Galde 47. Negua 2024 Invierno. Antonio Duplá.-
En relación con el qué hacer con los símbolos del franquismo en mi artículo del anterior número de Galde comentaba que el tema me interesaba como ciudadano y como historiador. En concreto aludía a cómo estudiando una serie de inscripciones dedicadas a Franco en latín, toda una serie de ellas estaban desapareciendo, tapadas o relegadas o almacenadas en algún depósito por la aplicación de la reciente Ley de Memoria Democrática, en particular de su artículo 35 sobre “Símbolos y elementos contrarios a la memoria democrática”. Un caso paradigmático de la aplicación, bienintencionada, pero errónea, en mi opinión, de esa ley lo encontramos en la basílica del Pilar de Zaragoza. Conocido templo mariano, contiene un buen número de obras artísticas de enorme importancia, de Adrian Forment, Ventura Rodríguez o Goya. Al mismo tiempo, fue un espacio particularmente querido por el nacionalcatolicismo franquista, por ejemplo, con el recurso propagandístico de la exhibición de las bombas arrojadas por la aviación republicana que no explotaron por la supuesta intercesión de la Virgen María. Junto al coro del altar mayor encontramos una inscripción de los años 1939-1940 en la que se hacía referencia a la Guerra Civil (BELLUM CIVILE), y a su desenlace, positivamente presentado como la liberación (PATRIA LIBERATA) por la victoria franquista (FELIX VICTORIA). De resultas de la denuncia de un particular, que se remitía a la Ley de Memoria Democrática, el capítulo catedralicio decidió retirar las primeras líneas de la inscripción. Creo que con esa decisión no gana nadie y sí se pierde en conocimiento histórico. A estas alturas no creo que nadie podía verse afectado en su conciencia antifranquista por esas líneas, dejando aparte el hecho de que probablemente casi nadie se había fijado hasta entonces en ese detalle. Precisamente esa inscripción creo que se ajustaba perfectamente a la distinción que establece Daniel Rico en su libro ¿Quién teme a Francisco Franco? Memoria, patrimonio, democracia, al que hacía referencia en mi anterior artículo. La inscripción había perdido por completo su carácter de monumento conmemorativo y se había convertido en un monumento histórico. La persona que presentó la demanda se podrá sentir muy satisfecha, sin embargo, en relación con el conocimiento histórico se ha perdido una muestra evidente de la implicación directa de la Iglesia católica en la glorificación y legitimación del régimen franquista. En última instancia, se ha propiciado un lavado de cara de la jerarquía católica que, si beneficia a alguien, es precisamente a aquellos sectores que no quieren reconocer esa implicación criminal de la institución en la Guerra Civil y el nuevo Estado, sectores que no creo que gocen de muchas simpatías de la persona demandante.
En el contexto del tema general del que hablamos se ha producido en las últimas semanas un auténtico giro de guión en relación con uno de los más destacados monumentos franquistas. Me refiero al Monumento a los Caídos de Pamplona, comenzado a construir en 1942 e inaugurado en 1952 por el propio dictador. Las asociaciones memorialistas y determinadas fuerzas políticas de izquierda llevaban tiempo exigiendo la demolición del monumento, aunque tampoco entre estos sectores la unanimidad es absoluta. Pero la sorpresa ha sido grande cuando a finales de noviembre se ha hecho público un acuerdo político entre el PSN, Geroa Bai y EH-Bildu para resignificar el monumento y convertirlo en un centro de denuncia del fascismo. Deprimeras debo decir que me alegro por este pacto político, pues en ningún momento he sido partidario de su demolición y sí de su resignificación. Frente a quienes planteaban la imposibilidad de esa resignificación, siempre me han venido a la memoria, entre otros, los casos de Auschwitz y, más recientemente, de Cuelgamuros, antiguo Valle de los Caídos, por no hablar del barrio de EUR en Roma. Ciertamente, el tema es muy complejo y el acuerdo, trenzado en secreto durante meses, deja todavía muchos puntos sin definir, por ejemplo, sobre el alcance de la reforma del edificio y la mayor o menor visibilidad de algunos de los elementos del mismo. Me interesa particularmente el futuro de las pinturas murales de la cúpula, obra de Ramón Stolz, ilustrando el supuesto compromiso de Navarra con la Cruzada y la religión católica. Ahora, salvo para los grupos ideológicamente más afines a aquella ideología que, lamentablemente, los hay, creo que esa obra artística no representa una apología, pues el contexto es absolutamente distinto. Alcontrario, pienso que, con la correspondiente explicación histórica y política a cargo de especialistas, puede ser un magnífico recurso educativo para conocer y comentar críticamente uno de los periodos más siniestros de nuestra historia moderna.