Galde 48. Udaberria 2025 Primavera. Lourdes Oñederra.-
Las musas que hoy me inspiran tienen que ver, por un lado, con que estoy escribiendo estas líneas en los días anteriores al 8 de marzo. Por otro lado, para cuando se publique habrán pasado ya los plazos de recursos y alegaciones posteriores a la condena de un entrenador de baloncesto femenino, denunciado y llevado a juicio por una mujer a quien agredió sexualmente de manera continuada siendo ella menor. Ahora ella ya tiene más de cuarenta años.
Cuando saltó a los medios el asunto – hace no mucho más de un año– en un reportaje televisivo entrevistaron a gente del pueblo en el que presuntamente habían ocurrido los hechos. Me llamó la atención una mujer que decía no creer que fueran ciertos, porque, si no, ¿por qué había callado hasta ahora?
No voy a entrar aquí en el sufrimiento que experimenta una persona al narrar el dolor padecido. Los testimonios son numerosísimos y hay excelentes textos tanto científicos como literarios al respecto. Recomiendo encarecidamente la breve y brillante introducción de Antonio Muñoz Molina a la edición española de Tanguy, impresionante novela de Michel del Castillo (Ikusager 2010).
Sí quisiera reflexionar sobre la cuestión del medio de expresión, sobre lo que se hace patente cuando lo abordamos en relación a la agresión sexual.
No existe el lenguaje si no hay interlocutores. La lengua es un código acordado entre hablante y oyente. Para expresar lo que queremos decir (el significado) necesitamos una forma compartida con quien nos escucha. La forma lingüística (los sonidos que emitimos y oímos, las letras que escribimos y leemos) nos permite comunicar aquello que queremos decir y, seguramente, también abarcarlo mentalmente, racionalizarlo. La palabra es un signo, constituido por significante o forma y significado (simplificando la terminología saussureana)
Es por lo que quienes sufrimos agresiones sexuales hace muchos años, en nuestra infancia por ejemplo, no dijimos nada, no podíamos decirlo: no teníamos palabras, teníamos el contenido, el sufrimiento, la zozobra, el malestar, la incomprensión, el miedo, el asco, pero no podíamos interpretarlo. No eramos capaces de darle forma comunicable. No sabíamos cómo convertirlo en significado, en algo a lo que dar forma lingüística. Por eso es tan importante, entre otras muchas cosas, prestar atención a los dibujos de los niños y niñas pequeñas.
Durante un tiempo demasiado largo, cuando el código lingüístico empezaba ya a desarrollarse, cuando empezaba a haber palabras, a muchas víctimas les ha podido faltar la interlocución cercana, han podido no encontrar con quién atreverse a usar las nuevas palabras, las nuevas expresiones. Les han fallado esas personas más cercanas, que hacían como que no se daban cuenta, o los escasos confidentes tal vez que también callaban.
Ahora hay palabras, signos compartidos y lenguaje que los estructura en oraciones que expresan ideas: nosotras te creemos, la vergüenza ha de cambiar de bando. Existen además un contexto creciente y público de repulsa, la solidaridad de otras muchas mujeres y bastantes hombres lo cual disminuye indudablemente el miedo a expresarse. Empieza a ser no más fácil, pero sí menos difícil hablar, contar, acusar.
Es perfectamente comprensible que la víctima del entrenador haya tardado todos estos años en denunciar. Les tenemos que agradecer a ella y a todas las que han dado pasos similares que vayan consolidando el camino para las demás.
Ojalá no ocurra con este nuevo lenguaje, estructurado para visibilizar el sufrimiento, lo que desafortunadamente suele pasar con muchas conquistas de las víctimas, de los más débiles: que personas sin escrúpulos, incluso los propios perpetradores y quienes los apoyan se apoderan del nuevo código, de las frases liberadoras, de las palabras acusadoras. Es como cuando las grandes compañías dueñas del capital y responsables de la polución utilizan el lenguaje desarrollado por los ecologistas para vendernos sus productos. Es así, pero, en este terreno íntimo, mucho más doloroso. Ojalá nunca ocurra eso, ojalá no ocurriera eso.