Otra Europa

(Galde 04, otoño 2013). Proyecto europeo. Término equívoco, confuso y tramposo, cuando se emplea para reivindicar una Europa que existía antes de la implosión financiera y que algunos denominan economía social de mercado; también cuando se pretende convertir en brújula de las deterioradas y desnortadas economías comunitarias para salir de la crisis actual.

Pasado y futuro. Y también presente, pues las políticas implementadas en estos años se hacen en nombre de la Unión Europea (UE) o para mantener el euro, como si se tratara en ambos casos de bienes públicos cuya preservación a todos conviene y que a todos beneficia.

Recuperar, preservar y fortalecer el denominado proyecto europeo, que, sin embargo, mucho antes de que se desencadenara la Gran Recesión, caminaba a la deriva. Los salarios de los trabajadores estancados o, en el mejor de los casos, creciendo moderadamente, por debajo de los avances registrados en la productividad, lo que suponía que el peso de los ingresos de naturaleza salarial retrocedían frente a la progresión constante de los del capital; creación de empleo insuficiente y, además, de poca calidad, tanto en lo que concernía a las retribuciones recibidas por los trabajadores como a las condiciones en que se realizaba el trabajo y los derechos asociados al mismo; continuo deterioro de las capacidades recaudatorias de los gobiernos en lo que respecta a los beneficios empresariales, las rentas del capital y los grandes patrimonios y fortunas, con el consiguiente aumento de la presión fiscal sobre los asalariados y las dificultades de financiación de las políticas públicas, sociales y productivas; diferencias crecientes entre las capacidades productivas de los países del norte y la periferia meridional, con el resultado de una Europa con estructuras económicas y con dinámicas de crecimiento cada vez más dispares; una moneda única que, sobre todo, creó las condiciones para un crecimiento económico sustentado en la deuda, que benefició, muy especialmente, a los grupos económicos más imbricados en el universo financiero, y a los que contaban con más potencial competitivo y poder de mercado.

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Estos y otros rasgos de la Europa realmente existente nos devuelven una imagen del ensalzado (y deformado) proyecto europeo aquejado de serias limitaciones y contradicciones, que no son tanto una perversión de ese proyecto como una parte sustancial del mismo.

La Europa construida en las últimas décadas –antes de la crisis, por supuesto, pero también antes de la creación de la Unión Económica y Monetaria– se encontraba atravesada de importantes diferencias productivas, sociales y territoriales; diferencias que, no lo olvidemos, constituyen el mar de fondo de la problemática actual.

Las políticas llevadas a cabo desde que irrumpiera la crisis, lejos de abrir un camino de superación de la misma, corrigiendo los desequilibrios heredados, los han agravado, instalando a las economías que las han aplicado con más contundencia en un bucle estructural del que será difícil y costoso salir.

La economía española nos proporciona un buen ejemplo de esta trampa. La polarización social ha aumentado y las élites se han enriquecido o han conservado su privilegiada posición, al tiempo que ha avanzado la pobreza, se ha ampliado el grupo de los vulnerables y se ha degradado el estatus de las clases medias; los salarios de los trabajadores se han estancado o han retrocedido, sin que esta pérdidahaya tenido como contrapartida una mejora del empleo; las políticas de contención salarial, en un  contexto de elevado endeudamiento y de restricciones presupuestarias,han contraído el consumo privado, lo que, junto al bloqueo del crédito bancario, ha impactado negativamente sobre la actividad inversora, haciéndose más profunda todavía la brecha que nos separaba de las economías más prósperas del continente.

Estamos, pues, ante un círculo vicioso que se reproduce y retroalimenta, que genera pérdidas irreversibles y que, por ello, es necesario romper para salir de la crisis económica; o, para ser más precisos, para crear las condiciones de una superación de la misma duradera, sostenible y equitativa, pues ese y no otro es el objetivo a alcanzar.

Es importante tener en cuenta esta puntualización. En primer lugar, porque todas las recesiones tienen, tarde o temprano, un final, cuando los actores y los activos que sobreviven a la misma encuentran recursos y mercados para hacer negocios, lo cual se traduce en crecimiento. En segundo término, ymás importante todavía, porque en este proceso el capitalismo europeo y las oligarquías que lo controlan están experimentando una sustancial reestructuración basada en la ocupación de los espacios públicos, la reorganización del tejido empresarial en beneficio de las grandes corporaciones, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, el saneamiento de los balances de los grandes bancos con recursos procedentes de los estados nacionales y de las arcas comunitarias, la consolidación de una periferia especializada en bienes y servicios baratos, la refundación de Europa a partir de la redefinición de las relaciones de poder en provecho de los países más poderosos y una derrota histórica de las izquierdas políticas y sindicales, que asisten impotentes, y en algunos casos cómplices, al derribo de derechos y conquistas sociales que se creían garantizadas por un Estado social que está siendo asimismo desmantelado.

Esta es la apuesta económica, social y política de las oligarquías. En este sentido, la crisis está siendo una gran oportunidad, la tormenta perfecta que apenas podían imaginar hace unos años. Un nuevo «Proyecto europeo», atrapado en la maraña de intereses mercantiles que imperan en Europa, con un entramado institucional que sirve incondicionalmente a esos intereses.  Un proyecto que, en ausencia de un crecimiento económico que lo sostenga y lo refuerce, descansa ahora, y lo hará en los próximos años, en una estrategia confiscatoria y extractiva que abre las puertas de par en par a una masiva y regresiva redistribución de la renta y la riqueza.

Se abre ante nosotros un escenario frágil e inestable, de incierta evolución. Todos los pronósticos en materia de crecimiento reflejan, de una manera u otra, este diagnóstico. La recuperación del PIB en los próximos años será, en el mejor de los casos, exiguo. La evolución del producto describe en algunos casos una «U» abierta (caída del PIB seguida de una recuperación paulatina del mismo hasta alcanzar más o menos la posición inicial); en otros casos una «J» invertida (caída del PIB seguida de una muy débil recuperación lejos de alcanzar lo niveles de partida): o, todavía peor, una «L» (que representaría una caída del PIB seguida de un periodo de estancamiento). Esta última sería la situación de las economías meridionales más desgarradas por la crisis.

Otra salida de la crisis –como he señalado antes, duradera, sostenible y equitativa– requiere, entre otras cosas, movilizar recursos en la dirección de fortalecer las capacidades productivas y mejorar la cohesión social, de manera muy especial en las economías más débiles. Justo lo contrario de lo que está sucediendo.

Una parte de estos recursos pueden y deben proceder de los estados nacionales, que tienen ante sí el urgente desafío de proceder a una reforma tributaria progresista, suprimir el trato ventajoso que reciben en materia fiscal las grandes corporaciones y erradicar las bolsas de fraude. Y otra parte debe ser aportada por los bancos; a los que se han beneficiado o aun reciben recursos públicos se les debe aplicar estrictos criterios productivos, sociales y territoriales a la hora de asignar sus fondos.

Pero, con todo, disponer de la financiación necesaria para propiciar un viraje de la política económica como el que aquí se propone precisa de una actuación europea encaminada a la reestructuración de la deuda pública, la creación de un fondo presupuestario articulado a escala comunitaria cuyo objetivo sería movilizar recursos hacia las economías periféricas, la activación de instrumentos de deuda mancomunada, el respaldo del Banco Central Europeo a la deuda de los estados nacionales, un cambio de rumbo de las economías que obtienen grandes superávits comerciales, especialmente la alemana, en la dirección de estimular la demanda interna, la persecución de los paraísos fiscales afincados en Europa y el establecimiento de un gravamen sobre las transacciones financieras especulativas.

Avanzar en esa dirección requiere más Europa, pero sobre todo y muy especialmente otra Europa, aspiración que está en las antípodas del «Proyecto europeo» que está emergiendo de la crisis y que sólo será posible si existe «masa crítica» ciudadana a escala europea capaz de doblegar los poderosos intereses que sostienen el status quo. Necesitamos una Europa solidaria, sostenible, equitativa y democrática y las próximas elecciones al parlamento europeopueden suponer una gran oportunidad para que las izquierdas y los movimientos sociales abran un amplio debate y concreten un programa de actuación que permita cambiar el actual estado de cosas.

Fernando Luengo.

Profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y de la asociación econoNuestra.

Categorized | Economía, Política

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