoría de las producciones científicas siguen reflejando y refuerzan la dualidad y el binarismo de sexos de manera que las intersexualidades son tratadas como anomalías que deben ser corregidas desde el primer momento.

 Relación género y práctica sexual

En el siglo XVIII aparece la categoría de la homosexualidad entendida como una inversión del género. Es decir, se supone que todos los homosexuales masculinos desean a otro hombre desde una posición femenina y a la inversa, todas las lesbianas desean a otra mujer desde una posición masculina. De esta manera la heterosexualidad seguía vigente, entendiendo que esencialmente lo masculino y lo femenino son complementarios.

Las distintas formas de ser y expresarse de gays y lesbianas (gays muy masculinos, otros femeninos, lesbianas masculinas y lesbianas femeninas…) han puesto de manifiesto la gran diversidad que existe dentro de estas categorías y, en consecuencia la falsedad de la afirmación de que era una inversión del género, ganando terreno la idea de que son variaciones del deseo. Ello no significa que no exista una profunda interrelación entre género y sexualidad cuyo estudio a la luz de experiencia trans debe ser realizado desde la perspectiva que plantea Coll-Planes 3

Hasta aquí y nombradas de manera muy esquemática  las cuestiones teóricas que creo que deben ser revisadas a la luz de las teorías que consideran el transgenerismo no como una patología sino como una forma más del desarrollo identitario.

 3. Transgéneros y feminismos

Desde un sector del  movimiento feminista, el que está ligado a la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas, conocimos a personas transexuales (todas ellas mujeres) en las Jornadas estatales celebradas en Madrid en 1990. Sus historias de vida plantearon numerosos interrogantes a nuestra forma de entender el género: ¿En qué está basada la convicción de género? ¿De dónde viene su legitimidad, quién tiene que otorgársela?  Todo ello generó intensos debates en el movimiento que aún hoy no están cerrados. A pesar de ello la actitud general de este sector del feminismo fue de simpatía, de apoyo solidario a sus reivindicaciones y en ningún caso fueron consideradas como personas enfermas. No obstante, en algunas ciudades existieron algunas reticencias, por ejemplo, para aceptarlas en las manifestaciones del 8 de marzo o dejarlas entrar en los espacios exclusivos de  mujeres.

Por el contrario, otras corrientes feministas manifestaron una abierta oposición hacia las personas transgénero o transexuales. En general se puede decir que sus críticas se concretan en afirmar que las personas trans refuerzan los estereotipos de género; o bien que las trans femeninas reproducen los estereotipos de feminidad contra los que el feminismo lucha; o que los trans masculinos son unos traidores porque han renunciado a ser mujeres. En resumen, según estos feminismos las personas trans reproducen los mecanismos de opresión de la masculinidad (unas por su educación como chicos y otros porque es con lo que se identifican) y por ello no tienen cabida en el movimiento feminista. Esta posición, además de demostrar un gran desconocimiento de la diversidad que se da entre las personas trans, reproduce el sistema binario de géneros al entender que sólo son posibles hombres y mujeres tal y como son entendidos patriarcalmente.

Otro de los asuntos interesantes que el movimiento trans nos plantea es la relación entre libertad e igualdad. Hasta ahora el feminismo mayoritario se ha centrado en conseguir cotas de mayor igualdad para las socialmente asignadas mujeres, a veces incluso en contra de su libertad. Así ocurre cuando se reclama la abolición de la prostitución, sin respetar la libertad de las prostitutas para seguir trabajando como tales ofreciendo servicios sexuales pagados.

Soy partidaria de reivindicar la libertad con la misma fuerza que la igualdad y ello plantea interesantes debates. Siempre hemos exigido el derecho al propio cuerpo, porque sabemos que el control de los cuerpos, y especialmente el de las mujeres, es fundamental para las sociedades patriarcales en las que vivimos. A la luz de los planteamientos de las personas trans la propia idea de libertad individual es otra de la cuestiones sobre la que es necesario reflexionar, especialmente, en sociedades como la actual en las que, guiadas por un individualismo feroz, la libertad aparece magnificada y subvirtiendo permanentemente los límites. ¿Pero es posible ejercer nuestra libertad individual sin ningún límite? ¿La vida colectiva no implica ciertos límites a nuestra libertad? ¿Es suficiente el criterio de la libre elección para garantizar la bondad de nuestras acciones? ¿Es posible que nuestro deseo se pueda hacer realidad siempre? ¿Podemos cambiar nuestra realidad por una simple actuación de la voluntad? ¿Tenemos que reivindicar también las sexualidades y los cuerpos no normativos? Pienso que el debate sobre estos asuntos puede enriquecer y mucho el pensamiento feminista, especialmente en aquellos aspectos en los que creo que se halla un poco anquilosado.

Igualmente creo que también está en juego cómo formulamos y quién debe ser el sujeto feminista. Hoy se están dando nuevas subjetividades desde una perspectiva de identidades no estables. Por ejemplo, una persona trans que vive en masculino pero no se siente hombre en el sentido hegemónico, ¿es sujeto feminista? ¿Deben ser sujeto del feminismo todas las personas subyugadas por el sistema de géneros? ¿Podemos seguir planteando que el sujeto feminista son sólo las mujeres? ¿Sólo las mujeres están oprimidas por el sistema de géneros? ¿Un movimiento feminista sólo de mujeres?

Como señalaba al principio no podemos centrarnos exclusivamente en la jerarquización entre los géneros. Tenemos que poner más fuerza en el cuestionamiento de las propias categorías y del sistema binario de géneros. Pero ¿qué implicaciones tiene esto?: ¿desaparición de las categorías, creación de nuevas categorías o utilizar las existentes de manera política y no esencialista,  cuestionándolas críticamente? ¿Cómo denunciamos las discriminaciones hacia grupos concretos, por ejemplo, las mujeres? ¿Es necesario para ello políticas identitarias?

Estos interrogantes que nos despierta lo trans deberían ser, a mi modo de ver, elementos centrales de nuestros próximos debates. Desde el feminismo es importante animarse a soñar con un mundo no binarista ni dicotómico. Y no sentirnos  obligadas a escoger entre dos únicos elementos, modelos, sexos, géneros, orientación y práctica sexual…. Sólo así podremos colaborar en hacer un mundo menos discriminatorio y más habitable para todas las personas.

Notes:

  1. Judith Butler.El género en disputa.Paidós 2001. Gender Trouble. Routledge 1990/1999
  2. Anne Fausto-Sterling, Cuerpos Sexuados, Melusina, 2006.
  3. Gerard Coll-Planas. La libertad y el deseo. Egales, 2010.

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